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  • Alejandro Deustua

La Dictadura Boliviana

El frágil escenario democrático suramericano acaba de debilitarse adicionalmente en Bolivia. En ruta hacia la tiranía la organización política del gobierno del Sr. Morales acaba de confirmar que ese país ha partido ya de su base autoritaria.


Para arribar a ese destino, algo parecido al de la “dictadura perfecta” (término con el que Vargas Llosa designó el gobierno del PRI mexicano), el dictador boliviano ha recurrido nuevamente a la tergiversación del derecho para consolidar su lamentable destino político.


En efecto, los derechos humanos del señor Morales (específicamente el referido a elegir y ser elegido contenido en el art. 23 de la Convención Americana sobre la materia) no sólo han sido sublimados sino reescritos por el Tribunal Constitucional boliviano para quebrar la Constitución de ese país (que permite al presidente una sola reelección continua) y desacatar la voluntad popular (que, expresada en un referéndum, ya negó a Morales toda posibilidad de volver a postularse como Jefe de Estado).


En el proceso, ese Tribunal avaló un recurso planteado por parlamentarios del MAS sacándose de la galera el increíble argumento de que la norma humanitaria en cuestión, que es de carácter general, es superior a la norma constitucional que la implementa expresamente.


En lugar de una reforma constitucional el dictador Morales optó al respecto por lo más expeditivo: activar su pleno control de las instituciones bolivianas (en este caso el Tribunal en cuestión) para disfrazar de legalidad su nueva postulación en las elecciones del 2019. Al fin y al cabo, él ya había fraguado en el 2008 la gestación de la Constitución en predios de la Fuerza Armada y preparado el terreno para el presente úcase alegando que su primer mandato no contaba por la sencilla razón de éste inició en el 2006 bajo la anterior Constitución.


De esta manera, Morales, se postulará para un cuarto mandato en el 2019 habiendo gobernado once años consecutivos y con perspectivas de seguir haciéndolo indefinidamente.


Aunque esta dictadura no se fundamenta en un partido sólido (como en el caso del PRI mexicano) puede ser “perfecta” (o trata de serlo en el sentido del embozo) recurriendo a una serie de coberturas. Así, se envuelve en la bandera del derecho (es decir, en su caricatura como instrumento), en el llamado a la “legitimidad” (negada ya por referéndum), en el control institucional (entendido como personal arquitectura burocrática) y en el deseo de un nuevo baño de multitudes (que esta vez pudiera ser sangriento). Los vecinos de Bolivia deben estar alertas.


Primero, porque la consolidación dictatorial tiende a afincarse en el norte y centro de Suramérica mientras que los términos de la gobernabilidad democrática en el área se erosionan afectados por la corrupción y otros males. La inestabilidad regional será el resultado.


Segundo, porque esos agujeros negros de prepotencia política no pueden ser adecuadamente revertidos desde afuera. La clara muestra de pérdida de influencia liberal que ello implica resulta en un escenario de gran polarización política que complica las posibilidades de integración (y hasta de razonable cooperación) en el área.


Tercero, porque el vínculo entre las nuevas dictaduras suramericanas a través de instrumentos que semejan alianzas se fortifica mientras que la asociación de los Estados liberales no logran concretar sus objetivos de contención (como en el caso del Consenso de Lima que, en relación a Venezuela, hoy acepta el contubernio de la oposición con el dictador Maduro).


Cuarto, porque el régimen hemisférico de seguridad democrática (un punto zenital del liberalismo político americano) ha sido desafiado con éxito por estas dictaduras que no tardarán en cuestionar formalmente sus principios tornándolo no sólo inoperativo sino reclamando, más temprano que tarde, el retorno al principio del pluralismo político que cobijó en el pasado autocracias y conflictos.


Y quinto, porque el bloque dictatorial (Venezuela-Bolivia -Cuba que es el núcleo del ALBA) tiende a plantear escenarios geopolíticos conflictivos en el área (antes avalados por el Brasil donde su mentor, Lula, encabeza hoy las encuestas de cara a las elecciones del próximo año) así como posiciones estratégicas sistémicamente desafiantes (p.e., a singularidades económicas y militares de cómo China y Rusia se involucran en Suramérica).


Ello deja pocas opciones. Entre ellas, la negativa a la realización de intereses bolivianos. Mientras el señor Morales no desista de su carácter dictatorial y siga frustrando la vocación democrática boliviana asociado con terceros, el gobierno debería dejar en claro que él nada obtendrá del Perú en la satisfacción de intereses que Morales no representa adecuadamente. Salvo que volvamos al realismo político.


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