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  • Alejandro Deustua

La Dimensión Externa de la Conflictividad Interna en Suramérica

Quizás como nunca antes, las economías latinoamericanas están preparadas para afrontar el impacto de una crisis sistémica pero sus instituciones y sociedades no parecen tener la misma consistencia. De ello dan muestra una serie de conflictos internos de gravedad creciente que incrementan el riesgo político, erosionan los mecanismos de contención de las economías del área y retroalimentan un clima externo crecientemente adverso a la región.


Si en Suramérica, el más grave de todos estos conflictos ha sido, hasta hoy, el que en Paraguay ha derivado en la remoción presidencial, otros conflictos interinstitucionales o de abierta confrontación entre segmentos de la sociedad y la autoridad muestran un preocupante patrón de escalamiento con el agravante de que todos tienen una mayor o menor dimensión externa.


Esta última característica no pudo ser más evidente en la confrontación entre Congreso y el Ejecutivo paraguayos si el conflicto derivó en la suspensión de la participación del Paraguay en el UNASUR y el MERCOSUR y en acusaciones de injerencia. De esa dimensión externa no está exento el violento enfrentamiento entre la policía y el gobierno boliviano y tampoco el paro de transportistas argentinos encabezados por un líder sindical del partido peronista.


En efecto, en el caso de Bolivia el levantamiento de la policía dice bastante de las complicaciones de la supuesta influencia venezolana y cubana en las fuerzas del orden en ese país. Y en Argentina, el impacto económico de la huelga de los transportistas se reflejó en el comercio exterior y el volátil sector energético.


La dimensión externa de esos conflictos merece la mayor atención en tanto la estructura de los mismos, su dinamismo y el tipo de actor involucrado conforman una situación que, más allá de la mayor o menor desestabilización de los gobiernos, hubiera significado, en otras épocas, la deposición de estos últimos. Es más, los conflictos entre segmentos de la sociedad y los gobiernos nacionales que aquejan a la región tienen hoy elementos de carácter global como son los que involucran al medio ambiente y a la relación intergeneracional.


El primer tipo de estos últimos conflictos se expresa hoy en el Perú ante la protesta antiminera que desborda el ámbito sectorial para incluir regiones del país (como ocurrió antes en Bagua, Puno y Cusco). El ambientalismo político que los define tiene un carácter trasnacional que, arraigado en algunos vecinos, presentan un grado de complejidad mayor. Si éste no ha llegado a la fricción internacional (como ocurrió entre Argentina y Uruguay en el caso de las papeleras), el conflicto podría dar ese paso si la interferencia de los movimientos ecologistas convencionales e informales se incrementa.


Otro tipo de conflictos en el que se manifiesta un fenómeno global –el intergeneracional- se ha visto en Chile durante las revueltas estudiantiles del año pasado. El resultado (la erosión en la aceptación general del gobierno y la recuperación del protagonismo de viejos partidos políticos –como el Partido Comunista- interactuando con la dimensión juvenil de la protesta) está a la vista. A la par del deterioro del consenso democrático en Chile, ese conflicto ha mostrado un vínculo externo –el cubano- evidenciado, con claridad, por algunos de los líderes más prominentes del estudiantado chileno.


De otro lado, a pesar de que cada uno de estos conflictos tiene su propia especificidad y justificación, parece claro que todos están afectados por el clima de incertidumbre que genera la crisis económica y financiera internacional. Como es evidente, antes que restringir la conflictividad, ese clima es proclive a la misma en Suramérica. En consecuencia, los gobiernos afectados harían bien en evaluar el componente externo de la conflictividad interna que padecen. Si el diagnóstico de la misma puede ser complejo, el manejo de crisis podría ser más eficaz.


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