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  • Alejandro Deustua

Fascismo y Socialismo del Siglo XXI

El populismo del venezolano Hugo Chávez, ya en el poder, se aferró al “socialismo del siglo XXI”, creado para él por el sociólogo alemán Heinz Dieterich Steffan. Pronto, este ideólogo extremista mostró las inconsecuencias del chavismo y de sus aliados: Bolivia, Ecuador y Nicaragua. El caso de Cuba es singular y, seguramente, no se alió con Chávez por coincidencias doctrinales –no las hay–, sino para contar con el petróleo venezolano a precios, si los paga, inferiores a los del mercado.


El movimiento “bolivariano”, según Dieterich, ha cometido varios pecados, contrariando los principios de su peculiar socialismo, lo que “hace peligrar su estabilidad”. Entre ellos: “El despido, sin explicación, de Eduardo Samán (…) el único ministro socialista y revolucionario que ha habido en el proceso bolivariano y la salida de Henri Falcón del PSUV constituyen un viraje en el proceso bolivariano, cuyo modelo entra hoy en crisis”. “La política del Presidente (Chávez) no ha construido institución alguna que se pueda llamar del socialismo del siglo XXI…”. "La política económica ha sido keynesiana y tipo Perón en su momento…".


En el rescoldo de la furia de ese socialismo imposible, ya abandonado, el populismo chavista sigue –probablemente instintivamente– el modelo fascista de Benito Mussolini que afirmaba en 1919: “Nosotros no tenemos doctrina pre-constituida; nuestra doctrina es el hecho, la acción”. Con la línea del “hecho y la acción”, es decir sin “doctrina pre-constituida”, los populistas se precipitan en lo que Enrico Udenio llama “progresismo fascista” (V. “Los Anteojos del Tata”, 30.04.2010).


Sin embargo, Dieterich mostró que aún mantiene un grado importante de influencia sobre Chávez y sus aliados. Una muestra reciente: sus recomendaciones para que éstos asuman una línea uniforme sobre el conflicto de Medio Oriente. En un artículo intitulado “Gaza: ¿Cuándo actuarán los gobiernos latinoamericanos?” (Rebelión. 06-2009), Dieterich dijo que “la medida adecuada que (los gobiernos latinoamericanos) pueden y deben ejecutar es el retiro inmediato de sus embajadores de Israel, como primer paso hacia una posible ruptura posterior de las relaciones diplomáticas, si Israel no para la agresión”. Y el gobierno de Bolivia inició la cadena de las rupturas diplomáticas de los países de la ALBA con Israel, que ya culminó con el corte de relaciones con el Estado hebreo dispuesto por el gobierno del ex guerrillero sandinista Daniel Ortega de Nicaragua.


Pero ¿qué tiene que ver el conflicto del Medio Oriente con el socialismo del siglo XXI? Aparentemente, poco. La concertación populista, siguiendo la línea aconsejada por Dieterich, pretende mostrar su solidaridad con unos combatientes palestinos “patriotas” –los de Hamas, para muchos países, son terroristas– que luchan por establecer su Estado, contra un país –Israel– que, con apoyo del “imperio” de Estados Unidos, les niega todos sus derechos. En esto hay mucho de demagogia y superchería: la gran mayoría de esos combatientes, no son ni demócratas ni justicieros. Están alentados y financiados por la más reaccionaria de las dictaduras: la eclesiocracia de los Ayatolas de Irán, tan alejada de la democracia y tan dispuesta a la brutal represión a opositores y a las minorías.


El populismo latinoamericano que ha entronizado a sus caudillos, no puede –ni quiere– seguir una línea definida, ni aun la del fracasado socialismo marxista-leninista. Está limitado por la incapacidad de sus propios jerarcas y por sus indefiniciones principistas, como ese extraño ingrediente de indigenismo anacrónico. Predomina, entonces, una especie de trasnochado fascismo que debilita paulatinamente la democracia.



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