Corea del Norte acaba de formalizar una amenaza directa a Estados Unidos expresando que el trato con esa potencia no se realiza con palabra sino con las armas y que sus programas de misiles balísticos de largo alcance y sus pruebas nucleares están dirigidos específicamente contra ella. Como esa amenaza involucra medios y conductas que el Consejo de Seguridad ha prohibido requiriendo la suspensión del desarrollo de esos programas (su última Resolución al respecto –la 2087- fue aprobada el 22 de enero), la amenaza involucra al sistema internacional.
Bajo parámetros normales esa amenaza rondaría la declaratoria de guerra y el desafío reclamaría una respuesta mayor del sistema de seguridad colectiva de la ONU. Pero tanto Estados Unidos como la ONU han sostenido hasta hoy un curso de disuasión, persuasión y coerción económica y estratégica en relación al Estado totalitario más cerrado e impredecible que el comunismo ha heredado a la post-Guerra Fría. Ahora que China –el único aliado de Corea del Norte-ha apoyado al Consejo de Seguridad, ¿se puede persistir en ese curso anterior?.
La respuesta es afirmativa siempre que los sistemas de defensa antinucleares y antibalísticos de los vecinos de Corea del Norte y Estados Unidos confirmen su alerta, si dichos estados clarifican su disposición a actuar en el caso de que el Estado autoritario concrete su amenaza y si los esfuerzos colectivos para controlar la proliferación nuclear se multiplican.
Pero este conjunto de condicionalidades tienen sentido en tanto se otorgue credibilidad al patrón de comportamiento norcoreano de reacción a la coerción internacional (la respuesta agresiva inmediata y la distensión posterior seguida de algún tipo de asistencia o cooperación según sostiene el Centro de Estudios Coreanos de la Universidad de Columbia) y se confíe en que, nuevamente, la amenaza “es hueca” porque Corea del Norte no dispone aún de la tecnología suficiente (lo que, en apariencia, ocurre).
Pero este escenario de riesgo se complica porque la forma como se ha expresado la amenaza involucra un extraordinario grado de irracionalidad (Corea del Norte no tiene cómo sobrevivir a un ataque preventivo de una potencia superior), porque sus parámetros de cálculo han desbordado lo límites de lo verosímil (el supuesto coreano de que la tolerancia de la comunidad internacional no tiene límite -especialmente si la percibe atada al chantaje nuclear iraní-) y porque Corea del Norte ha rebasado los medios de control chino alterando el supuesto de que la potencia asiática disponía de una influencia determinante en el Estado de Kim Jong-un. Este conjunto de variables se engarzan en un par de posibles percepciones norcoreanas: primero, Estados Unidos actuará sólo diplomáticamente bajo los criterios idealistas de la actual Administración (es decir, no recurrirá a la fuerza). Segundo, los seis integrantes que han conducido las conversaciones plurilaterales con Corea del Norte (la República de Corea –o Corea del Sur-, China, Rusia, Japón y Estados Unidos) tienen incentivos de balance de poder en la península coreana y en el este de Asia suficientemente fuertes como para debilitar su voluntad y cohesión.
El primer supuesto es una extralimitación en la evaluación de la posición norteamericana (que, sin embargo, admite este tipo de reacciones) y la segunda obvia la tendencia histórica de coalición temporal entre rivales frente a una amenaza mayor.
Pero, al margen de ello, el hecho de que un Estado pueda embarcarse en una aventura que implica la guerra total al amparo de este conjunto de irracionalidades agrega probabilidad a la amenaza.
En ese marco, algunas autoridades chinas ya han hecho un llamado al diálogo. En el formato “de los 6” o por otra vía, éste probablemente ocurra. Pero no sería admisible si Corea del Norte realiza su tercera prueba nuclear (ya ha realizado dos en 2006 y 2009) y continúa con los desarrollos balísticos en contra de las disposiciones que la ONU (la reciente Resolución 2087 del Consejo de Seguridad que incrementa las sanciones al Estado totalitario luego de que éste realizara en diciembre pruebas de esos misiles seguiría el rumbo de las anteriores que intentaron disuadir a Corea del Norte de persistir en sus catastróficos emprendimientos).
Como el Perú es un vecino de la cuenca del Pacífico y está comprometido con la no proliferación nuclear (que tiene dimensión global) la amenaza coreana le concierne. Al respecto debe expresar su preocupación públicamente y contribuir en el marco de la ONU a intentar controlar esta emergencia. Una forma más concreta de hacerlo sería lograr un pronunciamiento condenatorio de la conducta norcoreana en la CELAC (que ahora se desarrolla en Santiago), en la OEA y el UNASUR e involucrarse más activamente en una campaña contra la proliferación nuclear (que, obviamente, estaría dirigida también contra Irán).
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