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Alejandro Deustua

Una Tragicomedia Vernacular

18 de setiembre de 2022


Si en el lapso de 14 meses la Cancillería ha albergado a ministros de diversos orígenes y objetivos el proceso y el resultado sólo podía se errático. Ello curre en momentos de crisis del Estado y del sistema internacional. A esa irracionalidad, Cancillería ha añadido hoy la contradicción como denominador de su función.


Si esto no fuera una tragedia para un Estado pequeño que, con alzas y bajas, ha bregado para lograr una buena inserción en el sistema y algún grado de desarrollo, ciertamente es una comedia frente a la que la comunidad internacional prefiere no reaccionar y, como en los velorios, baja la mirada.


Cuando, en julio de 2021, el gobierno subió el telón de Torre Tagle presentó, como actor principal, a un ex -guerrillero con serios problemas de percepción sobre una amenaza existencial contra el Estado (éste adujo una vinculación entre la CIA y Sendero Luminoso). Al perder el actor los papeles, el gobierno cambió de protagonista: un agente “de carrera” con agenda multipropósito, poco fondo y mucho contacto profesional subiría a tablas.


Pero los apremios del cargo fueron para él excesivos. Para el juego de sillas que empezaba llamó entonces a un silencioso académico con experiencia en agentes no estatales y derecho humanitario quien, al final de su gestión, confesó una preferencia transnacional en la creación de un nuevo orden internacional cuando el Estado estaba colapsando. Enbarcado ya la extravagancia vulgar Palacio hurgó entonces en el camerín jurisprudencial. De él extrajo a un actor de “carácter” e infinitos soliloquios, que pretendió corregir, a paso redoblado, errores del pasado desconociendo el terreno que pisaba.


Luego de que éste dejara sin efecto, sin más fundamento que el que cabe en un comunicado, el reconocimiento a una entidad política, irresuelta pero funcional, otorgado en los años 80 por razones exuberantes que éste gobierno quiso jerarquizar todavía más, el escenario empezó a crujir nuevamente. En lugar de congelar la relación diplomática con esa entidad, el canciller decidió romper el vínculo sin que, en apariencia, su supuesto jefe tuviera idea.


Y cuando la tuvo, iluminado quizás por asesores y funcionarios caseros, el jurista ya había anunciado que emprendería, en soledad caballeresca, la batalla por la suscripción de un tratado que debió haberse firmado en 1982. Pero el canciller, que comparte con muchos ese requerimiento desde hace cuatro décadas, olvidó sus circunstancias. El “medio operativo” no permitía este emprendimiento sin reavivar la imaginería del ultranacionalismo territorialista superado largamente en las negociaciones de la CONVEMAR. Los asesores formales e informales del Sr. Castillo utilizaron entonces el vetusto mito para eliminar del estrado al jurista que había olvidado una condición básica para la conducción de la política exterior:


Conocer el terreno político en que se actúa (es decir, el de sus vernaculares actores). Así acabó el primer acto de la tragicomedia.


Como al escribano de la obra se le acabó el reparto, para iniciar el segundo acto reclamó la renovada presencia del silencioso y humanista académico a la espera de que éste expresara en tablas el remedo de guión palaciego del día.


Pero he aquí que entonces aparece en escena el conjunto de actores anónimos del panfleto histriónico: los mismos congresistas que negaron al Sr. Castillo la autorización del viaje correligionario a Colombia ahora volvían sobre sus pasos sin que las circunstancias penales y de falta de legitimidad del dueño del reparto hubiesen cambiado. Entonces, el escribano se presentará ante la comunidad internacional -la Asamblea General de la ONU- leyendo alguna escritura preparada por sabe Dios qué secretarios sin tener idea de los fundamentos del guión a mal leerse.


Si la gran mayoría ciudadana reclama el adelanto de elecciones, por lo menos, no se entiende cómo los actores anónimos del Congreso han revertir ahora posiciones. Como todo es posible en el artesanal teatro peruano quizás el conjunto coral parlamentario desee ahora cambiar de obra y salvar al vilipendiado escribano.


Lamentablemente para ellos, éste ya ha dejado de ser Jefe de Estado por mandato de sus hechos y acciones. En consecuencia, la política exterior no puede depender de él. Es decir, si ésta aún se define por la proyección del interés nacional en el exterior y si, como se ha probado hasta hoy, el Sr. Castillo la desconoce careciendo de la solvencia requerida, mucho menos podrá representarla.


Es más, quizás mañana o pasado cambie también al renovado canciller conforme dicte el patrimonialismo que orienta la conducta de Castillo. Pero, bajo las circunstancias de decrepitud institucional que vivimos, quizás eso tampoco importe a quienes hoy deben llamarle la atención: los diplomáticos. Acostumbrados ya al cambio estacional de cancilleres quizás muchos crean que el movimiento del piso bajo sus pies se deba a un fenómeno telúrico y no al crujido de un Estado que colapsa.


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