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  • Alejandro Deustua

Elecciones y la “Izquierda Fascista”

25 de noviembre de 2005



Con las elecciones en Chile y Bolivia empieza, este diciembre, el nuevo año electoral en buena parte de América Latina. Como en esos dos países, la denominada “nueva izquierda” intentará llegar al poder como representante tanto de una izquierda partidista y remozada como de una irredentista expresión de un nuevo poder regional. Mientras que el triunfo de la primera debe ser bienvenido, el de esta última deberá ser entendido como un peligro derivado de su condición callejera antes que cívica, belicosa antes que beligerante y antisistémica antes que democrática. El centro de gravedad de esta última versión de la “izquierda” gira en torno del movimiento chavista y de su aliada esencial: la Cuba de Castro. Aunque la sustancia de esta facción denominada “socialismo del siglo XXI” no consiste esencialmente en nada en tanto su causa es tan polivalente como desasgregada, sí tiene la energía generada por la fusión de una explosiva ambición geopolítica y una flamígera ideología retórica.


La primera expresa su disconformidad con la unipolaridad entendida como antimperialismo y éste como antinorteamericanismo en su versión más primitiva y guerrera. Su desmesura plantea un cambio del orden internacional no en el foro multilatleral.-como ocurrió en los 70- sino en el crudo campo de la política de poder que cree puede manejar. A la luz del patrón de relación con los más radicales Estados del Medio Oriente que el Estado chavista expresa, quizás esta facción no dudaría en plantear, si pudiera, un escenario semejante al de la crisis de los misiles de octubre de 1962 para lograr su ambición reordenadora. De otro lado, la fusión de retórica e ideología correspondiente al planteamiento anterior adjunta al planteamiento de “integración bolivariana” un dimensión filosamente antihemisférica y, por tanto, eminentemente antioccidental. La integración es para esa entidad un gran espacio común en donde la relación con Estados Unidos es tan improcedente y nefasta como pertinente es la incorporación al mismo de la Cuba totalitaria. Lo demás –como sus socios de la CAN-es lo de menos. Este “socialismo del siglo XXI” ha hecho creer que podría ser tentado por el nuevo laborismo del antiguo Blair con algunas antingencias: el rol que atribuye al Estado no es el del regulador y distribuidor al que la izquierda tradicional aspira con moderación sino el de la casi plena superposición del Estado sobre el individuo, el del acumulador incontesatable de poder, el desorganizador de toda oposición efectiva y el nacionalizador de toda propiedad o bien que crea necesario. Por lo demás, esta izquierda no cree en los matices del libre mercado de la vieja socialdemocracia –y mucho menos de la nueva- sino en la capacidad expropiatoria, la sustitución internacional de los medios de cambio por el trueque y en el ejercicio del más crudo mercantilismo: aquél que entiende la gestión económica como adquisición de poder. Para probarlo allí están el ejercicio de las política de poder venezolana en sus dos versiones. La aparentemente amable: la del trueque que emplea las necesidades energéticas y financieras del interlocutor para ofrecer petróleo a precio subvaluado y compra de bonos con afluentes petrodólares. Y la agresiva: la que recurre al insulto como modalidad de confrontación con el sólo requisito de que el agredido estime en lo que se merece la relación con Estados Unidos o a la advertencia belicosa que descalifica al adversario como agresor inminente o cómplice para esos fines. En ciertos casos, este socialismo del siglo XXI adquiere un matiz aún más beligerante y volátil: el que deriva de la articulación de un nuevo nacionalismo étnico como en el caso de Evo Morales. Esta izquierda, a diferencia de la izquierda partidaria y formal, no cree en la democracia representativa ni en sus instituciones. Lo primero deriva de su condición emergente y discriminatoria de los partidos políticos. Lo segundo se manifiesta en el empleo simultáneo de los mecanismos democráticos establecidos –el proceso electoral, la representación parlamentaria, la apelación jurisdiccional- con la coacción violenta que se expresa en las calles con las más graves consecuencias: el golpe de Estado en su versión clásica (la de Chávez) y en su versión nueva (el golpe civil al que siempre está dispuesto Morales). Si esta izquierda de métodos fascistas ya tiene un pie en Venezuela sería extremadamente peligroso para la sociedad liberal que los latinoamericanos venimos construyendo desde hace 20 años que aquélla colocara el otro en Bolivia, Ecuador o Perú. Por ello –y por su dimensión internacionalmente influyente- los triunfos de la Concertación en Chile y del PRI en México no sólo deben bienvenidos sino que deben ser acogidos como triunfos propios por los partidos de derecha que pudieran ganar en otros países de la región.

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