16 de noviembre de 2005
Desde que Hugo Chávez asumió la presidencia de Venezuela éste ha ejercido la confrontación como método de gobierno y ha otorgado a las “políticas de poder” una nueva presencia en América Latina.
En efecto, apartado de toda noción de balance y equilibrio, la imprudencia del señor Chávez ha llevado la confrontación interna al ámbito regional y global. Al hacerlo, su disposición hostil ha superado la legítima declaración política para traducirse progresivamente en innecesario incremento de capacidades militares, en agresión ideológica y en agresión verbal como acaba de ocurrir con México. Si esta disposición confrontacional no parece tener límites y agravia ahora a un socio tradicional que, con Colombia, formó parte del Grupo de los 3 originalmente orientado a ayudar a Centroamérica, los organismos regionales a los que pertenece Venezuela deben advertir al señor Chávez que la agresión acarrea consecuencias. Y deben notificarle también que, si aquélla involucra principos fundamentales del orden regional, la penalidad incluye la suspensión de la participación del agresor en los foros pertinentes de acuerdo a las normas de esos organismos.
Es verdad que la sanción importante a un Estado miembro de un foro puede poner también en cuestión al organismo en tanto evidencia divergencia sobre su principios y normas. Y también es cierto que, en un contexto de grave insatisfacción social, los Estados latinoamericanos no desean exponer aún más a sus poblaciones a fuerzas desestabilizadoras como las que generaría un agitador disfrazado de víctima . La referencia cubana es, al respecto, inescapable. Pero el ánimo subversivo del agresor y su predisposición fragmentadora no puede seguir siendo tolerada salvo al costo de la inutilización de los propios organismos regionales. Menos aún cuando la práctica hostil parece ser inmanente al señor Chávez. Si antes de optar por la vía electoral recurrió al golpe sangriento, la predisposición agresiva del presidente venezolano quedó a la vista desde temprano. Hoy ésta se evidencia internamente en el ejercicio excluyente del gobierno y en la práctica sistemática de la coacción ilegal a pesar del amplio apoyo popular con el que cuenta. Y también se muestra externamente en sus antiguos vínculos con las FARC, en la compra de armas en cantidades que exceden la capacidad de uso de la Fuerzas Armadas de Venezuela, en su alianza ofensiva con Cuba, en el financiamiento de peculiares movimientos políticos en los vecinos y, en general, en el establecimiento de vínculos orientados menos a establecer mecanismos de cooperación que al incremento de la capacidad de desafío. De otro lado, si el señor Chávez ejerce una ideología legítimamente nacionalista, su disposición a practicarla agresivamente a través de alianzas hostiles con el propósito de subvertir los principios básicos por los que se rigen las organizaciones latinoamericanas –especialmente la democracia representativa y la economía de mercado cualquiera que fuera su matiz-, coloca la discusión doctrinaria en el ámbito del conflicto. En tanto éste alienta la reintroducción al escenario regional de una vertiente totalitaria a través de la filiación castrista, es claro que el desafío a estos principios fundamentales es motivo de la mayor preocupación para la gran mayoría de Estados de la región. Especialmente cuando fueron éstos los que libremente establecieron tales principios como referencias esenciales de adecuada participación en los foros correspondientes. Por lo demás el señor Chávez ha elegido ahora plantear ese desafío a través del empleo persistente del insulto. Antes lo hizo de manera ignominiosa contra autoridades norteamericanas. Y ahora ha ampliado su ámbito para incluir al Presidente de México con el propósito de incrementar la fricción intrahemisferica, desarticular la cooperación entre norte y suramérica y estimular un proyecto antisistémico -el ALBA- que ni siquiera el Cono Sur comparte. Por ello es necesario que los organismos regionales, a través de sus representantes, reaccionen frente a la agresión y llamen la atención al señor Chávez antes de que sea tarde. Si éste plantea un abierto desacuerdo con los principios rectores de esos regímenes que, a su vez, condicionan la membresía, pues los integrantes de esos foros deben recordar al Presidente de Venezuela que, de acuerdo a lo convenido mutilateralmente, su participación en los mismos puede ser suspendida. Es claro que los países de la región desean contar con la colaboración de todos sus miembros. Pero no al costo de la regresión de la historia ni de la agresión sistemática de las “políticas de poder” chavistas.
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