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Alejandro Deustua

Las Vacaciones del Presidente Morales

Para el Perú es un honor que presidentes de los países vecinos elijan pasar sus vacaciones en Machu Picchu. Esa grata opción ha sido ejercida por el Presidente de Bolivia, Evo Morales. En efecto, éste, luego de una visita de trabajo al Presidente Humala, de suscribir una declaración conjunta y de jugar un partido de fulbito (con resultados impublicables para el equipo peruano) prosiguió su estadía visitando, bajo la lluvia, los diferentes monumentos arqueológicos de la zona y hasta escalando el Huayna Picchu en tiempo récord.


Aunque inusual y excesivamente coreografiada, la visita anduvo relativamente bien hasta que el Presidente Morales decidió repetir en un diario local su catecismo antisistémico. Sin demasiada preocupación por distinguir entre lo que un Jefe de Estado puede y debe decir en un país vecino y la mayor libertad de expresión de un candidato, el Presidente boliviano se esmeró en destacar las virtudes de los acuerdos de comercio entre los pueblos que distinguen al ALBA, el valor estratégico de esa entidad, los excesos de las multinacionales que patrocinan la inversión extranjera, el uso de la política antidrogas norteamericana con turbios propósitos imperialistas, la revisión del acuerdo de límites boliviano-chileno de 1904 y la diplomacia de los pueblos.


El Presidente Morales no hizo en esa entrevista referencia alguna a la Declaración de Cusco suscrita con el Presidente Humala en la que se pasó revista al estado de la relación peruano-boliviana. Ignorando por completo la importancia de ese instrumento como seña de una mejor relación bilateral y la necesidad de su implementación (que, como lo ha informado el Canciller Choquehuanca, implica la revisión del impropio acuerdo sobre un inviable anexo de la Escuela de la Fuerza Naval boliviana en Ilo), el Presidente Morales se olvidó de destacar la importancia de las relaciones con el Perú.


En lugar de reparar en esa omisión (que afectó también a la ampliación de los acuerdos de Ilo de 1992), el Presidente Morales ignoró por completo en esa entrevista que los intereses bolivianos que describía con deleite mesiánico no son convergentes con los intereses peruanos. Como se sabe, el Perú ha optado por los acuerdos de libre comercio como una forma de mejorar su inserción en el mundo, ha reiterado su interés en la inversión extranjera directa (especialmente en el sector minero que es económicamente vital), ha redefinido nominalmente su política exterior como no vinculada a ningún movimiento ideológico, ha favorecido la cooperación de Estados Unidos en la lucha contra el narcotráfico, se ha empeñado en solucionar pacíficamente un controversia marítima con Chile que nada tiene que ver con un tratado vigente y considera que la gran cantidad de conflictos internos identificados por la Defensoría del Pueblo constituyen, en el agregado, un problema de seguridad para el país.


Con absoluta indiferencia por estos intereses fundamentales del Estado anfitrión, el huésped no sólo enumeró intereses contrarios sino que añadió un desafío: él seguirá ejerciendo la “diplomacia de los pueblos” que consiste en tomar contacto directo con las organizaciones sociales para concertar objetivos de implementación transnacional de fuerte y controversial sesgo ideológico. Este mecanismo que, es bien diferente de los usos aceptados de la propaganda o de la más convencional “diplomacia pública”, tiene mucho de intervención en asuntos internos como ya lo han demostrado embajadas de los países del ALBA en el Perú (y lo ha corroborado el Vicepresidente García Linera que, con elegancia burguesa, ha hecho recientemente en CNN la escueta apología de la rebelión). Si esa actitud es especialmente sensible en el sur del Perú, al Presidente Morales no le ha importado en absoluto.


A pesar de los esfuerzos de la diplomacia peruana, el actual presidente boliviano se esmera en demostrar que antes que a un Estado él representa a “pueblos” plurinacionales. En consecuencia, la enumeración pública en el Perú de intereses divergentes con los del Estado anfitrión le parece un acto de heroica, evangelizadora o simpática reivindicación adicional a la luz de sus preferencias sindicales, de su apego a la “diversidad” y de su lealtad superior al ALBA. A este tipo de antidiplomacia (que incluye ventilar en el territorio del vecino sus diferencias con otro cuando el anfitrión lleva un proceso serio ante la Corte Internacional de Justicia) el Presidente Morales denomina “generación de confianza”.


Es importante que la Cancillería peruana tome nuevamente nota de estos comportamientos que involucran no sólo distintas formas de entender el mundo, sino informal trato interestatal calificado por una épica trasnacional cuya base reivindicativa se sustenta en la victimización y, por tanto, en el desafío sistemático y sectario como política.


El Perú debe tener las mejores relaciones con Bolivia. Pero éstas se deben basar en intereses compartidos, convergencia sistémica y respeto, en un escenario cambiante, de las formas como los Estados se relacionan entre sí. El Perú debe empeñarse en lograr que el gobierno boliviano lo comprenda en lugar de estimular filiaciones emocionales y actos de desprendimiento unilateral. Por lo demás, todos los Jefes de Estado vecinos son bienvenidos en el Perú sea para pasar vacaciones serenas o para mejorar las relaciones de cooperación.


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