Hace pocos días en México la promesa de una regeneración política interna coincidió en el tiempo con un esfuerzo restaurador de la cooperación global en Argentina. Los hechos no podían ser más contrapuestos: en el DF Andrés López Obrador asumió el gobierno con la consigna de un introspectivo “cambio de régimen” mientras en Buenos Aires el G20 intentaba compensar el deterioro multilateral con la revaluación del diálogo entre los concurrentes.
En efecto, si en México, AMLO bramaba contra la corrupción y el “fracaso del neoliberalismo” prometiendo inaugurar una etapa histórica comparada con la de la independencia y la revolución de 1910 nada menos, en Argentina el G20 se esforzaba, en apariencia, por mantener el sistema liberal incluyendo la centralidad del libre comercio. Sin mencionar al proteccionismo como amenaza, planteó la reforma de la OMC entre otras manifestaciones solidarias.
En ambos casos la truculencia tenía propósito. En México, relativizar la promesa de lucha contra la corrupción con la decisión de no embarcarse en juzgar a los corruptos del pasado (una mímica del “punto final” rioplatense), comprometer imprecisamente la separación de lo público de lo privado (que el PRI entreveró) y redefinir la organización de la policía federal con el cuestionado concurso de la Fuerza Armada en la lucha contra el crimen organizado (llamadas por el PAN).
En el G20 bonaerense el encubrimiento de los agitadores del proteccionismo tuvo un objeto más preciso: no espantar a Estados Unidos del diálogo con China para suspender por 90 días incrementos arancelarios de 250 billones de dólares a cambio de mayor y mejor apertura al mercado chino aún pendientes de negociación.
El Sr. Trump estuvo tan conforme que firmó, aunque con reservas ambientalistas, una declaración final –inicialmente puesta en duda a la sombra del fracaso de la cumbre APEC-, que subrayaba la condición irreversible de la lucha contra el cambio climático.
El consenso respondía, a la vez, a las advertencias de la OCDE sobre la necesidad de cooperar para garantizar un aterrizaje suave de la economía global que ya ha alcanzado el tope de su impulso de crecimiento. De no ser así, ésta podía colapsar por el muy real impacto de las tensiones comerciales. Es más este riesgo estará al alza, dijo la OCDE, de no mediar rectificaciones nacionales y multilaterales que el FMI ratificó subrayando la urgencia de la coordinación colectiva.
En México, AMLO tenía otras preocupaciones sin embargo: subvencionar el agro y subir las pensiones sin incremento de impuestos mientras se articula una rebaja de sueldos burocráticos, un esbozo de contrareforma energética (más producción, menores precios internos) y esfuerzos por un menor endeudamiento externo. Si ese programa fue apoyado por la mayoría ciudadana no aseguró, en apariencia, amplios consensos políticos y empresariales.
Tal incertidumbre tendrá correspondencia en la política exterior mexicana a la que sólo se hizo referencia aludiendo a principios básicos (no intervención, autodeterminación) y buenas relaciones con todos (incluyendo Venezuela: ¿adiós G15?).
Y la más extensa y normal referencia a Estados Unidos tuvo apenas compensación en un vago compromiso con América Latina que no incluyó a la Alianza del Pacífico. Si ésta se basa en principios liberales coincidentes, el impacto en ella de la reiteración mexicana de la versión antidemocrática del pluralismo político debiera preocupar a sus miembros.
Quizás AMLO cocine allí algún elote fragmentador que complementa la fractura del sistema internacional que el G20 buscó no incrementar.
