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  • Alejandro Deustua

Italia: Voto de Protesta y Parálisis en Procura de Cambio de Posición

En pronóstico más inercial que novedoso, el Foro Económico Mundial identificó en Davos las crecientes problemáticas locales y las decisiones disfuncionales que se tomaran al respecto como uno de los riesgos de inestabilidad global. Este escenario, según estos visionarios, forma parte del “new normal” (que no es una serie de televisión).


Uno de estos acontecimientos fuertemente desestabilizadores acaba de producirse en Italia cuyos ciudadanos han optado democráticamente por la ingobernabilidad transitoria. El divorcio entre la democracia, la obligación de conformar un gobierno y gobernar puede ser una anomalía política que el cómico Beppe Grillo, jefe del Movimiento 5 Estrellas suscribiría como parte de su script. Con 25.5% de los votos le sobran razones para ello.


Pero si a esa tendencia se añade el 25% de ausentismo electoral (aparentemente un de los más altos en la política italiana) entonces la vocación anárquica conforma una mayoritaria masa crítica de votos de protesta que, por serlo, debería orientarse por una “tercera posición” que ni los interesados ni casi nadie en Italia (ni en Europa) ofrecen.


En ese marco, el precario ganador del Partido Democrático Luigi Bresani (31.63% de los votos) sólo podría formar gobierno con una alianza. Las alternativas negadas son, sin embargo, el partido de Silvio Berlusconi (30.72% del Pueblo de la Libertad) y la Elección Cívica de Mario Monti (apenas 10.5%). Entre estas alternativas (de las que han desaparecido los partidos tradicionales), de momento nadie desea optar. La flexibilidad política ha desaparecido en Italia para dar lugar a políticas de trincheras que anuncian caos. Mientras espera su destino, Berlusconi ha pedido que no se reconozca al ganador mientras está pendiente el conteo parlamentario. Pero nadie ha sugerido unas nuevas elecciones.


En este marco, la naturaleza del voto de protesta (que es un voto contra la austeridad como política principal) está deviniendo en un voto por la parálisis y el desgobierno y, por tanto, contra el sistema. Por tanto, se puede entender que Europa y sus socios están frente a un voto contra las políticas europeas de combate a la crisis y, eventualmente, contra la forma y trayectoria que ha adoptado el proyecto europeo hoy.


Ello implica asumir la inestabilidad hasta que algo cambie. Al respecto, debe recordarse que no es Italia el único detonante de esta fenomenología: el gobierno búlgaro acaba de caer, el impopular español está arrinconado por acusaciones de corrupción (y su capacidad decisoria ha mermado), en Portugal vuelve a escucharse el himno de la “revolución de los claveles” de la era militar y los partidos nacionalistas y fascistas ganan sitio en Grecia y hasta en escenarios impensados como algunos países nórdicos. Es en este contexto que el candidato europeo por excelencia –y el más serio de todos- Mario Monti, ha sido considerado por los italianos como casi irrelevante.


Al respecto, algunos (entre ellos, The Economist) hacen bien en recordar que el voto de protesta italiano se asienta también en un proceso de decadencia que precede a la crisis del euro. Éste se refleja en una sistemática pérdida de productividad, en unos de los productos per cápita más bajos de Europa (ha caído en por 13 años consecutivos) y en una corrupción arraigada con la que el sistema ha convivido por décadas.


Por lo demás, su perfomance exportadora es también una de las menores de la región reflejando progresiva pérdida de competitividad hecho que la ubica en el puesto 30 de los 31 miembros de la OECD en el ránking de Doing Business del Banco Mundial (FMI).


Ello ocurre en contraste con el tamaño de la economía italiana (la tercera en Europa y la octava en el mundo) evidenciando que la división productiva entre el norte rico y el sur pobre es cada vez más evidente.


Pero esto es sólo parte de la historia. Con una desempleo de 11.1% en 2012, las perspectivas de crecimiento que le atribuye la OECD a Italia para el 2014 (0.5% en el caso de que las reformas se lleven a cabo adecuadamente después de contracciones de -2.2% en 2012 y -1% este año) lleva consigo un incremento de desempleo de 11.3% ese año permaneciendo alto (8.8%) hasta el 2017 por lo menos (para ese entonces Estados Unidos espera acercarse a su desempleo natural).


Éste no es un pronóstico tranquilizador. Menos aún cuando la aplicación de las reformas parece destinada a ganar tanto el favor psicológico de los mercados como a mejorar la economía italiana (privilegiando, eventualmente, al primero). En efecto, las reformas han sido precedidas de fuertes recortes de gasto (20 mil millones de euros según Reuters) y aumento de impuestos cuando el déficit estructural en relación al PBI era de 1.4% en 2011 (en 2012 fue de 4.7% según el FMI). Si bien los recortes debieron hacerse quizás pudieron disminuirse para aminorar su impacto social.


Especialmente cuando el problema italiano fundamental parece ser el de la deuda. Ascendente a 130% del PBI ésta es la sexta en el mundo en relación al PBI y segunda en Europa. En el mundo la deuda italiana es sólo superada por Japón (229.8% del PBI), Grecia, Jamaica, Líbano y Eritrea. Y en Europa por Grecia (163%). Si es verdad que es difícil trazar la línea entre el comportamiento financiero y el macroeconómico del Estado para enderezar la economía, el problema italiano es esencialmente financiero que requiere medidas de estabilidad macroeconómica complementarias. No al revés necesariamente.


Ello es tan cierto como que el intento de solución europea pasa por no ahogar el crecimiento mediante medidas extremas de austeridad sino por reformas estructurales primero. Al respecto hasta The Economist ha avalado esta posición.


Estas reformas son las que ha procurado el Sr. Monti (ahora marginado pero un actor necesario) vinculadas al sistema previsional (que ha elevado la edad de jubilación a 66 años en el caso de los hombres y 62 de las mujeres), al mercado laboral (flexibilizándolo pero prefiriendo el empleo permanente al temporal), a la desregulación y simplificación administrativa. Lamentablemente algunas de ellas han sido bloqueadas por el Poder Judicial y otras neutralizadas en la fase de implementación.


Este conjunto de elementos anuncian que el debate sobre la conveniencia de la austeridad como prioridad política se incrementará en Italia y Europa. Algunos sostienen que ello implicará colocar la necesidad de las reformas primero. Otros plantean que es necesario ir más allá siguiendo el ejemplo norteamericano.


En cualquier caso, el efecto bursátil de la parálisis política italiana fue importante en los primeros días. Pero luego, las bolsas se recuperaron mientras que la neoyorquina se mantuvo por encima de los 12 mil puntos. He aquí el factor psicológico en toda su expresión: de alguna manera, piensan muchos insensatos, estos problemas están encaminados inercialmente a su solución. Especialmente si, el hasta hace poco catastrófico “abismo fiscal” norteamericano ha perdido sensación de peligro.


En efecto, en medio de las elecciones italianas, el FED informó al Congreso norteamericano que si bien el problema europeo y la fecha de vencimiento del nuevo “abismo fiscal” estadounidense (1 de marzo) constituían un riesgo fiscal serio, la política monetaria se mantendría expansiva hasta lograr niveles de desempleo cercanos al desempleo natural en Estados Unidos. Ello implica seguir comprando activos por US$ 40 mil millones mensuales hasta que el objetivo se consiga. Los europeos han respirado aliviados con esa expresión de confianza y voluntad de la primera potencia. Pero ahora deberán cambiar de políticas de mejor impacto económico y menor costo social.


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