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  • Alejandro Deustua

Más Cooperación Innovadora y Menos Refundación Apresurada

Por su magnitud y rapidez la cooperación internacional movilizada para colocar un piso de liquidez, garantías y capitalización institucional al sistema financiero ha sido extraordinaria. Pero por su morosidad frente a una crisis que cobró dinamismo visible desde el 2007, la respuesta internacional ha sido excepcionalmente ineficaz.


De allí que, si la solidaridad interestatal, empujada por el pánico del mercado, sea multilateralmente loable, el comportamiento individualista de los Estados y de los agentes del mercado permitiendo el crecimiento progresivo de una falla sistémica no habla bien de de la comunidad internacional en épocas de globalización.


Como la crisis financiera no ha sido superada y la proximidad de un ciclo recesivo es ya evidente es bueno tener en cuenta estos antecedentes para distinguir entre la necesidad de sostener el esfuerzo estabilizador del mercado y la disposición refundadora de las lerdas instituciones que debieran contribuir a enmarcarlo.


En efecto, el espíritu de cooperación para generar confianza y eliminar volatilidad en las transacciones deberá ser sostenido nacionalmente con mayor intensidad ahora. Para ello se requerirá de creciente coordinación con el propósito de evitar desbalances adicionales. Por lo demás, esa disposición está avalada por el apoyo que casi todos los Estados brindaron al plan de acción del Grupo de los 7 de 10 de octubre último.


Ese plan dispuso que sus adherentes harían lo que fuera necesario para estabilizar el sistema financiero. El esfuerzo colectivo correspondiente requería pronta disposición estatal para facilitar liquidez, promover el crédito, fortalecer las instituciones financieras privadas y el rol del FMI, garantizar los depósitos y sanear los mercados hipotecarios. En ese empeño se tendría naturalmente en cuenta la protección de ciudadanos y la sostenibilidad de los Estados.


Este acuerdo fue enmarcado por un plan de rescate norteamericano de US$ 700 mil millones, compromisos de las economías europeas que ya suman casi 3 millones de millones de dólares, fondos de estabilización asiáticos que empiezan a llenarse y previsiones de la mayoría de los países latinoamericanos. Si este esfuerzo colectivo es inédito en la historia, su dimensión económica (a la que falta sumar las enormes cantidades ya inyectadas en el sistema y las rebajas de las tasas de interés) bordea ese carácter.


Y, sin embargo, la desconfianza persiste en los mercados quizás esperando otro salvavidas al tiempo que sus agentes incrementan la alerta especulativa en las inmediaciones del ciclo recesivo. Frente a la insuficiencia de liderazgo ordenador y normas que lo sustenten, la situación demandará de la comunidad mayor capacidad reguladora tal como se plantea hoy casi con unanimidad.


Pero de allí a asumir que esa reacción colectiva genera intereses comunes suficientes en el marco de una erosión económica global para refundar el sistema hay un largo trecho. Una cosa es el manejo responsable de las economías y otra la sustitución de un régimen global bajo una situación de apremio.


Hoy es posible ponerse de acuerdo en normas de supervigilancia, control y regimentación de los excesos generados por una economía fuertemente innovada por la tecnología (esto debió ocurrir en la década pasada). Pero la refundación inmediata de un sistema entre Estados extraordinariamente desiguales es otra cosa. Además, sin condiciones básicas de estabilidad que permitan una mejor participación de todos, la comunidad de intereses requerida no es hoy evidente.



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