Algunos Estados latinoamericanos parecen considerar que el ALBA es una entidad disminuida y/o que el estrechamiento de relaciones con los miembros de ese grupo debe conducirse sin mayor resguardo y sin intentar modificar su conducta.
En ese marco estos Estados han decidido dejar de prestar atención al creciente autoritarismo con que se conducen los gobiernos de esa alianza y a encogerse de hombros frente a la activa labor de zapa antihemisférica y de aventurerismo extra-regional en que se ha empeñado esa entidad.
Más allá de la decisión cubana de promover una inefectiva y ligera flexibilidad económica en la isla mientras renueva el armazón totalitario del Partido Comunista, en el escenario inmediato el primer caso queda ilustrado por el desbordado hostigamiento con que el Presidente Chávez está confrontando al candidato opositor Enrique Capriles. Y también por el empecinamiento del Ejecutivo ecuatoriano en neutralizar la información electoral que brinda la prensa y por su recusable patrocinio de una sentencia a todas luces desproporcionada contra el diario El Universo, sus dueños y el editorialista que escribió una columna contra el Presidente Correa (cuyo contenido no calificaremos ahora).
Si la desatención regional sobre la disposición cubana, venezolana y ecuatoriana a consolidar la marginalidad del Estado de derecho (o a alejarse de él en el caso de Ecuador) pudiera excusarse en la anacrónica aplicación del principio de no intervención (la que no toma en cuenta la Carta Democrática), nada excusa que los Estados del área no llamen la atención de esos gobiernos por atraer inestabilidad, riesgo y amenaza externos a la región.
Al respecto, el caso más grave por su implicancia humanitaria, estratégica y bélica es la militante asociación de Cuba y Venezuela con dictaduras del Medio Oriente que desbordan toda medida civilizada de defensa de un régimen y procuran armamento nuclear sin importar la consecuencia bélica del mismo.
En este caso, la reiterada recepción del presidente iraní por el presidente venezolano, signada por los términos de una alianza, cuando Irán desarrolla capacidades nucleares que pueden conducir a una deflagración en el Medio Oriente es un acto que pone en riesgo la paz y la estabilidad en América Latina. Como tal debiera ser tratado en la OEA, el CELAC y el UNASUR. Especialmente ahora que la Organización Internacional de Energía Atómica ha considerado frustrado su esfuerzo investigador en el Estado persa, que las sanciones contra Irán se han incrementado y cuando el diálogo con Occidente para evitar un conflicto está llegando a su cota más baja.
Con pasividad recusable, los Estados latinoamericanos no han reaccionado manifiestamente a esta situación. Y tampoco lo han hecho frente a la asistencia que el Estado venezolano presta a Siria (por lo menos con aprovisionamiento de combustible) cuando un régimen de sanciones, promovido por Occidente y países árabes, intenta obligar al régimen sirio a suspender la matanza de civiles en que ha degenerado la represión de la oposición. En esa guerra civil, Venezuela ha tomado partido por un gobierno que se ha puesto al margen de la ley y de los usos de la guerra y se ha alineado, quizás como mecanismo de autodefensa preventiva, con China y Rusia cuyos intereses estratégicos, en este caso, no son convergentes con un buen número de países latinoamericanos.
Pero la pasividad regional (que para algunos puede ser espera de hechos consumados) ha llegado a extremos antisistémicos cuando dos socios menores del ALBA, Ecuador y Bolivia, han conminado a Colombia a invitar a Cuba a la próxima cumbre de las América (abril, Cartagena) bajo amenaza de ausentarse de ese encuentro si el gobierno totalitario de los señores Castro no es convocado. Por cierto, el gobierno cubano, en actitud contraria a la adoptada en relación a la OEA, se ha apresurado a informar que estaría encantado de asistir.
Si el término chantaje se emplea en las relaciones internacionales, éste es el caso. Y está orientado a erosionar aún más los muy debilitados cimientos del sistema interamericano, a neutralizar en los foros americanos a Estados Unidos, a disminuir la influencia de los Estados liberales del área, a fortalecer extraordinariamente al ALBA y concentrar, en torno a ella, la orientación CELAC. El UNASUR, del que por definición están marginados los norteamericanos, tendría así un baluarte de poder andino-caribeño que los Estado no miembros del ALBA resentirán y que competirá con Brasil.
Este escenario cambiaría radicalmente si Cuba se empeñase manifiesta y decididamente en una apertura política. Pero no parece ser éste el caso. Por lo menos no todavía.
Si éste es el caso, Perú, Colombia, Chile, México y Brasil deben poder reaccionar llamando la atención hemisférica y regional sobre los excesos del ALBA y mostrarse más dispuestos a cautelar la estabilidad en el área. Si Brasil, como potencia emergente, tiene su propia agenda en el Caribe y prefiere sólo la reserva del canal bilateral, es obligación de los Estados liberales del Pacífico suramericano expresar su preocupación sobre la materia y, de la manera menos hostil, procurar reorientar la conducta de Ecuador y Bolivia en el entendido que la alianza cubano-venezolana hoy no da pie para más.
Comments