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  • Alejandro Deustua

Fin De Año: El Gasto Militar En Suramérica

Si en abril pasado el SIPRI sorprendía con el anuncio de que Suramérica fue, en el 2010, la región que registró la mayor tasa de crecimiento de gasto militar (5.8%) (1), hoy esa entidad se pregunta si ese crecimiento se hizo a expensas del gasto social (2). La respuesta, por negativa, es también sorpresiva.


Para esclarecer esta información en una región que, al margen de escenarios de intensa conflictividad interna (Colombia), de confrontación sistémica (Venezuela) o de incremento excepcional de capacidades (Chile y Brasil), no presenta amenazas convencionales activas (distintas de las latentes) es necesario adelantar que el SIPRI emplea una definición amplísima de “gasto militar”. Ésta se refiere a “todo gasto financiero” vinculado con la fuerza armada que, más allá de las adquisiciones, operaciones, mantenimiento o requerimiento logístico de la fuerza, incluye gastos de personal, administrativos (ministerios de Defensa) y previsionales (pensiones).


Si esa definición disminuye el impacto de la original información del SIPRI sobre la excepcionalidad suramericana (no se trata sólo de gasto en armas), éste se atenúa adicionalmente si se tiene en cuenta que la información sobre la tasa de gasto no traduce el gasto efectivo. En el escenario del gasto real, Suramérica está entre las regiones que menos recursos destinan al ámbito militar.


Así, aunque la tasa de crecimiento haya sido mayor en el 2010, su expresión en los US$ 63 mil millones comprometidos en ese año es extremadamente lejana, obviamente, del gasto norteamericano. Esta superpotencia, responsable de 43% del total del gasto mundial mundial, erogó seis veces más que China aún reduciendo a 2.8% su tasa promedio de 7.4% en el período 2001-2009.


Es más, el gasto suramericano fue muy inferior al realizado por regiones de fuerte tradición militar. En relación al Medio Oriente ese gasto fue casi 50% menor al registrado en esa región (US$ 111 mil millones en el 2010 resultado de un crecimiento de 2.4% en relación a 2009).


Y en relación al Asia, una de las regiones que mayores recursos dedica a emprendimientos militares, el gasto suramericano ciertamente no estrechó la brecha con las inversiones en capacidades y gasto general en la otra orilla del Pacífico. Esa brecha, más bien, siguió incrementándose al ritmo del extraordinario crecimiento económico asiático.


En realidad, el gasto suramericano en un año de recuperación como fue el 2010, apenas superó al africano (5.2%), escenario cuyo nivel de conflictividad efectiva es mucho más alto.


Es sobre estas comprobaciones materiales que el SIPRI procura esclarecer, ahora en diciembre, el fuerte crecimiento del nivel de gasto suramericano registrado en marzo. Para hacerlo, compara la tasa de crecimiento de ese gasto con el empeñado en los sectores de educación y salud para determinar si aquél se realizó a expensa del gasto social.


Así, al comprobar que en la abrumadora mayoría de los casos, el gasto militar es bastante inferior al realizado en esos dos rubros, el SIPRI concluye que aquél no se realizó a expensas de éstos y que, salvo por el costo de oportunidad, ese gasto estuvo más bien correlacionado con la importante recuperación del PBI en el 2010.


Ello no obstante, el SIPRI precisa los casos excepcionales de Chile y Ecuador en tanto éstos rompen con la constante regional que señala que el gasto militar es inferior al gasto en educación y salud en los períodos 1995-1998, 1999-2002, 2003-2006 (en este subperíodo el comportamiento chileno no es excepcional) y 2007-2009.


Según esa entidad, gracias, entre otros instrumentos, a la “ley del cobre” que permitió dedicar 10% de los ingresos de las ventas de ese producto al gasto militar, Chile ha sido el mayor importador de armamento en los últimos 20 años (y “especialmente” en los últimos cinco) superando a la potencia regional (Brasil). Este intenso proceso de adquisiciones ha ocurrido al margen de que el gasto de la policía (Carabineros) y el del importante sistema de pensiones se incluya en el gasto militar chileno. El otro caso excepcional (Ecuador) ha estado vinculado también al financiamiento del gasto militar a través de las exportaciones de recursos básicos (en este caso, petróleo). Al margen de las conclusiones del SIPRI (y de que Chile, con Colombia y Cuba sean los únicos Estados en la región que superan el 3% del PBI en gasto militar), la diferencia entre Chile y Ecuador es que el primero se ha consolidado como potencia militar predominante en el Pacífico sur y el segundo es un país quizás sobrecargado por sus niveles de gasto.


El resto de los países de la región han gastado en el período 1995-2009 menos del 2% de su PBI y, de manera sistemática, más que ese nivel en educación y salud. Ese hecho determina la conclusión del SIPRI de que el gasto social no ha sido impactado por el gasto militar en la región salvo por el matemático costo de oportunidad.


En casos como el peruano, con un amplio territorio que defender y ocupar, muy serias amenazas trasnacionales que confrontar y un equilibrio elemental que restablecer en su escenario geopolítico, el gasto militar es excesivamente bajo. Ello no parece acá cualidad sino imprudencia.


Pero más allá de estas consideraciones singulares, el hecho es que el gasto militar ciertamente no es una carga excesiva en la mayor parte del área y que su tasa de crecimiento, vinculada a las fluctuaciones del PBI, parece mal dimensionada si la estadística del SIPRI no es adecuadamente explicada como lo ha hecho esa entidad, meses más tarde.


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