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  • Alejandro Deustua

La Tragedia Palestino-Israelí Repetida

Ciertamente la nueva guerra palestino-israelí concentrada en Gaza es una tragedia.


Lo es por la matanza indiscriminada de civiles palestinos y por el intento palestino de fulminar ciudadanos israelíes mediante una lluvia misilera.


Pero también lo es por la deliberada desestabilización regional con consecuencias globales que generan los actores políticos del más antiguo y principal conflicto regional de la post- segunda guerra mundial (aunque ese status pueda ser hoy discutido). En él la mortandad producto de las manipulaciones intrarregionales interaccionan con la manipulación de las potencias externas con influencia en la zona.


En efecto, es una verdadera tragedia que un pleito entre adolescentes de ambos bandos se escale, sin mediar ninguna causalidad inmediata aparente (que no sea la muy peculiar dinámica de la relación entre las partes), a dimensiones bélicas que la televisión muestra con lujo de siniestros detalles. Ésta incluye, por cierto, la menudencia de la política interna, el manejo del efecto geopolítico del conflicto dentro y fuera de una zona de anarquía extrema y el uso experto del efecto mediático.


Es cierto que en este escenario existe desproporción en el uso de la fuerza. Pero ésta parece el designio de un conflicto asimétrico en el que una fuerza armada potente (la israelí) interactúa con un grupo terrorista (el Hamas) que retroalimenta el conflicto para ilegitimar y debilitar al enemigo empleando para ello la muerte de sus ciudadanos como arma política.


Esta arma suicida se desplegó durante la guerra de Líbano con el grupo terrorista Hezbola y antes con la OLP en Cisjordania. Hoy vuelve a ocurrir con el Hamas (identificado como grupo terrorista por Estados Unidos, la Unión Europea y un grupo de países). Estos agentes plantean un tipo de guerra que implica el sacrificio deliberado de su población porque el escenario bélico es urbano y tiene la proyección demográfica de su lado.


En efecto, las edificaciones de Gaza gobernada por el Hamas desde el 2007 han devenido en plataformas de lanzamiento de misiles y desde sus sótanos se ha construido una red de túneles que se emplean para el aprovisionamiento bélico (además del contrabando y otros usos) y para incursiones terroristas en territorio israelí.


En este escenario la fuerza armada israelí no ha aprendido a minimizar el costo civil quizás porque la asimetría lo impide o porque el amedrentamiento es parte del ejercicio de la fuerza.


En esta realidad, la barbarie es la norma. Siéndolo, los Estado reaccionan contra el escándalo moral que implica la matanza y derivan de ello responsabilidades de las que emanan acciones diplomáticas de condena sólo contra el más poderoso.


A ello contribuye Israel al desatender estas preocupaciones. Es más, esa potencia incrementa eventualmente la animadversión mediante actitudes políticas también irracionales en medio del fragor de la batalla (p.e. insultando a Estados, como Brasil, que intenta jugar un rol llamándolo “enano diplomático” esperando que nada ocurra). Si no fuera por la carnicería en medio de la cual suceden estos hechos la torpeza sería jocosa.


Pero el eslabón menos tangible y quizás más grave de la tragedia es la convicción de las partes de que el sistema internacional no podrá, al final, hacer nada relevante que no sea un intento de cese al fuego y otro de negociación de las diferencias entre los beligerantes que culmine en fracaso.


De esos hemos tenido ya suficiente en tanto todas las resoluciones del Consejo de Seguridad sobre la materia han sido incumplidas, los grupos negociadores (el “Cuarteto”, por ejemplo, integrado por Naciones Unidas, Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia) han fracasado y los marcos políticos (como los acuerdos de Camp David de 1978 y del 2000, de Oslo de 1991, la conferencia de Madrid el mismo año, el Protocolo de París de 1994 y los recientes esfuerzos norteamericanos en la zona) han sido vulnerados uno tras otro.


En una zona en la que los Estados fallidos proliferan y la desintegración del orden en el área contribuye a la proclividad al uso de la fuerza esos incumplimientos tienden a ser ahora realidades aún más cotidianas. Hoy que se ha acordado un cese de fuego que debiera llevar a un a una separación de fuerzas, este proceso resulta aún más frágil.


Por ello, la ONU quizás debiera plantearse una nueva aproximación al tema: la imposición de la paz que es parte de su instrumental estratégico. Ello reclamará que fuerzas externas (quizás las del Cuarteto, quizás las del Cuarteto más China) se instalen en la zona para garantizar un escenario en el que pueda negociarse el establecimiento de dos Estados con fronteras, garantías de seguridad y respectivos reconocimientos diplomáticos; el establecimiento de las respectivas capitales en Jerusalem (o que ésta se internacionalice); el retiro de Israel de las zonas ocupadas teniendo como referencia las fronteras de 1967 y un retorno razonable de palestinos al territorio de la nueva entidad política.


Si las partes no desean negociar a la espera de un golpe mayor (en el caso de Israel) o de una deglución demográfica (en el caso palestino), las tropas de la ONU deben mantenerse el área de manera disuasiva. Sin ello, la condena diplomática es un instrumento claramente insuficiente.


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