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  • Alejandro Deustua

Triunfalismo Diplomático

14 de febrero de 2022


Luego de participar en dos gabinetes caracterizados por el escándalo, el desgobierno interno y el desprestigio externo, un canciller diplomático se retira con un discurso triunfalista basado en el recuento tradicional de acciones y sin señalar un rumbo ni referir los desafíos que el Perú debe confrontar en un escenario internacional extraordinariamente conflictivo.


Tal como sucede con el Sr. Castillo en el más alto escalón del Estado, el más ilustrado ex￾canciller acaba de dejar huella de su desapego con la realidad que le ha tocado transitar evidenciado una gran “brecha perceptiva” que sus asistentes no han podido o deseado minimizar.


En efecto, su discurso de despedida ha dado cuenta de un buen número de acciones, temas e interlocutores pero sin referir el contenido de las mismas, ni certezas sobre la orientación del país en un escenario de conflicto entre grandes potencias, ni preocupación por riesgos económicos internacionales manifiestos (bajo crecimiento, escalada inflacionaria o creciente brecha sistémica entre economías desarrolladas y emergentes) ni referencias sobre la erosión de la estabilidad, influencia y posicionamiento de América Latina en relación a otras regiones emergentes.


Tal indiferencia contextual o desconocimiento de la realidad que nos rodea se ha reflejado en el canciller entrante quien ha mostrado similar ceguera de diagnóstico planteando un lugar común para su gestión: una política exterior orientada a los ámbitos geográficos tradicionales andino, marítimo y amazónico. Punto.


Quizás no podía ser de otra manera si el canciller saliente consideró como un logro el haberse conducido según las directivas un Jefe de Estado de manifiesta incapacidad. Esta situación exigía del canciller ilustrar al mandatario y limitar los daños de su curiosa presencia externa. En lugar de ello, el canciller multiplicó el perjuicio promoviendo la exhibición internacional del personaje sin cumplir con los requerimientos de la prudencia que es también propio de una ejecución de la política exterior desligada de la militancia.


Peor aún si el canciller esbozó la importancia de cuatro embajadores que, en apariencia forman el actual núcleo de poder de Cancillería, socavando su sustento institucional que, en este caso, pudo ofrecer otras vías de acción.


En ese marco el ex-canciller diplomático, confundió en su discurso conceptos básicos para quien está a cargo de proyección externa del Estado. Tal es el caso de la exitista referencia a la inserción externa (que implica un tipo de vínculo estructural con ámbitos e interlocutores prioritarios) que el canciller refirió sólo como un desorganizado conjunto de acciones.


O la reducción de prioridades de política a una (el rol en la lucha contra la pandemia, sin duda comandante) mientras ignoraba por completo otras urgencias.


O la inclusión de Venezuela entre nuestros países vecinos (mientras acentuaba la referencia a Cuba y Nicaragua -aunque para referir el desconocimiento de unas elecciones ilegales en ese país-) sin preocuparse en lo mínimo por Ecuador, Colombia, Brasil, Bolivia y Chile (salvo para contabilizar las reuniones de gabinetes binacionales que no merecieron ningún trato especial en el recuento.


O la omisión de alguna posición que complementara la mención a potencias globales (Estados Unidos, China, Rusia) considerando, al menos, el escalamiento del conflicto entre ellas y su impacto en la estructura del sistema internacional.


A ésta alarmante lista de confusiones y carencias se sumó, en cambio, un impresionante recuento de visitas de altas autoridades de países poderosos (la Subsecretaria de Estado norteamericana), de representante órganos de integración (Josep Borrell, el Representante de la Unión Europea para Asuntos Externos y de Seguridad) y de organismos internacionales (el Secretario General de la OEA, los presidentes del BID y de la CAF). Y también de presentaciones presidenciales en el exterior (en la ONU y la OEA). Pero si ese listado no fue acompañado de fundamentación de políticas explícitas y resultados que no se resuman en

unos cientos de millones de dólares en asistencia, aquél no superó los límites de la frivolidad publicitaria o del protocolo.


Lo mismo ocurrió con la invitación de la OCDE al Perú a conversar sobre una posible

incorporación futura omitiendo mencionar que ésta no fue exclusiva (se realizó también a un grupo de países), olvidando referir el proceso iniciado al respecto en 2008 y sin indicar qué se ha hecho y qué se hará en ese camino.


Así, ni las buenas noticias merecieron una atención especial ni se destacaron sus beneficios y su importancia para la proyección del Estado (tal fue el caso también de la “estrategia” en ciernes para suscribir la Convención del Mar que es un interés nacional sistemáticamente truncado en el Congreso).


Por lo demás, resulta penoso que un acontecimiento marginal y poco claro como lo fue el establecimiento de relaciones diplomáticas de la República Sahrawi sí ocupara la atención del canciller para justificarla como un ejercicio “principista” y que se haya invocado al respecto el nombre de un eminente peruano (Porras) para justificar el hecho y también la potenciación de relaciones con Venezuela. Tal privilegio escapó al resto del recuento.


Nadie niega el esfuerzo que se ha empeñado en las actividades reseñadas. Pero si éstas no estuvieron enmarcadas en estrategias y políticas racionales, da la impresión de que ese esfuerzo fue una manifestación de hiper-activismo y de soberbia diplomática (tan evidente en la descripción autocomplaciente de la prioridad en la adquisición de vacunas que, a duras penas, admitió la cooperación con el sector Salud hoy tan cuestionado).

Si esto ya ha ocurrido antes con cancilleres diplomáticos, los funcionarios del sector que sirven a un Estado tan desgobernado como el nuestro deben a sus ciudadanos mayor modestia, racionalidad y eficacia, mejor ejercicio de la gestión pública como ejemplo para los demás sectores y recuperación del prestigio y status del Perú perdido, con mucho mayor intensidad que en el pasado, por el actual gobierno, antes que recapitulaciones triunfalistas y endogámicas.


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