Al margen de cualquier calificativo ornamental la visita del Presidente de Chile al Perú debe considerase como sensata y responsable.
Ella confirma, en primer lugar, que la controversia marítima que la Corte Internacional de Justicia resolverá, debe ser entendida por ambas partes como la aplicación del principio de solución pacífica que la comunidad internacional ha suscrito en el marco de la ONU y que, en consecuencia, debe estar orientada a eliminar un serio obstáculo para progresar en el camino de la cooperación bilateral.
Aún más, la visita del Presidente Piñera, que deberá ser correspondida por el Presidente García, reitera que Perú y Chile tienen intereses de integración convergentes cuyas divergencias nacionales se alivian en un marco de principios enfáticamente reconocidos como comunes.
Es verdad que esa afirmación no implica el alivio súbito de la desconfianza propia de diferencias convencionales, pero la compensa largamente con un horizonte de integración mayor entre países del Pacífico suramericano que se guía por modelos de desarrollo similares. Esto es lo que los presidentes de Perú y Chile han suscrito en la declaración conjunta del 25 de noviembre en términos austeros cuya diluida retórica indica con seriedad lo que se quiere de la relación bilateral: una restauración de la relación política, económica y social y un reordenamiento de la agenda consecuente, incluyendo la militar.
Teniendo en cuenta que lo importante es enderezar el camino para mejorar la interacción entre las partes, esa declaración restablece prioridades sectoriales, clarifica el derrotero que las partes deben seguir a partir de la segunda década del siglo XXI y atenúa la niebla generadora de incertidumbre cuando la discrepancia ensombrece una interdependencia existente.
Por ello la declaración no contiene grandes innovaciones ni alardea diplomáticamente sobre temáticas emergentes (p.e., cooperación energética realista o la integración de las bolsas de valores) ni las que se retomarán (la relación institucional entre las fuerzas armadas que generen confianza).
A esa austeridad política (término preferible a “business-like”) se debe también que no se hayan mencionado recaudos que las partes deben adoptar (p.e. prudencia para evitar posiciones de dominio en el nuevo mercado de capitales subregional) ni preocupaciones latentes (por ejemplo, las asimetrías de capacidades militares). Si las autoridades peruanas y chilenas están al tanto de ellas (y si no lo están habrá que recordárselo), ellas y las que vengan se ocuparán de esos recaudos y preocupaciones progresivamente.
De otro lado, quizás no esté claro para todos que la visita del Presidente chileno y la que prestará el Presidente García a Chile probablemente en enero, que el contenido de esa toma de contacto va más allá de las denominadas políticas de “cuerdas separadas” o “relaciones inteligentes”. Estas expresiones, si están esencialmente bien orientadas, parecían expresar una inadecuada y reduccionista preferencia por las relaciones de negocios que conciernen a empresarios y una genérica apreciación del resto de la masa crítica de la relación peruano-chilena. Es más, en ese error podrían estar incurriendo hoy altas autoridades de los dos países. La declaración conjunta debe corregir esa aproximación minimalista para dar lugar al verdadero potencial de cooperación e integración expansiva que existe en el sur del Pacífico suramericano como articulador de una organización geoeconómica que recorra el Hemisferio Occidental de sur a norte potenciando la interacción interamericana. Ésta debiera incluir a Estados Unidos y Canadá y debe ser estratégica y no técnica o funcional para mejorar el posicionamiento de los ribereños americanos en la cuenca oceánica en relación al Asia.
Esperamos que este mensaje, que ha sido esbozado con anterioridad por ambos gobiernos -y también planteado desde estas páginas-, sea entendido por los partidos políticos de ambos Estados. Y también por las fuerzas armadas que, en el caso del Perú, aún deben contribuir a cerrar la brecha de capacidades con el vecino con propósitos razonablemente disuasivos y también de interoperabilidad cuando el destino las llame a mantener la paz en otras localidades.
Si esta empresa debe cohesionarse idealistamente en torno a valores comunes, debe desarrollarse con el realismo de la prudencia y de la eficacia antes que el de la mera expresión de poder.
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