Un importante error diplomático acaba de complicar los fundamentos liberales de la política exterior peruana y alterado el posicionamiento geopolítico del Estado en momentos de inestabilidad global. En efecto, la disposición del gobierno de modificar el equilibrio diplomático en el área ha derivado en el sobredimensionamiento de la relación con Venezuela.
Las explicaciones brindadas al respecto carecen de fundamento serio. Para empezar, el Perú no tiene necesidad de “voltear la página” con Venezuela en tanto la relación bilateral es propia de Estados con intereses generales divergentes y asuntos concretos que resolver.
En ese marco, la suscripción de un acuerdo comercial no requería de una visita presidencial a Caracas. Y menos en vísperas de la nueva gira por los países del ALBA que inicia el jefe de gobierno de Irán mientras ese país viola el tratado de no proliferación nuclear y amenaza con una nueva crisis petrolera (Ormuz).
Peor aún cuando lo que se logra es apenas la formalización de condiciones de mercado preexistentes al momento del retiro venezolano de la CAN y lo que se ofrece a cambio es una fuente de vulnerabilidad: la asociación de Petroperú con PDVSA cuando la primera intenta su retorno a la actividad productiva.
Al respecto, llama la atención el parapeto “técnico” que algunos construyen para ocultar el hecho de que PDVSA –un socio que se privilegia sobre Petrobras o ECOPETROL- no es una empresa petrolera sino la desastrosa fuente de poder económico y geopolítico del régimen autoritario del señor Chávez. En efecto PDVSA no es sólo el núcleo de influencia de los proyectos petroleros chavistas constituidos en torno a Petroamérica, ese engendro expansionista mediante el cual Chávez influye en el Caribe, la CAN y el MERCOSUR. También es la principal fuente de divisas del Estado bolivariano que emplea el retorno del 92% de sus exportaciones en el control de la economía venezolana y en la subyugación de su ciudadanía mientras la producción de la empresa sucumbre (casi1 mbd menos en una década), su burocracia aumenta, sus colocaciones se condicionan a la alianza política y sus reservas no atraen la inversión requerida.
El Perú no necesita a PDVSA en la petroquímica de Ilo ni en el procesamiento de fosfatos de Bayóvar ni en ningún proyecto de desarrollo de hidrocarburos en el Perú. La razón es simple: Petroperú necesita credibilidad para salir al mercado que PDVSA le resta y la proyección de influencia de la Venezuela chavista desde el Pacífico peruano hacia el heartland suramericano es inadmisible en el área.
Más aún cuando esa influencia es también la de la decrépita dictadura cubana y está marcada por la impronta iraní envuelta en sanciones colectivas que afectan a sus interlocutores económicos. ¿El Perú quiere ser uno de ellos?.
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