La obra literaria es individual por naturaleza y función. Como pocas manifestaciones del arte tradicional depende del esfuerzo, el talento y experiencia íntima del escritor. Pero así como el destinatario de la obra es colectivo, el reconocimiento de su autor evoluciona del estrecho marco profesional en masiva celebración cuando ese reconocimiento tiene dimensión universal. Como la del Premio Nobel.
La obtención de esta distinción por Mario Vargas Llosa siendo global por prestigio, tiene también consecuencias nacionales cuya psicología encuentra explicación en las complejidades de la identidad colectiva. Si bien esa explicación no es plena y, por tanto, tampoco unánime, casi nadie escapa a su influencia redentora, cohesiva y triunfal. Especialmente en las colectividades cuyos vínculos internos son menos vigorosos de lo que debieran y donde el éxito tiende a evadir al esfuerzo empeñado en conseguirlo.
Por ello el Nobel concedido a Vargas Llosa tiene el doble valor de premiar la actividad artística del creador individual y el de generar la afiliación de la colectividad a la que éste pertenece.
Especialmente si Vargas Llosa confirma que él forma parte efectiva de ella –la de la sociedad peruana, en la que adquirió su experiencia vital- siendo, como es, un ciudadano universal en cuyo amplio ámbito enriqueció sus convicciones y practicó su profesión.
Por ello, como lectores de su obra y también como ciudadanos del Estado en que Vargas Llosa creció -y al que quiso dirigir-, lo celebramos también doblemente. Y algunos lo hacemos, adicionalmente, por el prestigio nacional que, quiérase o no, que el ciudadano ilustre agrega.
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