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  • Alejandro Deustua

Una Conferencia Antiestratégica

Mientras la OTAN renovaba su doctrina estratégica y la agresión de Corea del Norte a su vecino del sur estaba por perpetrarse, se realizaba en Bolivia la IX Conferencia de Ministros de Defensa de las Américas. Aunque la práctica institucional de estas conferencias se ha consolidado y la OEA les brinda cobijo hemisférico, las circunstancias de renovación doctrinaria en el área transatlántica y de reiteración del Asia como escenario de conflicto requería de los ministros americanos atención y hasta una puesta a tono.


En lugar de ello, ha prevalecido en la sede boliviana (Santa Cruz) la rutina burocrática de estas conferencias cuyo ciclo se inició en 1995. Tan imprudente desatención del fuerte cambio sistémico y de sus circunstancias estratégicas es, obviamente, un error mayor para un foro de cooperación de seguridad y defensa. Y si el error ha deseado compensarse privilegiando la consolidación de las conferencias que regularizan el diálogo entre las autoridades políticas del sector, la consolidación debió tener contenidos sustanciales. En efecto, si la renovación del sistema hemisférico de seguridad colectiva se ha aletargado hasta la inanición, la emergencia de un foro hemisférico relevante debería permitir a las autoridades, además de mantener el contacto periódico, reafirmar ciertos principios fundamentales, discutir agendas de estabilidad regional y de alerta global y atenuar la fragmentación de la seguridad regional.


Es más, para dar testimonio del precio que el conjunto de las autoridades de Defensa regionales estuvo dispuesto a pagar por lograr ese objetivo de minimis, los ministros se reunieron en un país cuyos gobernantes no sólo no creen en el sistema interamericano sino que es un activo promotor de su quebrantamiento.


De ello pueden dar cuenta no pocas autoridades latinoamericanas pero, especialmente, el Secretario de Defensa norteamericano, Robert Gates. Para mostrar su preocupación por la región –que es menor a lo deseable- el señor Gates aceptó esta vez excluirse del acontecimiento estratégico que se llevaba a cabo en la sede de la OTAN. A pesar de ello, esa autoridad debió aguantar la incontenible hostilidad verbal del presidente Evo Morales –reiterada luego por el Vicepresidente Álvaro García Linera- hasta que el ataque de Corea del Norte lo obligó a volver al Pentágono.


Sin embargo, más allá del insulto, no fue mucho lo que se perdió Gates. En efecto, si los ministros de Defensa del Hemisferio sufragaron el precio de una reunión que debía presentar resultados suficientes para compensar su global desatención estratégica, éstos no sólo no lo hicieron sino que procedieron inercialmente a cambio de nada.


Así, no sólo no identificaron los cambios y riesgos en los escenarios transatlántico y asiático sino que tampoco distinguieron amenazas para la región. En lugar de ello premiaron a los muy reales y letales agentes del narcoterrorismo con su postergación en la agenda (un oscuro punto 21) y con la que cachorresca mención a “grupos armados fuera de la ley que ejercen o propicien la violencia” cuya criminalidad fue delicadamente rechazada por los señores ministros. A este punto ha llegado la denominada “diplomacia militar”.


Ésta, con decidida participación civil, encontró en Santa Cruz un camino hacia la irrelevancia y decidió transitarlo. Así, para complacer al anfitrión y a sus aliados del ALBA, la “diplomacia militar” decidió no hacer cuestión de Estado por la defensa de los principios hemisféricos como la democracia representativa. Al fin y al cabo, si América no es Europa y parte de ella no desea, en apariencia, compartir valores occidentales, bien valía la pena eludir la calificación de regímenes democrático-representativos que hasta hace poco se suponían establecidos y admitir en su lugar el pragmatismo del mínimo común denominador: una simple mención a la democracia lo suficientemente genérica para admitir sus variantes (delegada, autoritaria, anárquica o protofascista) era suficiente para mantener la continuidad burocrática del foro.


A cambio de ello lo lógico era esperar que los contenidos del mismo tuvieran, por lo menos, un contenido de seguridad y defensa relevante y compromisos cooperación operativa. En lugar de ello nos topamos con que los problemas de género y de interculturalidad son ahora las innovaciones centrales de la agenda hemisférica y las que califican su modernidad.


Lo demás es el pasado o el reconocimiento, apenas implícito, del divorcio ideológico que reina en la región en materia de seguridad.


Sobre lo primero, la redundancia sobre la necesidad de medidas de fomento de la confianza, de homologación de instrumentos de medición del gasto militar, de zonas libres de minas antipersonales y de cooperación frente a desastres naturales obtuvo prioridad rutinaria.


Y sobre lo segundo, luego de década y media de funcionamiento de la Comisión de Seguridad Hemisférica de la OEA (y de que ésta intentara, sin éxito, la redefinición de la seguridad colectiva e inventariara una lista de amenazas convencionales, no convencionales y de problemas), los ministros de Defensa consideraron que era necesario convocar a una experiencia similar para definir la misión y funciones del sistema interamericano de defensa. Más vale tarde que nunca podría decirse. Pero la tardanza implica acá la intermediación de un Consejo de Defensa Suramericano (cuyas ideas en la materia son aún más genéricas que las de la OEA) y, especialmente, la interferencia activa de la organización militar de los países del ALBA.


En efecto esta agrupación de Estados acaba de decidir la creación de una escuela de Defensa en Bolivia (y más específicamente, en los alrededores del corazón suramericano: Santa Cruz). La doctrina que se enseñará en esa “escuela” no será, obviamente, la denominada “seguridad nacional” sino la del mentado “socialismo del siglo XXI” y sus implicancias extra -regionales que no se fundamenta precisamente en los principios interamericanos establecidos en la Carta de la OEA o en la Carta Democrática.


Para confirmar la seriedad militante con que los miembros del ALBA asumirán su iniciativa, altos oficiales de las fuerzas armadas bolivianas han procedido a declararlas socialistas, anticapitalistas y antiimperialistas. Ello ocurrió semanas antes de la Conferencia cruceña y semanas después de que una extraordinariamente irresponsable Declaración peruano-boliviana estableciera el compromiso político de instalar en Ilo un anexo de la Escuela Naval de Bolivia.


Como es evidente, la fragmentación en la región ya no es sólo ideológica, política y estratégica sino que ahora tiene dimensión militar reconocida. Bajo estos términos, que son los de la divergencia fundamental de principios e intereses, no se puede establecer comunidades de seguridad. Y aunque es posible cooperar de manera ad hoc en el área, para ello es necesario reconocer primero las divergencias.


Especialmente cuando la divergencia involucra principios e intereses primarios y sus promotores tienen una vocación expansiva que se asienta, además de la ideología, la política y la inteligencia, en el poder convencional. Pero la conferencia de Santa Cruz ha preferido ignorar la materia.


Si las conferencias hemisféricas de ministros de Defensa desean ser un foro serio de discusión de ideas, de solución de problemas ad hoc o contribuyente al establecimiento de mecanismos de balance de poder regional, no puede seguir negándose a ver la realidad ni a desatender desafíos a los Estados que suscriben los principios del sistema interamericano. Mucho menos cuando los escenarios transatlántico y asiático cambian o se complican mediante fuerzas que impactarán a la región brindando ventajas relativas a los actores revolucionarios.



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