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  • Alejandro Deustua

Elecciones Norteamericanas: Prevenir Otra Ronda de Desgobierno

Es de conocimiento público: en el último tramo de su segundo mandato los presidentes norteamericanos pierden apoyo del Congreso porque su partido tiende a perder las elecciones parlamentarias de mitad de período (“mid-term”). En consecuencia la capacidad de mando y de influencia del Ejecutivo queda mermada (el efecto “lame-duck”).


Esto es lo que ha ocurrido en Estados Unidos con el triunfo del Partido Republicano en la Cámara de Representantes y en el Senado que lo ha encumbrado al predominio en ambas cámaras.


Sin embargo, esa victoria no alcanza al partido ganador para imponer legislación en tanto no ha obtenido la “supermayoría” en el Senado (de los 60 asientos requeridos a estos efectos ha sumado sólo 52 con las ganancias logradas entre el tercio electo). Mientras tanto en la Cámara de Representantes ese partido ha incrementado sus ganancias pero de manera no apabullante (13 asientos hasta hoy) logrando 243 de un total de 435 y dejando al Partido Demócrata con 179 sitios.


Siguiendo la dinámica de la polarización política y la confrontación e ideológica instaladas desde el primer mandato del Presidente Obama, el escenario está listo para una nueva ronda de confrontación interna que, de realizarse irracionalmente como en los últimos dos años, se reflejará en inmovilismo e incapacidad para solucionar los graves problemas que aquejan a la primera potencia.


Peor aun cuando la aprobación del Presidente Obama es incierta (41% según Gallup pero de 48% según Bloomberg), cuando la participación ciudadana ha sido apenas de un tercio según se deduce de lo expresado por el propio Presidente y el triunfo republicano en la elección de gobernadores parece haber sido más contundente que en el Congreso.


Es más, el Presidente Obama ha sostenido que si bien hay sitio para que republicanos y demócratas se pongan de acuerdo en asuntos de trascendencia nacional, él espera del Congreso proyectos de ley que estará dispuesto a vetar. Tal es el carácter de la democracia americana ha dicho el Sr. Obama.


Sin embargo, la protesta silenciosa reflejada en ausentismo electoral (que tampoco debe exagerarse en tanto en ese tipo de elecciones la concurrencia es históricamente menor comparada con la de comicios presidenciales) no quisiera ser puesta a prueba como cuando el Congreso no logró ponerse de acuerdo para definir un presupuesto o para elevar el techo de la deuda (al respecto ya se afirma que el Departamento del Tesoro tiene recursos hasta mediados del próximo año para sufragar los gastos del Ejecutivo).


En el ámbito interno la reiteración de disfuncionalidad política agudizaría aún más el alejamiento de la ciudadanía de la militancia y de las ánforas al tiempo que arriesgaría el crecimiento económico (del cual el “tapering” es prueba) y reintroduciría desconfianza en los mercados de capitales.


Y en el ámbito externo esa confrontación paralizante reducirá, aún más, el poder y la influencia de la primera potencia cuando a la falta de gobernanza global se ha sumado la ausencia de un balance eficaz. Ello es especialmente peligroso en tanto pone en evidencia que la pugnacidad beligerante de la transición hacia un nuevo orden global es creciente.


En ese marco sería fatal para la seguridad y la política exterior norteamericanas que el Congreso no logre ponerse de acuerdo en la elevación del presupuesto de Defensa (según los términos de 2013) cuando la conflictividad internacional mantiene su curso incremental en frentes convencionales y no convencionales (Davidson) o que la negociación de los acuerdos transpacífico y transatlántico no logren consolidarse, no por falta de interés entre las partes, sino por la negación de la autoridad correspondiente que el Congreso debe otorgar al Ejecutivo para concretar esos acuerdos (el TPA).


Similarmente, sería tremendamente perjudicial para el status multilateral de Estados Unidos que su Congreso no logre apoyo para la reforma de los organismos económicos multilaterales existentes (ello haría sitio a la emergencia de alternativas que ya existen en Asia y hasta dentro del propio FMI, el que podría verse obligado a adelantar alguna reforma sin contar con la plena participación norteamericana –Khan-).


Y dado que la focalización en Asia (“pivot to Asia”) no ha sido posible debido a la beligerancia regional en el Este de Europa y en el Medio Oriente, la ausencia de los acuerdos necesarios en el Congreso para moderar ese pasivo podría tener efectos perniciosos y retroalimentadores de conflicto en esos escenarios.


Ello agravaría la inopia hemisférica alimentada, en buena medida, por la falta de solución de prioridades de la zona (el problema migratorio, por ejemplo que está al margen de las prioridades inerciales como Cuba, Colombia o el narcotráfico). Como consecuencia asistiríamos a un mayor deterioro en la relación con América Latina en momentos en que su fragmentación se consolida y la presencia de otras potencias se incrementa en los Estados antinorteamericanos y también en los que desean mantener una buena relación con la primera potencia en el marco de una mayor diversificación de interlocutores.


Por ello, los congresistas norteamericanos debieran seguir la recomendación del Washington Post: antes que persistir en la ruta de la pugna ideológica que aleja a los votantes de las urnas y a los militantes de los partidos; y que incrementa la incertidumbre de los socios norteamericanos a la vez que estimula conductas hostiles, es mejor que Demócratas y Republicanos piensen en el 2016 cuando se realizan los próximos comicios presidenciales.


En esa perspectiva, que es la del interés nacional norteamericano, ambos partidos deberán incrementar sus fortalezas y reducir sus debilidades. Entre las primeras, el partido Demócrata cuenta con las que le otorga la percepción de la sociedad civil: mayor proclividad a trabajar con el contrario, mayor preocupación por las necesidades de los ciudadanos, un comportamiento más honesto, y mayor aptitud para tratar problemas sociales (como los de salud pública) (Pew).


Las percibidas fortalezas republicanas se concentran, en cambio, alrededor de su mejor capacidad para luchar contra el terrorismo, su mayor disposición a reducir el déficit, una mejor capacidad para la gestión económica y para resolver el problema de la inmigración (esta última debe cuestionarse porque el Presidente Obama está dispuesto a lidiar con la materia sólo por la vía ejecutiva si fuera necesario) (Pew).


En circunstancias en que la influencia norteamericana decae contribuyendo al desorden internacional, el incremento de la pugna interna en la primera potencia añadiría otra marca a los signos de decadencia. Ésta arrastraría a la economía global (cuyo status es la “mediocridad” según el FMI) y a la mayor pérdida de valor de la democracia como mejor forma de organización política y de gobierno si uno de sus principales defensores insiste en practicarla principalmente como escenario de conflicto.


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