El acuerdo informal sobre la titularidad europea en la conducción del FMI y de la norteamericana en el Banco Mundial no es el único régimen que es hoy abiertamente cuestionado por el resto de miembros de las instituciones de Bretton Woods. A la reforma en el sistema de votación y de la arquitectura de esa esas entidades se suma hoy el cuestionamiento del carácter del liderazgo en las mismas.
En el caso del FMI, la renuncia o el retiro anticipado de su Director Gerente no se ha convertido aún en tendencia pero constituye un síntoma preocupante luego de la partida anticipada del señor Rodrigo Rato por razones personales y del lamentable derrotero en que se ha embarcado el señor Dominique Strauss-Khan.
De otro lado, a diferencia del Fondo, donde a pesar de las circunstancias personales de sus líderes la competencia profesional de los mismos no ha estado en cuestión, ese cuestionamiento sí ha afectado eventualmente al Banco Mundial.
En efecto, desde la selección de Robert MacNamara a la Presidencia de la institución en 1968, el Banco se ha constituido en una alternativa política para autoridades norteamericanas de cuestionable éxito en el Departamento de Defensa en los casos de los señores Robert MacNamara y Paul Wolfowitz que fueron Secretario y Subsecretario, respectivamente, de esa entidad de seguridad. Aunque esta no es la situación del señor Robert Zoellick, de larga trayectoria en la jefatura del USTR y en la asesoría del Departamento de Estado, y que MacNamara tuviera éxito en la gestión del Banco, no ocurrió lo mismo con la gestión del señor Wolfowitz.
En cualquier caso, la naturaleza del liderazgo en estas instituciones se ha debilitado en tanto el proceso de selección de los candidatos es prácticamente un asunto interno de la primera potencia y un torneo de influencia en Europa. En un contexto de cambio sistémico y de emergencia de nuevas potencias, la calidad de ese proceso resta legitimidad a un liderazgo cuyo proceso selectivo parece tan desapegado de la realidad como lejano está el año cuando las instituciones en cuestión fueron creadas en Bretton Woods. En efecto, si hoy la competencia entre Estados que aspiran a colocar un representante en los mayores cargos de estas entidades forma, de hecho, parte activa del proceso de selección de los candidatos pero el escenario que manda sigue siendo el de1944, es natural preocuparse por la estabilidad del sistema financiero y por la calidad de la asistencia a los países en desarrollo que el Fondo y el Banco deben procurar.
Sin embargo, si a pesar de ello si la calidad de los resultados del sistema se mantiene, ello indicaría que el rol de ese tipo de liderazgo es menos importante dentro de esas entidades o que éstas tienen menor trascendencia decisoria en un escenario de globalización compleja. De otro lado, si el rol del Fondo y del Banco fuera realmente determinante de la estabilidad financiera y del desarrollo en la mayor parte del mundo a pesar de las vicisitudes que hoy afectan al liderazgo de esas instituciones, es evidente que ello resalta la cohesión burocrática de ambas entidades.
Con medio siglo de experiencia, la captación de funcionarios con las más mejores calificaciones y una altísima densidad institucional, es probable que el proceso de generación de políticas del FMI y del BM haya adquirido una inercia que asegura la continuidad. Más aún cuando ésta parece aglutinada por una cultura económica ligada a la ortodoxia doctrinaria y procesal tan difícil de cambiar y tan fácil de predecir en términos de resultados.
En términos weberianos, la tradición burocrática jugaría aquí un rol estabilizador más allá de lo que ocurra en la dirección institucional aunque ésta se vea afectada por una temporal pérdida de credibilidad (que, sin embargo, es esencial en el sistema financiero). Quizás por ello el señor Strauss-Khan se dejó llevar por el “aburrimiento” que le permitió incurrir en excesos de conducta personal y el FMI produjo políticas de restricción de las expansiones previamente recomendadas antes de que la sintomatología de la crisis desapareciera del todo.
En este caso, en el que la tradición burocrática predomina, la disputa por el liderazgo de estas entidades culminaría entonces con un premio más simbólico que real para Europa y Estados Unidos. Y también claramente insatisfactorio en tanto no corresponde a las exigencias de la realidad contemporánea.
Pero si no fuera así, y los líderes del FMI y del Banco tuvieran efectivamente un poder mayor (o la ilusión del mismo) a contrapelo de su escasa base de legitimidad (que no es lo mismo que capacidad, virtud que nadie puede negar a la señora Christine Lagarde), la irracionalidad decisoria en esas entidades seguirá siendo un riesgo que merece alerta colectiva.
Aunque, quizás por última vez, ello seguirá dependiendo de la voluntad de los Estados con mayor influencia en la selección de estos liderazgos –y éstos son pocos-, ésta es un razón adicional para incrementar la capacidad de los miembros de ambas instituciones en la exigencia de rendición de cuentas.
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