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Alejandro Deustua

Enlodados

Para cambiar el orden político del país no es necesario hoy ni golpes de Estado ni alteración sustantiva de la correlación de fuerzas partidarias. Como hemos visto, ello requiere hoy apenas una transmutación de intereses de líderes en pugna. Especialmente si aquéllos se definen ahora, digamos, en términos de sobrevivencia.

Así, si el Presidente Kuczysnki fue elegido como parapeto de una mayoría ciudadana frente a la persistente embestida fujimorista, año y medio más tarde ese mandatario ha sido rescatado de su inminente vacancia por la defección parcial de fuerzas de su adversario. Como contraparte el mentor de estas últimas ha sido resucitado por la vía del indulto humanitario de acuerdo a sus propios requerimientos.

La convergencia de intereses entre opositores ha sido el resultado de situaciones extremas. Pero, ¿puede ese bien orquestado mecanismo de canje ser la base para la reconciliación nacional como anuncia el Presidente?

Sí, si la idiosincrasia ciudadana fuera lo suficientemente oportunista como para considerar que el cinismo es un instrumento virtuoso de articulación de conveniencias o si se percibiera alguna amenaza común que justifique una alianza política.

No, si en ausencia de esa amenaza, las diferentes identidades de los partidos políticos han de persistir para que la democracia en que ellos actúan sea efectivamente representativa.

El fujimorismo y el Presidente han optado por la primera respuesta. Para ellos, el oportunismo es la vía para trocar intereses antagónicos en convergentes manipulando al respecto una sentencia sin importar que ésta verse, entre otros asuntos, sobre delitos de lesa humanidad.

Y también para olvidar conductas impropias de un Jefe de Estado como el sometimiento a soberanía extranjera para renunciar a la presidencia y buscar amparo –frustrado- en una curul japonesa.

En el proceso gobernante y ex -mandatario han recurrido a otro instrumento conocido: la alteración de sus ofertas electorales, lo que ni siquiera han podido justificar explícitamente en la razón de Estado.

La implicancia de este modus operandi en nuestra grisácea política exterior es su mayor debilitamiento. Y no sólo porque un frágil presidente la comanda sino porque ahora confronta la reacción de los organismos humanitarios de la ONU y quizás de la OEA erosionando nuestra proyección multilateral. Ello complicará nuestra inserción hemisférica (gobernabilidad y corrupción es el tema de la próxima Cumbre de las Américas que se realizará en Lima) y global (el Perú inicia dentro una semana un nuevo turno en el Consejo de Seguridad).

En ese marco, la aproximación a la OCDE quizás se complique y el menguado liderazgo en el Grupo de Lima para tratar el caso venezolano podrá desaparecer.

Sin contar el impacto que ello puede tener en ciertas vinculaciones bilaterales, la pérdida de prestigio se dejará sentir en la menguada confianza interna que reflejan ciertas encuestas.


Frente a ello, la imagen presidencial no será ya un activo creíble. Estamos enlodados.


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