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  • Alejandro Deustua

Perú: Interdependencia Insuficiente o Falsa Percepción de Seguridad Económica

Es un lugar común señalar que el Perú ha acumulado 82 meses de crecimiento, que el empleo ha crecido 8% y que la pobreza ha decrecido considerablemente en ese lapso.

A esa evidencia sigue la que identifica el factor determinante de ese impulso: además de la disciplina económica interna, la demanda externa ha contribuido a impulsar un crecimiento basado en exportaciones. Luego de ello, el balance de esas fuerzas dinamizadoras se ha inclinado hacia la inversión como principal factor impulsor.

Ello ha generado una atrevida conclusión: nuestra economía está suficientemente protegida del contexto global como para mantener altas tasas de crecimiento durante medio lustro más.

Hasta hoy ese pronóstico se viene cumpliendo a pesar de los embates globales del incremento del precio del petróleo, de la inflación, de los desbalances de las economías mayores y de la crisis financiera disparada por la debacle del mercado hipotecario norteamericano.

Es más, el diagnóstico optimista se viene consolidando hasta el punto de la imprudencia al calor de cierta estadística externa como la de un mínimo crecimiento norteamericano, la del sostenimiento del consumo y de cifras aceptable en materia de empleo en ese país. Ello indicaría, en principio, que la economía de la primera potencia escapa lentamente de la recesión y que el desempleo no supera aún el desempleo natural. Tales señales son ciertamente buenas para el mundo.

Pero he aquí que, súbitamente, el mercado de capitales acusa su peor baja desde el 2006 (el caso del índice Dow Jones que cayó ayer por debajo de los 12 mil puntos luego de haber superado los 13 mil hace pocos días). Ello ha implicado una fuerte pérdida de valor para grandes bancos (desde el Citibank hasta el JP Morgan) y grandes empresas industriales (las acciones de General Motors registró su peor caída desde 1974 según el International Herald Tribune).

Como consecuencia, las expectativas sobre esos mercados en recuperación han variado súbitamente hacia el pesimismo propio de un mercado a la baja.

Si, como es evidente, ello también indica volatilidad creciente lo responsable es volver a planearnos cuán protegida está realmente nuestra economía de estas alteraciones. Si la respuesta gira en torno de lo suficiente, se puede concluir que, pese a quien pese y después de todos estos años, nuestro mercado no es todo lo interdependiente que debiera. De lo contrario el desasosiego ya nos habría afectado.

Y no es así, verdad? No estemos tan seguros de ello. Allí está, por ejemplo, la huelga de la CGTP que se anuncia para el 9 de julio. Al respecto se dirá que ello es sólo un fenómeno interno ligado al malestar por la injusta distribución de la riqueza.

Puede ser. Pero esa movilización se produce en un contexto regional bastante inestable y definido por movilizaciones político-económicas que, además emplean el corte de vías de comunicación (el “corte de rutas” como dicen los bolivianos”) como medida de fuerza. Ello ha ocurrido en Bolivia (que, al respecto, es la madre del cordero). Pero también en Argentina donde son los empresarios agrícolas los que protestan y en Chile y Colombia donde los camioneros han interrumpido, eventualmente, el flujo carretero.

Es más, ese clima de malestar y la misma metodología de protesta, se ha instalado en Europa. Allí las carreteras españolas y francesas han sido objeto de interrupciones por sus usuarios: los camioneros que protestan contra el alza del petróleo. Igual ha ocurrido en ciertos puertos pesqueros del Viejo Continente por similar causa.

Como es evidente, un clima de malestar se va instalando en el mundo. Y éste no es nacional ni regional sino transnacional. Y está motivado por el desasosiego que genera el encarecimiento de los precios, excesos fiscales e incapacidad de los gobiernos para hacer frente a una compleja problemática económica.

El gobierno debe estar alerta a este fenómeno contemporáneo en lugar de refugiarse en la falsa sensación de seguridad que surge de una percepción equivocada sobre la invulnerabilidad de nuestra economía.



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