Las crisis de deuda soberana suelen llevar a cambios de régimen. Si América Latina padeció la “década perdida” en los 80, la crisis también debilitó a los Estados e impulsó el cambio democrático y la reforma liberal. Hoy en Grecia e Italia ya se constatan cambios de gobierno para implementar reformas del caso. Pero en tanto el euro está en cuestión, ¿obligará ello a retroceder en la apertura integracionista europea en un escenario de debilitamiento de gobiernos y de fortalecimiento del rol de Alemania y Francia?.
A la luz del persistente riesgo financiero en Europa y de las dudas sobre la solución “integral” procurada por la UE, la respuesta no es clara. Felizmente, nada indica que la solución pase por la profundización de la integración en circunstancias extremas como ha sido el reciente uso en el Viejo Continente.
En efecto, será el FMI el encargado de la supervigilancia de las medidas de austeridad en Italia. Y en el ámbito monetario, el BCE no ha adquirido nuevas funciones (aunque sí mayor legitimidad) mientras que el Fondo de Estabilización Monetaria Europea debe aún lograr los 1.4 trillones de euros para garantizar el rescate de insolventes antes de redefinirse en otra entidad.
Si el presidente Sarkozy tuviera razón al afirmar que el euro es el corazón de la Unión Europea, la UE ciertamente estaría en cuestión. Pero ésta no es sólo la unión monetaria a la que se ha llegado sacrificando los criterios de disciplina de ingreso a la eurozona. Debajo de ella está, felizmente, el mercado común. Es decir el ámbito de la economía real que mantiene a Europa, como unidad, como segunda economía y primer exportador mundial.
Pero si la crisis del euro pone en cuestión esa infraestructura con una recesión mayor, entonces sus consecuencias azotarán a Europa y al mundo con rigor. El riesgo del incremento de las tendencias nacionalistas en un escenario de contagio recesivo es una amenaza real.
La reciente cumbre del G20 ha dejado el problema de Europa a los europeos y, salvo por el mayor rol del FMI, se ha limitado a reclamar reformas estructurales, flexibilidad cambiaria, corrección de los desequilibrios globales e inclusión social. Para ello se necesita mayor cooperación global y responsabilidad nacional.
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