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  • Alejandro Deustua

Un Hoyo en el Heartland Suramericano

Mientras la OEA debate una resolución minimalista en torno a la crisis colombo- ecuatoriana estimulada por Venezuela, el Estado boliviano se debilita terminalmente sin que el sistema interamericano se preocupe demasiado por ello.

Así, mientras el foro interamericano desescala un conflicto en el norte de Suramérica sin atender sus fundamentos (la reincidencia intervencionista venezolana y la agresividad del narcoterrorismo de las FARC), la ilegalidad campea en Bolivia fracturando al país en medio de la indiferencia colectiva.

En efecto, salvo por una ligera expresión de preocupación del Secretario General de la OEA por el estado de Derecho en Bolivia, el Consejo Permanente de ese organismo no ha incorporado la inminencia de un Estado fallido en el centro suramericano a su agenda. Esta inadvertencia, sin embargo, puede no ser tan intrascendente como el gobierno boliviano, los vecinos de ese país y los miembros del sistema interamericano piensan.

En efecto, la sistemática destrucción del Estado boliviano que, con pretensión refundadora ha emprendido el presidente Morales desde que asumió el gobierno, ha devenido en un modus vivendi: en tanto cada crisis sucesiva parece terminal, ésta deja inmediatamente de serlo en la percepción colectiva apenas los socios del señor Morales toman contacto con él legitimándolo (el reconocimiento de la fenomenología boliviana como un “factor de equilibrio” según un asesor principal de la presidencia brasileña) o reavivándolo mediante algún encuentro cimero.

Revitalizados así, los gobernantes bolivianos emprenden nuevos despropósitos de cuyas consecuencias vuelven a ser rescatados a través de giras europeas, discursos (y recursos) bolivarianos, benevolencia vecinal o indiferencia regimental (algunas de dimensiones fantásticas como la presidencia temporal boliviana de instituciones instituciones como la CAN o el MERCOSUR). El círculo vicioso que patrocina la afinidad ideológica y la inercia burocrática se ocupa de ese rescate de honduras cada vez más profundas.

Al final de cuentas no importa mucho si Bolivia inhabilita a su Tribunal Constitucional, si la oposición es físicamente impedida de participar en las decisiones del Congreso, si la Fuerza Armada es cooptada políticamente, si la Asamblea Constituyente violenta su propio reglamento, si el gobierno boliviano persiste en la manipulación de la ley y de la calle, agita a las masas y amenaza erga omnes. Ello es muestra de vida en la particular percepción de la cúpula del MAS de “vivir bien”.

En consecuencia, una Constitución adoptada sin debate, sin oposición, con prescindencia normativa y fuerte coacción de masas sobrevive a la espera de una desafiante aprobación mediante referéndum convocado por una ley que padece, a su vez, de cada uno de los vicios enumerados. Y a pesar de que cinco departamentos (Santa Cruz, Beni, Pando Tarija y Cochabamba) desconocen esa ley y deniegan la condición democrática al gobierno central, éste continúa impertérrito en su propósito “refundador”. Por lo demás, así como la imputación de golpista no inmuta al señor Morales, los departamentos mencionados tampoco cambian la decisión de convocar, al amparo de ninguna autoridad salvo la propia, a sendos referendums autonómicos.

Como resultado Bolivia está “como nunca “al aborde del abismo” en la peor crisis desde 1982 dicen los periódicos mientras la confrontación civil se sigue acercando y Bolivia muriendo sólo para reanudar después el ciclo normal del caos como seña vital. En efecto, en medio de esa anarquía los gobiernos de Brasil y Argentina negocian con el señor Morales redundantes contratos sobre aprovisionamiento de gas sabiendo que Bolivia no respetará el resultado (sencillamente no hay inversión nueva en hidrocarburos), los gobiernos europeos reciben a delgados bolivianos en interminable busca de legitimidad y de recursos que aquéllos cederán sin mayores condiciones (salvo la exigencia de su participación en el “acuerdo de asociación” con la UE) y el discurso antiimperialista del señor Morales se aviva para resaltar la influencia venezolana en el ALBA y la de Irán en el Chapare.


Con tantas muestras de vitalidad, dicen en la OEA, para qué preocuparse por Bolivia. Puede que tengan razón, hasta que un hoyo en el heartland regional termine por despertarlos.



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