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  • Alejandro Deustua

La “Nueva Izquierda” Latinoamericana

21 de diciembre de 2005



La elección de Evo Morales a la presidencia de Bolivia confirma para muchos la emergencia de una “nueva izquierda” en América Latina. Sin embargo, la diversidad institucional de los movimientos o partidos que la representan, la ausencia de una ideología común (y hasta de una propia) y sus heterogéneos orígenes permiten cuestionar la consistencia de esta “nueva ola progresista” en la región. Especialmente cuando ella proyecta más bien un peligroso cuadro de fragmentación cuyo desborde debe ser prevenido por todos los gobiernos comprometidos. En lo que respecta al señor Morales y el particular populsimo que él representa, la asociación manifiesta es la establecida oficiosa, pero públicamente, con el señor Chávez. Las equivalencias predominantes –además de la cuasialianza- son aquí el nacionalismo y el antimperialismo. El primero se expresa en el control estatal de los medios de producción básicos de la economía -los recursos naturales-, en el incremento del rol del Estado en la asignación de recursos y en el control del orden interno (en el caso del señor Chávez ello se manifiesta en la subyugación por el Ejecutivo de todos los poderes públicos). De otro lado, el antiimperialismo se identifica con una extrapolación del antinortemericanismo y la animadversión a la empresa multinacional y al “modelo económico” (que, efectivamente, no redistribuye).


Al margen de los juicios de valor, siendo estas equivalencias evidentes, son también más funcionales que programáticas y más anímicas que ideológicas, Por tanto, su flexibilidad asociativa es laxa. Así un movimiento militarista (el de Chávez) puede asociarse con uno que, si bien es hoy multiclasista, tiene un muy distintivo origen cocalero (es decir, un interés sectorial superpuesto al nacional) y otro “indigenista” (el más publicitado por los medios). Si la afinidad entre ambos deriva de su organización “movimientista” (como diferente de partidaria) y de su carácter violentista (el uso de la fuerza militar y de la masa en las calles para fines políticos), la especificidad del la organización del señor Morales no desea identificarse, quizás por razones estratégicas, con un ícono contintental (Bolívar) sino con uno nacional. Y al hacerlo elude sus antecedentes más evidentes: el gobierno nacionalista del General “indígena” Juan José Jorge Torres en los 70 y la revolución del MNR de 1952 que arrasó con la oligarquía y las instituciones sin distinción. En lugar de ello, prefiere recordar los levantamientos de Túpac Katari quizás para otorgarle a su movimiento una mayor aceptación pública en épocas en que los movimientos étnicos son incrementalmente activos dentro de las corrientes “altermundistas” y de ciertas corrientes liberales. De otro lado, aunque la asociación estratégica entre el señor Chávez y el señor Castro no incluye aún al señor Morales (lo que marca otra diferencia), es claro que siendo aquélla una fuente de poder predominante no será ajena a las conductas que adopte el futuro presidente de Bolivia. En cambio, la emergencia de fuerzas de izquierda en el Cono Sur y en México son más ortodoxas. En el caso de Brasil (el PT), de Argentina (el Partido Justicialista) y de Uruguay (el Frente Amplio) el accceso de la “izquierda” se debe al trabajo convencional de “partidos tradicionales” tan vituperados por el señor Chávez y el señor Morales. Igual ocurre con el posible ganador de las próximas elecciones mexicanas: el PRD de México que es una segregación del más tradicional de todos los partidos latinoamericanos (el PRI que tiene también una fuerte opción de triunfo). Y no hablamos de la Concertación chilena porque no es emergente y porque incluye a la centroderechista Democracia Cristiana. Entre estos partidos las diferencias ideológicas también son marcadas. El PT es más bien socilaista y clasista. El Partido Peronista es policlasista y populista (y su inclinación ideológica varía históricamente). Y el PRI tiene una tradición institucional y burocrática inigualable en la región de la que la dirigencia del PRD ha bebido. Si, a excepción de la representación de la denominada “causa popular”, estos partidos y organizaciones tienen muy escasa cohesión interinstitucional, difícilmente pueden constituir la expresión ideológica de una “nueva izquierda” en la región. Por lo tanto, son más bien organizaciones de poder. Y éstas lo proyectan hoy de una manera tan anárquica en la región que la fragmentación de sus instituciones (la CAN, el Mercosur, la Comunidad Suramericana de Naciones está a la vista).


Pero ello es menos preocupante que la dispersión anárquica de los polos de poder. Si hasta hace poco el orden regional dependía del alineamiento con Estados Unidos (Perú, Colombia y ahora Ecuador) y de la potencia regional (Brasil), hoy la emergencia de Venezuela (cuya proyección antisistémica global es manifiesta) en alianza con Cuba está produciendo ya no sólo fragmentación sino confrontación dentro de la región. Y como los alineamientos interactúan con el ánimo de consolidar asociaciones de poder, la posibilidad de que Suramérica se convierta en un escenario poblado de entidades nacionalistas que compiten entre sí no es demasiado lejana. Esa tendencia ha ganado en intensidad con la elección del señor Morales. En tanto esas dinámicas disociadoras se incrementen, la inserción regional en el mundo –especialmente en Occidente- estará crecientemente en cuestión. Ese riesgo debe ser controlado antes de que llegue a un punto de no retorno.

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