La Segunda Toma de Posesión del Presidente Obama
- Alejandro Deustua
- 21 ene 2013
- 4 Min. de lectura
El Presidente Obama ha iniciado su segundo perĆodo describiendo su escenario con optimismo postbĆ©lico y postcrisis. Esta particular percepción contextual podrĆa ilustrar, sin embargo, las limitaciones internas al ejercicio externo del poder convencional y las dificultades de la gestión económica que se avecina. En efecto, la triunfal afirmación de que en enero de 2013 concluye una dĆ©cada de guerra y empieza la recuperación económica (norteamericana) es de tal manera contradictorio con las realidades bĆ©licas del Medio Oriente, la fluida dinĆ”mica del balance de poder en Asia, las ramificaciones de la crisis europea y los problemas de gestión de la economĆa norteamericana que esa descripción del āestado del mundoā puede entenderse mejor como una forma de racionalizar la renuencia norteamericana a empeƱarse militarmente en el exterior y a descargar responsabilidades en la reactivación económica global.
No de otra manera se entiende que el Presidente Obama haya extrapolado la calificación de los medios militares para gestionar la dinĆ”mica de poder contemporĆ”neo (en la que la emergencia de nuevas potencias y realineamiento de fuerzas generan fricción e interaccionan con agresiones no convencionales en escenarios regionales en franco deterioro como el Medio Oriente) describiĆ©ndolos como propios de la āguerra perpetuaā. Y tambiĆ©n que haya planteado como alternativa el compromiso (engagement) vinculado a la aproximación diplomĆ”tica como una opción pacĆfica que, en lugar de su valor complementario, contrasta con las opciones derivadas del āmiedoā.
Esa declaración puede ser muy altruista pero probablemente no se convertirĆ” en doctrina estratĆ©gica si Estados Unidos reconoce, por ejemplo, que la opción nuclear militar iranĆ constituye una amenaza intolerable por su capacidad destructiva y generadora de proliferación mĆ”s allĆ” del Medio Oriente; que Ć©sta interacciona con el desplazamiento desestabilizador del terrorismo del Norte de Ćfrica al Ćfrica Central; y que si la emergencia china traducida en creciente poder militar se traduce en expansionismo, el poder norteamericano tendrĆ” que balancearla si no desea suscribir su propia intrascendencia.
Peor aĆŗn, si el complemento económico de esta situación de conflicto emergente se encadena con el que ya genera para el mundo la crisis europea (donde Estados Unidos ha invertido tres veces mĆ”s que en Asia āsegĆŗn la UE- y a donde exporta dos veces mĆ”s que a China āsegĆŗn el Departamento de Comercio-). Si esa relación de interdependencia económica, aĆŗn insuperada, se complica con la gestión norteamericana de una deuda que excede a su PBI y de un dĆ©ficit fiscal de aproximadamente 8% del mismo, la frĆ”gil recuperación norteamericana dista de estar asegurada.
Como estas realidades no pueden estar ausentes del horizonte perceptivo norteamericano, se puede concluir que, lejos de proponer una doctrina pacifista, el presidente Obama ha preferido generar confianza mediante el diagnóstico optimista e informar sobre su disposición a evitar compromisos externos absorbentes como una manera de gestionar el turbulento escenario de transición en que incursiona la primera potencia. Para ello ha convocado a los departamentos de Estado y de Defensa a personalidades que consideran que el uso de la fuerza debe ser verdaderamente el último recurso y por ello ha indicado este 21 de enero que su opción por un conjunto de alianzas eficientes es la prioridad estratégica norteamericana.
Ello no implica solo la reiterada derogatoria del unilateralismo (salvo in extremis) en el ejercicio del poder sino la necesidad de promover (o quizÔs, de aceptar) una mejor redistribución del mismo entre aliados eficientes. Sin que ello implique la marginación de las Naciones Unidas, es la alianza la versión de la seguridad colectiva por la que opta Estados Unidos.
Y es tambiĆ©n la que se acomoda mejor a las restricciones del gasto de defensa que se avecina cuya negociación en el Congreso estarĆ”, a su vez, calificada por el llamado a la āacciónā proclamado por el Presidente Obama en el entendido de que Ć©sta serĆ” imperfecta. Esta opción implica que el Presidente deberĆa procurar imponer los tĆ©rminos del recorte del dĆ©ficit. Pero, a estos fines, ni tiene la mayorĆa legislativa necesaria (solo controla el Senado) ni ha expresado la voluntad de confrontar al Congreso (al revĆ©s, el Presidente Obama ya ha expresado su voluntad de compromiso a la bancada republicana).
AsĆ, el llamado a la acción implica menos una decisión imperativa o reclamo anticipado de poderes para gobernar la economĆa que una invocación a la oposición en nombre de la sociedad. De esta manera los parĆ”metros referidos en la toma de posesión (la seguridad ciudadana bĆ”sica que implica que los beneficios de la seguridad social y de salud no deben ser sacrificados a los requerimientos de la mera eficacia presupuestal) y sus fundamentos económicos y sociales (la prioridad de las clases medias en el crecimiento y la reducción de la desigualdad) pueden ser lĆneas rojas que el Presidente se ha autoimpuesto pero implican mĆ”s un posicionamiento estratĆ©gico que una trinchera inmóvil.
Estas complejidades internas han impedido (innecesariamente) que el discurso del Presidente Obama esclarezca los Ć”mbitos diplomĆ”ticos que priorizarĆ”. Aunque algunos asuntos han sido seƱalados antes (p.e., la preferencia por los acuerdos de libre comercio -especialmente el acuerdo transpacĆfico que probablemente superarĆ” un intento equivalente con Europa-; el propósito de establecer una agenda de suma positiva con China; y de lidiar con IrĆ”n a travĆ©s de la coerción económica y el diĆ”logo), otros se pueden derivar del texto de su discurso y de los mensajes recibidos en el proceso electoral.
Entre ellos destaca un nuevo esfuerzo por regular el problema migratorio (que afecta principalmente a MĆ©xico y, luego al resto de AmĆ©rica Latina). La base de esa regulación podrĆa ser una nueva versión del Dream Act por la que se permitirĆa que buena parte de los migrantes jóvenes adquiera la residencia norteamericana si cumplen con requisitos de educación y buena conducta durante un cierto nĆŗmero de aƱos. Esta forma de aproximarse a la reforma migratoria no implica, sin embargo, la adquisición de la ciudadanĆa estadounidense.
El interĆ©s por AmĆ©rica Latina, expresado simbólicamente en la presencia activa de magistrados y religiosos āhispĆ”nicosā en la ceremonia de juramentación pĆŗblica del Presidente Obama, no se ha expresado mĆ”s allĆ” de ello en el discurso del mandatario. La región tendrĆ” un interĆ©s que, probablemente, se mantenga dentro de los cĆrculos geopolĆticos tradicionales norteamericanos (MĆ©xico, Cuba, Brasil) y las agendas que han adquirido ya una inercia burocrĆ”tica.
En ese marco, serĆ” difĆcil para el PerĆŗ debe procurar superar los tĆ©rminos restrictivos de una agenda minimalista y circunscritos a los tĆ©rminos de un acuerdo de libre comercio. Sin embargo, sĆ es posible intentar una relación estratĆ©gica renovada en el marco de los intereses peruanos y las limitaciones norteamericanas.




