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  • Alejandro Deustua

“Gravitas” Para la Próxima Cumbre de las Américas

15 de mayo de 2022


Faltando apenas tres semanas para la inauguración de la 9a Cumbre de las Américas (Los Ángeles, 6-10 de junio) los reportes de desorganización del evento se extienden. Aunque el tema general de la reunión es conocido (“Construyendo un Futuro Sustentable, Resiliente y Equitativo”) las probabilidades de un notorio ausentismo no son pocas mientras se desconoce el contenido de la agenda (NYT).


Como era evidente los dictadores de Cuba, Venezuela y Nicaragua no han sido invitados. Y también era previsible que aliados de estos gobiernos totalitarios (Bolivia y algunos países del Caribe) dejaran saber su insatisfacción al respecto. Pero a ellos se sumarían dos de los tres países de mayor desarrollo relativo del área. Tal sería el caso de México (que, con tardanza, cuestiona la hegemonía norteamericana y exige la participación de todos los Estados americanos sin excepción) y el Brasil (cuyo presidente no desearía confrontar cuestionamientos sobre el proceso electoral de octubre próximo).


Como explicación de esta indisposición se esgrime que Estados Unidos ya no es la comandante superpotencia de la Guerra Fría ni del “momento unipolar”, la consuetudinaria defensa (por algunos) del régimen comunista cubano y su aliado venezolano, la mayor influencia china en el área y hasta el temor del presidente Biden a la reacción de la comunidad de expatriados cubanos y venezolanos en Florida si éste muestra flexibilidad con los autócratas (AQ).


A ello debe agregarse el hecho de que al antinorteamericanismo tradicional podría haberse sumado un cierto cuestionamiento al rol norteamericano en Ucrania (un síntoma que se expresa en malestar general por la crisis económica y su relación con ese conflicto y que puede incrementar la percepción antinorteamericana en el área coincidiendo con el incremento de los gobiernos de izquierda en ella).


De otro lado, si bien esta fenomenología era predecible, menos lo es la extendida percepción de que la agenda a desarrollarse carecería de consistencia a pesar de que ésta sea generalmente desconocida.


Es más, si el Ejecutivo norteamericano, como casi siempre, concentra su energía en temas nacionales y extrarregionales (la muy seria problemática económica -una inflación de 8.3%, preocupante volatilidad del mercado de valores, serios problemas de oferta que anuncian estanflación- y el escalamiento del conflicto militar en Ucrania -incluyendo la extensión de la OTAN- y su impacto en las elecciones parlamentarias de noviembre y las presidenciales de 2024), ello no debiera ser una limitante para el planeamiento de la Cumbre de las Américas. Finalmente ésta forma parte de un “proceso” iniciado en 1994 que se considera “institucionalizado”.


Es decir, que ese “proceso” cuenta con una secretaría (la OEA) y con una “arquitectura” de apariencia sofisticada (un Comité Directivo y un Consejo Ejecutivo integrados ambos por diferentes países americanos, la involucración de casi todas la cancillerías del área además de órganos regionales y globales -el BID, la CEPAL, la CAF, el Banco Mundial entre otros- que conforman un Grupo de Trabajo ad hoc). A ellos se suman representantes del sector privado y de la dominada sociedad civil de los países del área que participan (o debieran hacerlo) en la configuración de una agenda supuestamente consensuada.


Si esta enorme maquinaria está o ha estado en funciones, las dudas del New York Times (nada menos) y de otras publicaciones sobre los asuntos concretos a tratar podrían deberse sólo a una lamentable desinformación.


Salvo que ésta se derive del hecho de que los trabajos se hayan llevado a cabo con extrema opacidad (como parece ser el caso), con ausencia de consenso suficiente o que ellos hayan perdido el rumbo en una complejísima maraña de temas (que suele ser el laberinto en que se deleitan los promotores de este tipo de diplomacia).


En efecto, para cierto tipo de multilateralistas la realidad no existe si su complejidad no se define como una cantidad infinita e inabordable de temas. Al respecto debe tomarse en cuenta que la primera cumbre de la serie que forma el actual “proceso” (Miami, 1994) incluyó no menos de 23 iniciativas que se incorporaron en un Plan de Acción cuyo grado de ejecución debe ser aún materia de debate (salvo por el gran logro de la Carta Democrática Interamericana que puede rastrearse a esa fecha). Y que el tema actual sobre “sustentabilidad y la resiliencia” tiene tantas dimensiones como las que puedan imaginarse (y, por tanto, excusas anticipadas para una eventual ausencia de resultados).


La apreciación escéptica sobre la Cumbre se alimenta además de un callejón sin salida: cuando la agenda compleja encuentra un centro de gravedad, posteriormente se activan todo tipo de prejuicios e irracionalidades que impiden su realización Este fue el caso de la oposición al ALCA que, luego del consenso sobre sus bondades en 1994, fue luego rechazada por los integrantes del emergente ALBA de la era chavista y por los integrantes del Mercosur en la Cumbre de Mar del Plata (2005) fuertemente influidos por el rol del anfitrión, Néstor Kirchner.


Y en lo que hoy concierne, si la participación se limita a los países democráticos (no fue el caso de 1994) no puede pasarse por alto el hecho de que varios de los “invitados” no creen en esa forma de gobierno (el caso del Sr Castillo) o no pueden ejercer su convicción debido al proceso de descomposición democrática, a la inestabilidad política y social que afecta a casi todos en el área y al rápido proceso de mutación del orden internacional que atestiguamos (en efecto, hoy sería imposible aprobar una Carta Democrática como la del 2001 que se gestó, en no poca medida, al amparo de las secuelas liberales de la inmediata post-Guerra Fría).


Pese a este conjunto de razones que predicen el fracaso o la inutilidad de la Cumbre de Los Ángeles, es obligación de los participantes encontrar un centro de gravedad que la justifique en tiempos de muy seria vulnerabilidad económica y de seguridad. Si éstos se derivan ahora de las crisis yuxtapuestas de la pandemia y de la guerra así como de las medidas empleadas por los beligerantes, es necesario plantear soluciones concretas a sus consecuencias en la región: inflación, serísimas crisis energética y alimentaria y emergencia potencial de una crisis económica y de seguridad mayor de largo plazo.


Es más, teniendo en cuenta que hoy América Latina es la región de peor perfomance económica en el mundo, es necesario que la Cumbre considere sugerencias y decisiones sobre una urgente recuperación de bases de crecimiento y de un rol hemisférico en el mundo más significativo cuyo actual deterioro algunos consideran normal.


Si ello implica replantear la poética de la “sostenibilidad y la resiliencia” los americanos no debiéramos dudar en romper con un planteamiento de “soft policies” que podría impedir progresar colectivamente en momentos extremadamente críticos.


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