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  • Alejandro Deustua

Fin de Año: Indicadores de Cambio en el Sistema Internacional

En un escenario cambiante signado por la lenta revolución del sistema internacional y por la incertidumbre que genera una crisis económica expansiva, la indicación de un derrotero es bienvenida salvo que el indicador sea parcial y, quizás, mal fundado.


Al respecto, el año cierra con la noticia de que Brasil ha superado al Reino Unido ocupando el sexto puesto en un ránking económico medido apenas por el PBI. La noticia es equivalente al anuncio, en febrero pasado, del desplazamiento de la economía japonesa por la china del segundo puesto en ese mismo tipo de ránking y a la de la postergación de Alemania por China como primer exportador mundial anunciada a principios de año. Aunque las fuentes de estos anuncios son privadas (es decir, no ha sido confirmada multilateralmente), el anuncio del Center for Economics and Business Research (1) sobre el progreso brasileño confirma verosímilmente el proceso de cambios en la jerarquía del sistema. Ello, sin embargo, no responde aún con precisión qué tipo de cambio específico está en cuestión.


Y quizás esa respuesta no sea accesible aún no sólo porque la metodología de cuantificación del poder sigue siendo arbitraria sino porque uno de sus factores más aceptados, como el PBI, está en cuestión dependiendo del año base, de la ponderación de sus componentes y de su menor relevancia contemporánea (¿es éste mejor que el per cápita o que el se define por el poder de compra o que el que debe incorporar inasibles componentes ambientales?).


Aún así, la referencia es bienvenida porque, además de ratificar la realidad del cambio, sugiere, además de una perspectiva sistémica, una multilateral. En efecto, la estadística del CEBR confirma indirectamente que, si en el 2011, las economías de las cinco potencias con poder de veto en el Consejo de Seguridad (entendido como núcleo de poder), se encuentran hoy entre las primeras diez del mundo, el ascenso brasileño indica que el panorama será distinto en el 2020.


Sin embargo lo que se habrá producido a finales de la década será más una recomposición del orden de las potencias que hoy integran de manera permanente el Consejo de Seguridad, que un cambio radical que implique el desplazamiento definitivo de alguna de ellas por potencias emergentes según el CEBR. En efecto, de acuerdo con los indicadores del PBI proyectados por esa entidad, Estados Unidos, China, Rusia, el Reino Unido y Francia ocuparán, dentro de una década, los puestos 1, 2, 4, 8 y 9 entre las primeros diez economías del mundo. Y en lo que respecta a las potencias o mercados “emergentes”, sólo India y Brasil habrán confirmado o se habrán posicionado entre las primeros diez (puestos 5 y 6).


Si el PBI fuera un articulado sintetizador de capacidades, ese resultado, a un par de décadas del cambio brusco del sistema en 1991, podría estar mostrando un lento grado de cambio posicional en la estructura del sistema internacional. Pero como no lo es (como no lo son tampoco las proyecciones de potencias emergentes tipo “BRIC” diseñado por Goldman Sachs cuestionadas por el banco BBVA que encuentra en los “EAGLES” emergencias adicionales en Corea del Sur, Indonesia, México, Egipto y Taiwán), ese indicador económico apenas confirma la necesidad de cambiar los mecanismos decisorios de los regímenes internacionales fundamentales de la ONU, empezando por el Consejo de Seguridad.


De otro lado, si seguimos los patrones de evolución del desarrollo y no los que quisieran semejar poder (como el PBI), el grado de cambio futuro no sólo parece mayor en el sistema sino que la jerarquía de poder actual, medida o contrastada por indicadores de desarrollo humano, está completamente desfasada. Así, asumiendo que el Índice de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2) es correcto, de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, sólo Estados Unidos (puesto 4) forma parte de los primeros diez países de mejor nivel. Los demás están bastante atrás en la lista: Francia ocupa el puesto 20, el Reino Unido el 28, Rusia el 66 y China el 101 (por debajo de países andinos como Perú -80-, Ecuador -83-, Colombia -87-).


En realidad, si el indicador principal fuera el IDH, la jerarquía de poder, entendido como bienestar que induce conductas, estaría liderada por países del Norte de Europa (Noruega –puesto 1-, Países Bajos -3-, Irlanda -8-, Alemania -9- y Suecia -10), de Oceanía (Australia -2-, Nueva Zelanda -5-) y Norteamérica (Estados Unidos -4- y Canadá -6-).


Sin embargo, el IDH también está en cuestión no sólo porque puede no incorporar todos lo factores relevantes, sino porque su concepto fundamental –el desarrollo humano- está también en evolución sacrificando precisión para abarcar densidad integral.


En efecto el IDH se refiere hoy al desarrollo sostenible ya no como aquél que reclama que el progreso de hoy se logre sin sacrificio de los recursos necesarios de mañana, sino como el que demanda equidad más allá del logro de ciertos objetivos “desarrollistas” o redistributivos (como los Objetivos de Desarrollo del Milenio). Ello es loable, pero no contribuye a una mejor medición del desarrollo en tanto que tendría que lidiar con variables que oscilan entre la igualdad absoluta y los límites de la asimetría en una sociedad.


Sin embargo, más allá de estas dificultades de medición, los indicadores con que cuenta hoy el sector público y privado para medir capacidades relativas y grados de progreso son inmensamente superiores a los disponibles hace una generación. A ellos debemos de referirnos como guía necesaria en inmenso proceso de cambios que hoy vive el sistema internacional.


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