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  • Alejandro Deustua

La Visita del Presidente Electo a Estados Unidos

Al ser recibido hoy el presidente electo Ollanta Humala por la Secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, y el Asesor de Seguridad Nacional, Tomas Donilon, el futuro Jefe de Estado hace algo más que confirmar la importancia de los Estados Unidos en la política exterior peruana. En efecto, a la luz de la peculiar convicción nacionalista del señor Humala y de la excluyente prioridad latinoamericana expresada en su primer programa de gobierno, su apertura a Estados Unidos deja de ser un acto de sentido común y de reiteración de un claro interés nacional para implicar un tranquilizador cambio de línea.


Si ello refleja o no el espíritu pragmático del presidente electo que los norteamericanos parecen haber percibido desde el 2006 como lo refiere alguna publicación que se sustenta en la inefable Wikileaks, es otra cuestión.


Luego de una exitosa gira a cada uno de los países del Cono Sur, complicada sólo por algunas opiniones sobre temas sensibles de política exterior peruana emitidas desde el extranjero, esta visita consolida las expectativas de racionalidad en la futura gestión del electo. Éstas no se refieren sólo a la necesidad de generar confianza en los agentes del mercado sino en la disposición a mantener la estabilidad interestatal en el área y a reconocer a nuestros socios tradicionales como lo que son antes que por la distorsionada percepción que se tenga de ellos alimentada por las peculiares fuentes ideológicas del excandidato Humala.


Esta evolución de comportamiento político no está asegurada, sin embargo, si se tiene en cuenta la tendencia del presidente electo a afiliarse a ciertas preferencias rendencionistas (el peligroso planteamiento de la multiculturalidad política o de insostenibles alianzas pretéritas) o denunciatorias (el conflicto con la prensa) de los presidentes de Bolivia y Ecuador expresadas durante las respectivas visitas.


Pero esos pasivos han sido compensados por la confirmación de la buena relación con el Estado ecuatoriano y, especialmente, con Colombia. En este último caso debe desatacarse la disposición mostrada por el señor Humala a escuchar las urgencias del presidente Santos a redoblar esfuerzos en la lucha contra el narcotráfico, fortalecer la seguridad fronteriza y llevar a buen puerto el Acuerdo del Pacífico.


Este último instrumento –el intento de integración profunda de Perú, Chile, Colombia y eventualmente, de México sobre la base de economías de mercado y democracias representativas- debiera ser uno de las propuestas que el candidato electo lleve a Washington. Por lo demás, Estados Unidos debiera estar interesado en ese eventual acuerdo en tanto éste agregaría un fundamento marítimo al sistema interamericano y complementaría la negociación del Acuerdo Estratégico Transpaciífico de Asociación Económica que involucra a la superpotencia en la generación de una zona de libre comercio en el marco de la APEC.


No es esto pedir demasiado ni implica exceso de ambición en una visita que supone una primera toma de contacto con propósitos de generación de confianza y de corregir la percepción del presidente electo por la Administración norteamericana. En realidad proponerse ese objetivo puede ser poco si se considera que la relación de Estados Unidos con la América Latina ha sido replanteada en términos no orgánicos ni demasiado concretos por el Presidente Obama en el 2009: en las “asociaciones de igualdad” esbozadas prima el compromiso antes que la diferencia de status entre las partes sin especificar la materia ni al interlocutor.


Por lo demás, éstas no parecen aún demasiado operativas en tanto su marco –que desmerece la importancia de las asimetrías entre las partes- y la imprecisión de sus contenidos –desde seguridad ciudadana hasta energía- parece más el replanteamiento de una agenda antes que una política por una potencia que desea reducir sus costos y cargas en un escenario global de transición y de incertidumbre.


En consecuencia, el presidente electo le haría un servicio al país si, en ese marco, llevara a Washington una propuesta de relación antes que una lista de requerimientos. Ésta podría empezar por la aproximación norteamericana al Acuerdo del Pacífico (que no implica gran costo para la superpotencia y sí muchas ventajas), seguir por la reactivación del sistema interamericano (que, con reformas pendientes en el ámbito de la seguridad colectiva y consensos quebrados en el ámbito de la protección de la democracia representativa, sigue un rumbo amodorrado) y culminar en una asociación más eficaz para el combate del narcotráfico (la aproximación norteamericana sigue siendo bilateral y manteniendo a Colombia como centro).


Éstas u otras iniciativas servirán, además, para calificar la seriedad del compromiso del próximo Jefe de Estado en la relación extrasubregional que debe ser extendido, de momento y bajo sus propias particularidades, a otro de nuestros socios tradicionales: la Unión Europea.



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