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  • Alejandro Deustua

Lula No Es La Normalidad

2 de noviembre de 2022



Por estrechísimo margen y casi la mitad del país votando en contra, Luis Ignacio da Silva ha sido nuevamente electo presidente del Brasil.


El electorado brasileño ha preferido optar por un viejo mandatario marcado por la gran corrupción causante de su carcelería, de la destitución de su sucesora y de la elección del presidente de extrema de derecha que lo antecede.


Difícilmente se puede, entonces, elogiar la victoria de Lula como salvador de la democracia, de la causa de los pobres, del gobierno de la razón y del futuro ambiental de la humanidad.


Y tampoco del retorno a la normalidad en tanto la realidad brasileña, como la de toda América Latina, no se define ya por el boom de precios de las materias primas que permitió apertura, industrialización, crecimiento económico y distribución interna.


Ahora, la especialidad de la casa (los programas sociales) deberá focalizarse mejor y estar a tono con la lucha contra la inflación, la descapitalización, los retiros extraordinarios de fondos de pensiones y retornos tributarios de menor crecimiento.


Más aún si las agroexportaciones que han reemplazado a la industrialización como motor económico (TE) dependen en gran medida de fertilizantes rusos, la manufactura evidencia baja productividad, el ambiente de negocios no es favorable y, por tanto, la acumulación de capital es baja (BM).


Por lo demás, el escenario del multilateralismo comercial que permitió al Brasil un rol de liderazgo en el ordenamiento global ha dejado de existir mientras el sistema internacional ya no permite alineamientos arbitrarios sin un costo. Digamos que si Brasil optase, sin más, por una agrupación como los BRICS tendrá que sopesar mejor la implicancia en ella del rol de Rusia y China.


Y si Lula entiende que el incremento del rol del Estado a nivel global es funcional a su ideología, deberá lidiar con una burocracia menos eficiente, niveles de inversión pública de financiación encarecida y acuerdos de libre comercio (15 negociados según el ministro saliente Guedes) que probablemente rindan menos beneficios que en la época de la inocencia.


Lula tampoco ejercerá un rol comandante en Suramérica basado en el carisma y la influencia. Primero porque en su discurso triunfal, él mismo ha reemplazado a la región por una versión reducida a la Amazonía infiriendo que el ambientalismo será el nuevo instrumento de trato regional. Y segundo porque la corrupción de su gobierno y la ejercida por Rousseff se encargaron de envenenar los proyectos de integración física diseñados a principios de siglo por el gobierno de Cardoso.


Al respecto, quizás le quede arrestos para reorganizar el UNASUR, que emana ideología manipuladora por sus cuatro costados. Pero primero debe pedir disculpas y sufragar reparaciones por la corrupción irradiada regionalmente.


Definitivamente Lula no representa un retorno a la normalidad. Más bien, deberá esforzarse para que Brasil recupere cohesión interna y readquiera las capacidades de una potencia emergente sensata.

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