El Mundial y la Nación
- Alejandro Deustua
- 26 jun 2018
- 2 Min. de lectura
El campeonato mundial de fútbol no sólo es el torneo de mayor convocatoria global sino también la insuperable contienda lúdica entre naciones antes que entre Estados.
Si bien los contendores provienen de Estados nacionales, ellos no compiten en función de gobiernos, soberanĆas o jurisdicciones sino en representación de comunidades con identidades bĆ”sicas formadas en culturas y espĆritus gregarios, valores y modos de vida singulares. Ellos representan a comunidades nacionales mimetizadas con sus equipos en la cancha.
A diferencia de los clubes trasnacionales, las selecciones confrontadas son la mĆ”s pulcra expresión del nacionalismo y la alegorĆa mĆ”s pacĆfica del conflicto a la que asistimos a travĆ©s de medios globales.
Como en el mercado, el esfuerzo de esos equipos nacionales son recompensados con goles, clasificaciones y triunfos finales (o privados de ellos) en beneficio o detrimento emocional de corporaciones formadas por millones de accionistas-ciudadanos.
Como en la guerra, esos competidores se enfrentan, a pesar de los empates, en extraordinarios juegos de suma cero en los que ellos empeƱan su vida profesional y el aprecio ciudadano sabiendo que al final habrƔ un solo ganador, un emperador que no sojuzga y que se renueva cada cuatro aƱos.
Como en las religiones, los contendores tribales comparten pasiones mĆsticas y heroicas, realizan sacrificios y hazaƱas que redimen espiritualmente jugĆ”ndose el pellejo por una victoria que exalta la identidad nacional.
Como en la comunidad internacional, los competidores cooperan también entre ellos para que la sobrevivencia colectiva del juego, organizada en reglas por jueces e instituciones comunes, permitan que cada nación futbolera pueda volver al foro en el campeonato siguiente.
Y, a pesar de que los integrantes de estas representaciones comunitarias ālos jugadores- son asalariados desiguales, todos laboran con su mejor esfuerzo procurando la mayor productividad, los mejores tĆ”cticas y diseƱos de juego, la mayor eficiencia de procesos y la maximización de resultados en procura del Ć©xito y de su mejor posicionamiento en el mercado futbolero casi siempre coincidente con el reconocimiento y gratitud nacionales. Cuando fracasan, el menosprecio social es el cruel castigo que les imponen las naciones que representan.
Si alguien pensó que la globalización trasnacionalizarĆa todos los comportamientos y desarraigarĆa todas las identidades, el campeonato mundial nos recuerdo cuĆ”n lejos estamos de ello.
Y si los que no leyeron a Smith creyeron que el mundo era el coto exclusivo de los individuos, este campeonato los devuelve a la realidad de la nación. Ćsta, mimetizada en una de sus formas lĆŗdicas mĆ”s expresivas, muestra que el triunfo es mejor apreciado en el marco comunitario proveedor de identidad y recompensas segĆŗn el esfuerzo y habilidad de cada quien.
De este tipo de nacionalismo deberĆan aprender gobernantes y funcionarios que prefieren definir el interĆ©s nacional a su imagen y semejanza.




