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  • Alejandro Deustua

Una Conferencia para una Crisis Sistémica

Mientras el conflicto político y militar se incrementa en Ucrania y se escala lentamente entre Rusia, la Unión Europea, la OTAN y los Estados Unidos (aunque sin mostrar todo su potencial sistémico), los cancilleres de esas potencias y entidades (la UE) se reunirán en el corto plazo (quizás el jueves) para coordinar una apropiada gestión de la crisis que pudiera incluir la búsqueda de una “solución política”.


Esta reunión es la prueba de que el conflicto no es regional, que tiene gran potencial de expansión, que está configurando un nuevo orden estratégico en Eurasia y forjando un nuevo tipo de relación entre Rusia y la Unión Europea y especialmente entre Rusia y Estados Unidos cuya característica no es hoy la estabilidad.


A ese encuentro desea concurrir Occidente con un despliegue de fuerzas mayor a través de la OTAN evidente en un incremento de su presencia en el Báltico y el Mediterráneo mientras sigue fortaleciendo a las potencias medias y pequeñas de Europa del Este y Central.


Mientras tanto, las fuerzas rusas desplegadas alrededor de Ucrania, las que se encuentran en las bases de Crimea y las que contribuyen a sustentar los baluarte pro -rusos no permitirán fácilmente el éxito de Kiev en retomar territorio o en “poner orden” en el territorio ucraniano de mayor influencia rusa.


Pero si a la reunión de cancilleres se asiste con posiciones de fuerza incrementales (aunque aún referidas más a posicionamiento que a activación), el hecho de que todos acudan pensando en una solución indica que no habrá suma 0 (pero alguna “suma” habrá o podría haberla). En consecuencia, quizás algunos hechos se considerarán consumados, una nueva configuración de Ucrania podría estar en camino y un nuevo tipo de garantía de seguridad se pretenderá para los Estados más débiles de la zona.


En ese contexto, Rusia mantendrá Crimea a cambio de nuevos compromisos en los que el principio de no intervención (el respeto de las fronteras europeas) encuentren un nuevo equilibrio con el principio de autodeterminación (el problema de la presencia de ciudadanos rusos o rusófilos en Europa del Este y Central pero especialmente en el Báltico). En el proceso alguna agenda deberá contemplar los problemas de Moldavia y Tansnistria.


En ese marco la presencia de seguridad y defensa de Occidente en el área deberá incrementarse (un apoyo más activo y potente de la OTAN a la Unión Europea en el marco de la indefinición de la UE sobre la PESC, el incremento de la capacidad de realización del interés nacional de los miembros de mayor capacidad –Alemania, Francia, el Reino Unido-y la superación de unos presupuestos militares hoy debilitados).


Ello irá acompañado de un paquete de sanciones occidentales que podrán aplicarse o no en el marco del aislamiento ruso según Rusia se muestre más o menos flexible a la “solución política”.


A este respecto, la alerta del Presidente Putin sobre la amenaza real de una guerra civil en Ucrania será una carta a jugar. Para evitar que ésta se realice, quizás el Canciller ucraniano proponga, en medio de sus reclamos, el establecimiento de un nuevo orden interno en su país oscilando entre la mayor autonomía de las diferentes regiones y una federación (cuya parte rusófila implicará en los hechos una mayor influencia rusa en el escenario).


De ese tipo de solución, o de otra, no podrá estar ausente del escenario la emergencia de un nuevo tipo de disuasión mutua en tanto Rusia pretende consolidar su antigua zona de influencia y Occidente desea otorgar a Kiev algún tipo de pertenencia en la suya.


Aún en el caso de que las cosas salgan bien (una reiteración de acuerdos de libre comercio podría plantearse para el largo plazo como parte de un mecanismo de estabilidad) Rusia habrá logrado un mejor posicionamiento territorial en el área y estructural en el sistema. Y si las cosas salen mal, la alternativa bélica ya ha sido desempolvada.


Al respecto, ya no la América Latina (que está dividida) sino sus Estados liberales deberán adoptar una posición. La distancia que procura el Atlántico ya no es garantía de una neutralidad imperturbable. Y menos cuando, a diferencia de los tiempos de la Guerra Fría, hoy Rusia y China (y hasta Irán) tienen una presencia más o menos potente en la región.


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