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  • Alejandro Deustua

La Unión Europea Frente a la Crisis y su Destino

A pesar de que en la reciente Cumbre Iberoamericana (Asunción) la representante del Banco Mundial, Pamela Cox, no percibía contagio en América Latina y pronosticaba un crecimiento de 5% para la región este año, la mala calificación del reciente paquete de rescate europeo por el Secretario General de la OECD y la incertidumbre con que se percibe su consistencia sugiere que no estará de más adoptar en la región previsiones económicas mayores. La niebla sobre este escenario quizás no se despeje del todo en la próxima cumbre del G20 (Cannes, 3-4 de noviembre).


En efecto, el señor Miguel Ángel Gurría, no sólo no ha tenido empacho de tildar, ante las cámaras de la televisión (CNN), de “mediocre” el resultado de una de las más arduas negociaciones de la eurozona sino que, teniendo en cuenta los silencios operativos del programa negociado y el historial reciente de dilaciones europeas, ha vinculado su cumplimiento con la proyección de crecimiento del G20: o las medidas se implementan con prontitud y eficiencia para mejorar el crecimiento promedio de 3.9% de los miembros de esa agrupación –en este caso los aletargados europeos y norteamericanos- o se afronta contracciones de hasta 5% en algunos países de la OECD en la primera mitad del 2013 (para empezar el crecimiento de la eurozona para el 2012 ha sido corregido de 2% a 0.3%) (1).


Ciertamente no era esto lo que buscaban los Jefes de Estado y de Gobierno de la eurozona en su reciente cumbre de Bruselas. Ésta, luego de una postergación de tres días llegó de madrugada finalmente a un gran acuerdo “integral”: se realizará un recorte voluntario de la deuda griega de 50%, los bancos europeos incrementarán su cuota de capital sano (“core capital”) de 6% a 9% (alrededor de US$ 150 mil millones) y el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera aumentará su apalancamiento de US$ 610 a US$ 1/1.4 trillones aproximadamente.


Bajo la presión de Francia y Alemania (pero sobre todo de esta última) y de farragosas y coercitivas negociaciones intra e interestatales los países del euro habían llegado a este resultado en la seguridad de haber encontrado una solución adecuada al segmento de la crisis que les corresponde.


Ella debería generar confianza en los mercados, fortalecer el sistema bancario y garantizar el proceso de recuperación europea. Y además, permitir a los miembros del G20 de la Unión Europea, llegar a la cumbre de Cannes con un programa de acción sustentado en bases sólidas.


Pero la OECD ha reducido esa expectativa (quizás para beneplácito de los países desarrollados que no pueden lograr mayores compromisos) Y si las dudas expresadas al respecto por la opinión influyente (p.e. The Economist) sobre la eficacia de esas medidas en el mediano plazo agregan opacidad al escenario, los mercados han retomado el camino de la desconfianza luego de un repunte inicial. A ello ha contribuido de manera decisiva la no prevista decisión del Primer Ministro griego, George Papandreu, de someter a referéndum el acuerdo sobre reducción de su deuda soberana que implica la obligación de mayores ajustes y reformas estructural para su país. La consulta popular en un marco de protesta social generalizada, puede ser la espoleta que necesitan los escépticos para neutralizar el paquete europeo y obligar a un cambio de posición. El hartazgo griego con la contracción recesiva, que se expresa en desempleo creciente a lo largo de la eurozona (reportado dramáticamente por la OIT), puede encontrar en Cannes un punto de inflexión en un escenario que proyecta, en un sísifico 120%, el nivel de deuda griega en relación al PBI para los próximos años (hoy supera el 150% con una contracción de -5%) a pesar de los salvatajes anteriores después de tanto esfuerzo.


La presión social se suma así a quienes creen que el recorte “voluntario” del 50% de la deuda griega es en realidad un default. Lo que hoy se esconde tras la “opción” de los bancos a rebajar esa deuda sólo sería un incumplimiento si se activan los seguros adquiridos en el mercado para hacer frente a estas situaciones. Si ello ocurre, el efecto de la exposición del sistema financiero europeo a la deuda griega se incrementaría. El contagio sería más veloz que el largo plazo de recapitalización negociado (junio de 2012). En ese rapto otras economías se verían afectadas amplificando el efecto a escala global.


Bajo estas circunstancias el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera no se daría abasto para asistir a las economías que acudirían en su demanda (y menos cuando el monto de apalancamiento no se ha realizado y éste parece insuficiente para proteger el sistema financiero italiano o español).


Por ello, el Secretario General de la OCDE debería agregar a su demanda algo más que la exigencia de cumplimiento expeditivo de lo acordado en Bruselas. Finalmente, los miembros de la eurozona se comprometieron en el G20 desde el 2009 a hacer “lo que sea necesario” y no sólo lo que fuera burocráticamente posible. El adecuado mix de políticas fiscales y monetarias finalmente tendría que comprometerse para lograr ajustes sustentables y crecimiento suficiente.


A mejorar la percepción sobre la solución de la crisis europea no ayuda la complejidad y lentitud del proceso decisorio europeo. En efecto, al margen de la Comisión y del Consejo, la unión monetaria no sólo sigue dependiendo de la consulta nacional (la canciller Merkel consultó con su parlamento antes de comprometerse financieramente) sino también de los niveles de fricción con los diez miembros de la Unión Europea que no pertenecen a la eurozona (y que desean ser consultados a la luz de la implicancia de la crisis y de las inmensas externalidades que genera el eurogrupo). El pragmatismo de la Europa de dos velocidades está perdiendo valor bajo las actuales condiciones añadiendo oscuridad al planteamiento de una mayor cesión de soberanía a una indefinida autoridad central.


Este complejo panorama deriva del poco rigor con que ha evolucionado la unión monetaria y la tendencia de los miembros de la Unión Europea a saltar etapas intentando profundizar la integración cuando se carecía de fundamentos para ello. En el primer caso, la brecha entre la situación existente y los requisitos de ingreso al euro (3% de déficit y deuda en relación al PBI de no más de 60% al margen del 1.5% de inflación que no es el problema hoy) muestra la inmensa falta de disciplina en la conducción de la unión monetaria (Alemania, el más estricto, tenía 5% de déficit y 74.3% en la relación deuda/PBI en el 2010). El ejemplo más patético de ello es la manipulación de estadísticas nacionales que el caso griego muestra. En el segundo caso (el de las etapas no satisfechas), la motivación política no ha encontrado su adecuada canalización. Ésta forma parte de la realidad al punto que el origen de la integración se sustenta en ella: sin el impulso político la CECA de 1951-1952 no habría nacido ni el Tratado de Roma en 1957 se habría suscrito. Pero todo tiene su momento. Especialmente cuando la política se refleja en instituciones de cuyo respeto depende el buen funcionamiento de su dinámica jurídica y administrativa.


Y ésta, por exceso a veces y por defecto en otras oportunidades, ha sido sobrepasada. Así, si la unificación alemana fue el marco del tratado de Maastricht que sentó las bases definitivas del euro, y si los europeos federalistas han insistido hasta el 2007 en confundir la codificación de la inmensa normativa europea con una Constitución (que sólo corresponde a los Estados), hoy el requerimiento de disciplina fiscal de la unión monetaria motiva iniciativas sobre una inviable autoridad supranacional ad hoc como producto de las circunstancias. Si algo no funciona en el escenario de la integración a veces la corrección mediante el retroceso estratégico es mejor que insistir en avanzar en el error. La Unión Europea es el más exitoso proceso de integración del mundo. Sus logros se han expresado en una paz intraeuropea y un progreso económico y social sin precedentes en el corazón de Occidente. Ese proceso no debe arriesgarse mediante demandas excesivas una de cuyas expresiones sería pretender cauterizar el fraccionamiento de la unión monetaria con una superestructura cuyos cimientos económicos, de diversa consistencia y dimensión, distan de ser parejos y vigorosos.


De momento la UE debe concentrarse en cumplir con lo comprometido para afrontar la crisis. Ello implica una implementación inmediata de las obligaciones adquiridas en Bruselas. Pero, luego, se impone una pausa en la redefinición de los objetivos de la integración europea. El sistema internacional no puede prescindir del mercado europeo ni de su peso en el mundo. Sus instituciones no deben ir más allá de lo que pueden ni los Estados que la componen comprometerse más allá de lo que deben.



(1)Bold G20 action needed to rebuild confidence amid weak economic growth, says OECD’s Gurría (OECD, October 31, 2011).

Press briefing on the economic outlook and policy requirements for G20 economies (Paris, 31 October, 2011)


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