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  • Alejandro Deustua

La Nueva Guerra de Gaza

La primera potencia anunció en el 2012 el nuevo foco de su política exterior (Pivot to Asia). Ello implicaba salir del entrampamiento de Irak (2011) y dejar Afganistán con un gobierno formado al margen de su sustenabilidad estructural (2014).


Pero he aquí que la primavera árabe (2010) generó la caída de varios gobiernos dictatoriales en el Medio Oriente y el Norte de África sin éxito alternativo (salvo en Túnez, donde hoy ataca el terrorismo de nuevo). Libia continúa hasta hoy sin un gobierno digno de ese nombre y Egipto, luego de la reaccionaria y caótica presidencia de los Hermanos Musulmanes, ha devuelto al poder los generales.


Es más, si el Medio Oriente es una región sin orden estatal (es decir interno), hoy puede convertirse en un escenario transnacional de carácter medieval amenazado por un califato que ya se hizo de territorio sirio (ganado en una interminable guerra civil cuyo spill- over algunos anunciamos) e iraquí (especialmente sunita que, en manos del ISIS, hermanos de Al Qaeda, buscan resarcirse del cruel desplazamiento sufrido a manos de los chiitas de Bagdad).


Este escenario deja potencialmente a Irán, que entre el 2011 y 2013, se negó a negociar su programa nuclear con el propósito de no redimir su potencial militar, en posición de preeminencia. La organización posterior de estas negociaciones (que se acaban de extender cuatro meses más de lo acordado) ha otorgado a esa potencia status de legítimo interlocutor occidental a la par que Turquía y que la ambigua Arabia Saudita.


En medio de este escenario anárquico (pero antes de que el ISIS se institucionalizara), Estados Unidos intentó llevar un poco de orden al corazón del conflicto regional de la zona. Así, entre 2013 y 2014 el Secretario de Estado John Kerry, sin que mediaran más condiciones negociadoras que la necesidad de poner un piso a la gran inestabilidad del área, promovió con renuencia israelí (vitalmente preocupado por la amenaza iraní) un imprevisto proceso negociador con la Autoridad Palestina.


En ese frágil marco, el poder del receptivo Abu Habbas (gobernante de Cisjordania y a cargo de la AP) fue progresivamente debilitado por el gobierno del Hamas en Gaza. Si Benjamín Netanyahu no veía futuro en la negociación, el Hamás se ocupó de darle la razón. Sin voluntad de solución por las partes, las negociaciones fracasaron este año.


Como es costumbre en la zona, ese acontecimiento tuvo consecuencias violentas. Pero nadie imaginó que éstas empezaran con un escalamiento originado en un pretexto púber: el asesinato de tres jóvenes judíos seguido por otro de un adolescente palestino. Esta fragua macabra, cuya violencia no ha sido intermediada eficazmente, siguió el lanzamiento de miles de misiles palestinos hacia Israel (que según el Representante israelí ante la ONU ha sido una práctica cotidiana, aunque en menor escala, desde que Hamas se hizo con el poder el 2007 en Gaza) estrenando alcance (hasta 120 kms) antes que puntería y buscando, de manera indiferenciada, vidas israelíes que segar.


Israel desató entonces su fuerza armada por aire, tierra y mar con el propósito de destruir las bases misileras en Gaza. El Hamás ya había complicado ese escenario al sembrar los edificios civiles de ese territorio de plataformas misileras alimentadas por una red de túneles que sirven, además, para el comercio, el tráfico de armas y el tránsito de terroristas.


Que Gaza se haya convertido en una ratonera explosiva se debe a una estrategia deliberada de aprovechamiento de su intolerable densidad demográfica de 3500 personas por kilómetro cuadrado fruto de un total 1.7 millones de habitantes que viven en 360 kms2.


Frente a esta clase de amenaza letal ¿cómo hace una fuerza para minimizar bajas? Descabezar el movimiento, actuar con precisión quirúrgica o no hacer nada quizás en busca de un enfrentamiento distinto. Hoy, sin embargo, el resultado no podrá dejar de ser desproporcionado en relación al objetivo buscado (deshacerse de las plataformas misileras) y a su base moral: la comunidad internacional se da perfecta cuenta de cuál es la dimensión de mortandad potencial de una operación realizada bajo esas condiciones.


De otro lado, el Hamás ha intensificado lealtades derivadas de tres fuentes: el estilo patrimonial de gobierno (el Hamás trata de resolver sólo a medias las necesidades de la población haciendo que estas coman de la mano gubernamental), la destrucción de Israel como razón de ser (así está dicho en el Pacto del Movimiento de Resistencia Islámica de 2008 y cuenta para ello con las brigadas Qassam, y la búsqueda del predominio absoluto del islamismo en la región (lo que acerca al Hamás al califato que pretende montar el ISIS a partir de Irak y Siria).


Pero hay otro problema. A pesar de ser considerada una organización terrorista por la Unión Europea y Estados Unidos y otros países países (no por Rusia ni China) Hamás llegó al poder en Gaza por votación popular derrotando a Al Fatah en el 2006 (y expulsándolo después). Ello debilitó a la Autoridad Palestina (que gobierna en Cisjordania y que representa a ese territorio y a Gaza).


Es en este escenario envenenado y pobre la ONU debe intentar desescalar el conflicto. Así lo acaba de declarar el Consejo de Seguridad estableciendo además que de no procederse de esa manera, incluyendo luego unas negociaciones definitivas, el asunto derivará a las instancias judiciales de la entidad mundial.


Israel ha sostenido que ha aceptado todas las iniciativas ad hoc de cese al fuego (incluyendo la egipcia) y que Hamás se negó en cada instancia. ¿Querrá esa organización terrorista aceptar ahora? Quizás sí, porque ganará legitimidad y status internacional a costa de Israel aunque la representación corresponda a la Autoridad Palestina. Ello no debe ser estimulado por la comunidad internacional: cualquier negociación debe incluir primordialmente a la Autoridad Palestina.


De otro lado, si el Hamás pretende reservar cada túnel, cada misil y cada alianza fundamentalista, la comunidad internacional, aún fragmentada como se encuentra, deberá a exigirle coercitivamente que deponga su beligerancia, que cambie su carta constitutiva si quiere interactuar y que se someta a la Autoridad Palestina como única representante de esa comunidad.


En base a esas premisas se podrá pensar en una nueva negociación quizás destinada nuevamente al fracaso hasta que el orden estatal no se restablezca en el Medio Oriente, el faccionalismo religioso transnacional sea revertido y las organizaciones terroristas como la del Hamás sean efectivamente reconocidas por todos.


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