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  • Alejandro Deustua

Fin de Año

Un factor de incertidumbre se acaba de sumar al escenario de inestabilidad global. El cambio de posta en esa oscura potencia totalitaria que es Corea del Norte, cuyo ropaje de Estado fallido no oculta su poder de chantaje nuclear, ha actualizado la fricción que el balance de poder en Asia trata de regular.


Con China como potencia predominante y locomotora principal del crecimiento y un comercio intraregional creciendo al ritmo del 50% de los intercambios totales, la realidad del conflicto muestra sus fundamentos en el Asia. Sus componentes son conocidos: armamentismo creciente, rivalidades históricas, latencia de escenarios bélicos, zonas de influencia contrapesadas por alianzas y, hoy, reposicionamiento de los Estados Unidos. Estas realidades hostiles, y no las amables de la APEC, diseñan la cuenca del Pacífico.


Ese escenario interactuará crecientemente, en el 2012, con el de la revolución irresuelta en el Norte de África y el Medio Oriente. El desmoronamiento del viejo orden no se expresa allí aún en una realidad democrática cuyo potencial organizador debe lidiar con la fricción entre los requerimientos económicos, la tradición islámica y la pérdida de legitimidad de las fuerzas armadas.


En ese contexto la postración egipcia y las limitaciones turcas se dan de bruces con el afán nuclear iraní y su creciente influencia en Irak que, luego de ochos años de conflicto, no ha encontrado organicidad sustentable.


Esta situación, estrechamente vinculada a la continua pérdida de poder ordenador norteamericano no tiene arraigo pero sí impulso en la crisis económica del 2008. Si su dinámica ha encontrado en la Unión Europea un espiral destructor de dimensiones sistémicas, ¿estamos frente a la crisis terminal de Occidente? Ciertamente no como civilización si la centralidad de sus principios y regímenes sigue impregnando un amplio rango de culturas. Pero la jerarquía de sus potencias es crecientemente disputada por la emergencia de otras dentro y fuera de Occidente.


De este escenario de redefinición sistémica, los Estados liberales de América Latina no pueden quedar nuevamente al margen. En el 2012 éstos debe identificar un nuevo rol en un campo marcado además por un multilateralismo debilitado, la contracción económica y la necesidad de vencer la tentación autárquica.


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