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  • Alejandro Deustua

Una Asamblea Estratégica

El presidente de la Autoridad Palestina no concurre a la ONU para plantear el reconocimiento de su Estado por frustración negociadora.


Y quizás tampoco lo haga atendiendo sólo a razones históricas que se remontan a 1947 cuando la ONU demandó la creación de dos Estados en el área y de una unión aduanera además del libre acceso a los Santos Lugares como resultado del fin del mandato británico en el área.


Estos son factores contribuyentes a la situación actual. A ellos se suman el fracaso de los acuerdos de Oslo y la morosidad de la “hoja de ruta” del Cuarteto (Estados Unidos, Unión Europea, Rusia y ONU) que planteó la renuncia a la violencia, la reforma democrática palestina, el congelamiento de los asentamientos judíos, la promoción del desarrollo palestino y la negociación de una paz definitiva incluyendo el status de Jerusalem.


Esta “hoja de ruta” procura hoy rescatarse. Para que el Estado palestino sea viable ello implica el reconocimiento de Israel, el abandono del terrorismo (condiciones a las que se niega el Hamas que controla Gaza) y el establecimiento de fronteras seguras. Pero el relanzamiento de este marco negociador tampoco parecer ser la razón determinante de lo que ocurrirá esta semana en la ONU.


La causal que hoy explica la petición del señor Abbas al Consejo de Seguridad (que no prosperará por el eventual veto norteamericano y la negativa de algunas potencias europeas) y a la Asamblea General (cuyo pronunciamiento no tendrá fuerza vinculante) se encuentra quizás en la extraordinaria emergencia social en los países árabes cuya revolución protodemocrática encuentra en la causa palestina un símbolo panárabe.


La voluntad de la Autoridad Palestina está, por tanto, condicionada por una nueva correlación de fuerzas en el área que emerge del derrocamiento o moderación de los gobiernos totalitarios del Norte de África, Medio Oriente y la Península Arábiga (cuyas dinámicas internas no están desprovistas de la influencia occidental) y de las fuerzas liberada por Estados Unidos y la OTAN en la segunda guerra de Irak. Si la primera potencia planteó la solución del conflicto palestino-israelí como parte del horizonte democrático emergente de esa intervención, hoy no puede sorprenderse por la petición del señor Abbas. Sin embargo, Estados Unidos y parte de sus aliados hacen bien en preocuparse: sin abandono de la intención de guerra no habrá paz en Medio Oriente y eso implica negociar sobre los derechos palestinos y la seguridad de Israel en un marco de inestabilidad. Los países latinoamericanos que ya reconocieron a Palestina deben contribuir a esas negociaciones por razones históricas y porque su reconocimiento no tuvo en cuenta las consecuencias estratégicas de la “primavera árabe”.


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