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  • Alejandro Deustua

La Economía Latinoamericana en el Cambio de Año

23 de diciembre de 2005



Aunque con insuficiencias, desequilibrios y rezagos América Latina debiera culminar optimistamente este año económico. Sin embargo, la inestabilidad política y las consecuencias beligerantes de la exclusión social atenúan en nuestros países el entusiasmo que ofrecen las cifras de desempeño y confunden a las dirigencias emergentes. Esta realidad atemperada y en, no pocos casos, preocupante no debe perder de vista que América Latina crecerá este año 4.3% consolidando una expansión de tres años consecutivos. Según la Cepal (1), ello implica la reducción del desempleo (de 10.3% a 9.32%) y de la pobreza (de 44% a 40.1%).


Por lo demás, el crecimiento se da en un contexto internacional en expansión (3.3% este año) que, aunque desaceleradamente (las proyección del FMI en setiembre superaba 4%) y con los riesgos que presentan los desequilibrios globales, probablemente se prolongará durante el 2006. Ello implicará para la región el sostenimiento de la demanda externa, el mantenimiento de términos de intercambio positivos y la reiteración de superávits de cuenta corriente inéditos en nuestra historia económica reciente.


Sin embargo, a pesar de un incremento del crecimiento del Japón que, junto con el sostenido dinamismo de China e India, complementarán el ciclo expansivo norteamericano (la Unión Europea aún no se suma a esta dinámica), es posible esperar un descenso en los precios de las materias primas, un decrecimiento en la inversión extranjera (que seguirá concentrándose en las economías mayores), mayores complicaciones de acceso al crédito y mayor costo en el pago de la deuda (por incremento de las tasas de interés empujadas por presiones inflacionarias).


A ello se agrega la sostenida preocupación por la eventual reducción del consumo en los países centrales motivada por el debilitamiento del boom de bienes raíces (los escenarios son, alternativamente, de quiebre o reducción gradual), por el nivel de los precios del petróleo (que continuará alto), por la depreciación del dólar y por los desequilibrios que expresan los déficits fiscal y de cuenta corriente norteameicanos correspondidos por superávits asiáticos y europeos. La sombra de esos riesgos se producirá, sin embargo, en un escenario expansivo que América Latina debe saber aprovechar incrementando las exportaciones no tradicionales, atrayendo a las empresas multinacionales, invirtiendo y ahorrando más localmente e incrementando su competitividad (especialmente frente al creciente desafío asiático). Para hacerlo, sin embargo, deberá atender los evidentes e injustificables problemas mellizos de la exclusión y concentración social y económica, replantearse la problemática del desarrollo como paralela (y no subordinada) a la atención de la pobreza y evolucionar en la solución de la distribución de la riqueza. Esta tarea no es tarea fácil en una economía que reclama crecimiento a tasas mayores y en un contexto social beligerantemente emergente en el que los ciudadanos postergados reclaman satisfacción real a necesidades y expectativas. Pero lo será más aún si los gobernantes pierden el sentido de orientación o intentan revertir los lineamientos básicos de aproximación a la economía de mercado como ocurre hoy en Venezuela y Bolivia (y puede empezar a ocurrir en el Perú y en resto de la región). Teniendo en cuenta las inmensas asimetrías internacionales y locales, nuestras sociedades han aprendido de los graves perjuicios y retrocesos resultantes de los grandiosos rediseños sociales y económicos cuando éstos van en contra del mercado. Las generaciones futuras no pueden volver a ser sacrificadas en aras de experimentos económicos que se sostienen unos pocos años y luego sucumben arrastrando el porvenir con ellos. Por ello, si el objetivo general es el progreso interno y una mejor inserción externa, lo sensato es corregir los defectos de las políticas económicas vigentes antes que revertirlas como desean ciertos revisionistas radicales. Ello implica mejorar las políticas fiscales, una mayor promoción del comercio, de la inversión y de la pequeña y mediana empresa, generación de políticas industriales eficientes y selectivas y mejoramiento sustancial de la infraestructura física y de los servicios públicos.


Y también una mejor disposición para impulsar la interdependencia intrahemisférica, dinamizar cooperativamente el escenario económico multilateral y mejorar la gestión de la contingencias contextuales (p.e. a través de políticas contracíclicas y de prevención y manejo de crisis)


Estas alternativas son posibles dentro del mercado. Lo que es imposible (aunque sea políticamente probable en las mentes de no pocos aspirantes al poder) es establecer políticas “contracorriente” sin tener, además, la capacidad para llevarlas a cabo. El optimismo que ofrecen las cifras de la Cepal debe poder implementarse dentro del amplio espectro de posibilidades que ofrecen hoy las condiciones de apertura e interdependencia de la economía global.

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