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  • Alejandro Deustua

El África en Ebullición: Riesgos y Oportunidades

La revuelta ciudadana en Túnez, la persistencia de un presidente electo en la transferencia democrática del poder en Costa de Marfil y el referéndum en Sudán muestra que África, en distintas subregiones, está en proceso de ebullición. Sin embargo, a diferencia del pasado reciente, esta vez los movimientos que procuran un cambio de orden parecen orientados en la dirección correcta. Por lo demás, además de tener legitimidad o marco legal y de contextualizarse en un escenario de crecimiento regional, estos eventos tienen fuerte incidencia estratégica. Ello, sin embargo, no asegura estabilidad ni tampoco un buen resultado en el área. Cualquiera que sea el desenlace, éste tendrá mayor impacto en Suramérica que hace una década.


El caso de la renuncia forzada del autócrata Zine el-Abidine Ben Ali en Túnez ha liberado la esperanza democrática en esa República autocrática (“la dictadura más obviada” según Kristina Kausch) y generado expectativas de desborde hacia los Estados del Norte del África que no han renovado sus liderazgos (es decir todos salvo Marruecos y Mauritania si se considera a esta última como parte de esa subregión). Los casos más evidentes son los de Egipto (que no es parte del Magreb pero sí de África del Norte donde el presidente Mubarak ejerce sus funciones desde 1981 y resiste la transición ganando últimamente elecciones por mayoría soviética –alrededor del 90% de los votos-) y el de Libia (donde Muamar al Gadafi se mantiene como dictador desde 1969). Un caso menor es el de Argelia donde Abdelziz Bouteflika ha sido reelecto dos veces desde 1999 en un contexto de conflicto latente con grupos islámicos radicales que, con anterioridad, desataron una sangrienta guerra civil).


Esta situación se agrava porque la estabilidad de esos países es esencial para la Unión Europea y para Estados Unidos. Así mientras la UE ha establecido con ellos un escenario de interacción estratégica en torno al Mediterráneo y acuerdos de asociación como parte de la Política de Vecindad de la Unión, Estados Unidos considera a estos países –salvo en el caso de Mauritania- como parte del Cercano Oriente cuyo foco esencial gira en torno a la problemática del más antiguo conflicto regional: el del Medio Oriente.


El valor geopolítico de la subregión está expresado en este entramado de acuerdos o entendimientos que singulariza a socios y aliados de Occidente. Y, aunque en ese marco las potencias occidentales pretenden una evolución democrática, aquellas consideran los vínculos específicos con estos Estados como superiores para asuntos económicos y de seguridad.


En el caso de Estados Unidos, Egipto tiene una importancia especial y es considerado un aliado. El complemento económico de esa relación de seguridad se produce a través de la asociación norteamericana con los países del Magreb –que incluye a Libia- en NAPEO (North Africa Partnership for Economic Opportunity).


A pesar de ello, y frente a la creciente gravedad de la crisis tunecina, la Secretaria de Estado Clinton demandó recientemente a los países de la Liga Árabe reformas democráticas advirtiendo a los partidarios del statu quo que el fundamento institucional de muchos de esos países “se está hundiendo en la arena” y advirtiendo que tuvieran en cuenta que quizás podrían resistir el descontento ahora, pero “no para siempre”.


Este apoyo a la reforma democrática basado en la preocupación norteamericana por la expansión de la protesta social (que puede complicar el muy sensible conflicto del Medio Oriente y sus ramificaciones) fue respondida por el Canciller de Egipto quien advirtió a Estados Unidos sobre cualquier tipo de intervención en asuntos internos. Al respecto éste reclamó que se tuviera en cuenta la especificidad de cada Estado. Atendiendo a este punto muchos opinan que, a pesar de la gravedad del momento, la expansión de la protesta será contenida por los gobiernos en ejercicio. Ello, sin embargo, es cuestionado por la opinión pública cuyos voceros periodísticos en el área claman a favor del “efecto dominó” (por ejemplo, el diario argelino El Watan).


En el caso de Túnez, considerado como pro-occidental, la Unión Europea ha mantenido con el régimen de Ben Ali relaciones especiales basadas en un acuerdo de asociación (2005) que buscaba diversificar las relaciones de cooperación. En el marco de ese acuerdo se concretó un tratado de libre comercio (2008) mientras las relaciones de cooperación siguieron progresando al punto de que la UE evaluaba últimamente el otorgamiento a su vínculo con Túnez un “status avanzado”. Ese progreso implicó el entendimiento de que los valores comunes de carácter liberal iban progresando en ese país.


A pesar de ello, el gobierno tunecino ejercía niveles considerables de represión (incluyendo la censura del Internet, las escuchas telefónicas y la persecución política). Si ésta era resistida localmente lo fue en un contexto de aparente acuerdo social que suponía que parte de la ciudadanía aceptaba el control político a cambio de progreso. Pero éste tuvo su límite cuando el progreso dejó de expresarse en oportunidades en un contexto en el que el progreso extra-regional no puede ocultarse.


En efecto, los países del MENA (Norte de África, Medio Oriente) se desempeñaban relativamente bien en el ámbito económico. El año pasado crecieron 4.2% el año con una proyección de 4.8% para el 2011 según el FMI mientras que la desaceleración del 2009 (2.3%) fue superada rápidamente. Más aún los países importadores de petróleo del MENAP (un grupo más amplio de países que incluye a Túnez) y que, en teoría, debieran crecer menos que los exportadores de ese recurso por razones evidentes, mantuvieron una perspectiva de crecimiento de 5%.


Sin embargo, esa tasa de progreso no fue suficiente para generar oportunidades de empleo. En efecto, entre el 2001 y el 2007 el desempleo apenas se ha reducido de 12% a 11% en el área mientras que el desempleo juvenil alcanza 40%. A este sector pertenecía Mohamed Bouazizi, el joven graduado que luego de no encontrar trabajo vendió vegetales en un mercado sólo para ser despojado de su mercancía y proceder luego a su inmolación y a prender la chispa de la revuelta.


Si ésta será o no el símil magrebí de Gdansk, como suponen algunos editorialistas, se verá (probablemente no lo sea porque Túnez no es comparable con la Polonia comunista, ni en el Magreb hay una versión árabe del Pacto de Varsovia, ni mucho menos un imperio soviético). Pero, por lo pronto, varios muchachos árabes han seguido el ejemplo de un sacrificio que no se puede justificar –el suicidio propagandístico- mientras que los partidos de oposición claman por libertades en el Magreb en un tono que se parece al de un nuevo movimiento panárabe.


Mientras ello ocurre en el norte de África, en su costa occidental la comunidad internacional (es decir, la ONU, la Unión Europea y la Unión Africana) intentan convencer al señor Laurent Gbagbo, ex -presidente de Costa de Marfil en el período 2000-2011, que ceda el poder a quien triunfó en elecciones recientes, el señor Alassane Quattara. Las elecciones fueron consideradas legítimas por la ONU pero no estuvieron exentas de conflicto y complejidades.


El conflicto deriva de una confrontación entre el norte y sur del país en el que, además de los intereses tribales y económicos (Costa de Marfil es el primer productor de cacao), la contienda se expresa entre lado predominantemente musulmán (el norte) y el que está habitado por cristianos y ciudadanos de religiones locales (el sur). Esta confrontación religiosa (que es parte del escenario global) tiene un arraigo particular en la periferia del centro africano geopolíticamente relevante y, en este caso, en Costa de Marfil, donde la peculiar estabilidad de los 33 años de gobierno del señor Felix Houphouët-Boigny colapsó en una guerra civil. Este factor ciertamente influye en la posición del señor Gbgabo, un ex -presidente católico, y en el señor Quattara, un presidente electo de origen musulmán.


El conflicto se complica por las opacidades de la elección: el Consejo Constitucional, del que es miembro el señor Gbgabo, dio primero ganador…. al señor Gbgabo alegando que, en el norte, las elecciones habían sido irregulares mientras que, luego, la Comisión Electoral (vigilada por la ONU) dio por ganador al señor Quattara alegando que su conteo era legítimo y que las acciones de violencia se habían realizado en ambos lados según la BBC.


Si este detalle micropolítico se incorpora acá se debe a la dimensión microsociológica de Costa de Marfil. La dimensión estratégica de la misma está comandada menos por la posición geopolítica del país (a la entrada del Golfo de Guinea dominado por Nigeria, el país más extenso y rico de la subregión debido a sus reservas de hidrocarburos) que por la autoridad de las instituciones involucradas: la ONU (que tiene fuerza desplegada en el terreno), el Banco Mundial (que ha congelado selectivamente la ayuda a Costa de Marfil), los Estados Unidos y la Unión Europea (que han sancionado al gobierno del señor Gbgabo), la Unión Africana (cuya autoridad política y militar respalda al señor Quattara) y el ECOWAS (el organismo de integración y cooperación subregional).


Si, en este contexto, el señor Gbgabo se hiciera con el poder luego de perder las elecciones, una intervención militar de Costa de Marfil por fuerzas de seguridad colectiva no es descartable. El riesgo mayor consiste, sin embargo, en que si el resultado electoral no pueda ser implementado por autoridad globales, ni por las potencias occidentales, ni por la Unión Africana (que tiene experiencia en imposición del orden) o por el ECOWAS (que incluye a los vecinos interesados), las tendencias anárquicas en buena parte del África recuperarían vitalidad desatando nuevos conflictos y generando aún más fragmentación en un continente en el que muchos de sus Estados luchan literalmente por su sobrevivencia.


Ese tipo de contienda se desarrolló, en dos guerras civiles en Sudán, en último cuarto del siglo XX. Y en la primera década del siglo XXI derivó en crímenes de guerra o en genocidio (este asunto es algo que la Corte Penal Internacional aún tiene que decidir junto con la responsabilidad en él del Presidente de Sudán el señor Al Bashir). Esta catástrofe humanitaria resultó en 400 mil muertos aproximadamente y casi tres millones de desplazados (cifras que, sin embargo, no tienen pleno aval) entre el 2003 y el 2009.


El conflicto, como se sabe, tuvo también un decisivo componente político-religioso (musulmanes en el norte donde habita el 70% de la población y animistas y cristianos en el sur). El dominio político musulmán fue cuestionado violentamente por los ciudadanos del sur luego de que Sudán abandonara una alianza con Egipto y que el Chad interviniera intentando obtener ventajas de los recursos petroleros y agrícolas (la mayoría en el sur). El escenario geopolítico del conflicto se complica porque Sudán es el país de mayor dimensión territorial en el África (dos veces el territorio peruano), porque se ubica en una posición central, porque por su territorio transita el segundo río navegable más largo del mundo (el Nilo), porque su acceso al Mar Rojo entre el canal de Suez el golfo de Aden le permite facilitar o restringir el paso por esa vía y porque facilita un acceso fácil del África del Norte (especialmente de Egipto y de Libia) al África subsahariana. Por lo demás, tratándose en gran medida de un territorio vacío (apenas 39 millones de habitantes) el riesgo de que éste se transforme o confirme estructuralmente un vacío de poder en la zona es una invitación inercial al conflicto sistemático.


En un contexto de tensión regional ese escenario adquiere aún mayor valor estratégico. La tensión puede desembocar en conflicto nuevamente si no se implementa adecuadamente el referéndum comprometido en el acuerdo general de paz entre el norte y el sur en el 2005 (que estableció un referéndum mediante el cual se decidiría o no la secesión del sur y que fue complementado por el acuerdo de cesación de fuego de Yamena, el acuerdo de paz de Darfur, el acuerdo de paz de Sudán Oriental y el acuerdo del 2009).


Como se sabe, el referéndum se ha llevado a cabo pero sus resultados definitivos no se conocerán hasta el mes próximo (aunque se considera que el 60% necesario para otorgar legitimidad a su resultado secesionista ya se ha logrado) al tiempo que el acusado Presidente de Sudán, Omar al-Bashir se ha comprometido a respetarlo. Luego de ello quedará pendiente la formación del Estado del sur, la delimitación de la frontera común de casi dos mil kms. y la separación de zonas como la Abyei (donde se ubican las mayores reservas de petróleo) y Darfur (en dirección nororiental). Esta tarea es extremadamente compleja y, a la luz de los antecedentes, no estará desprovista de controversia y reclamos aún después de que se haya logrado un eventual acuerdo. Por ello será necesaria la continuidad de la presencia en la zona de las fuerzas de la ONU, de la Unión Africana y de la OTAN.


En el corto plazo los efectos de estos conflictos se sentirán en América Latina. Para empezar, durante la tercera cumbre América del Sur-Países Árabes en la que el conflicto de Túnez y el norte de África deberá ser abordado. Por lo demás, el riesgo de que algunos países de la zona no concurran a la cumbre es evidente.


De otro lado, el conflicto político de Costa de Marfil y sus posibles ramificaciones llamará la atención del Brasil que, a diferencia del resto de Suramérica, tiene una política africana fundamentada en razones de identidad (el origen africano de parte de la población brasileña) y de interés estratégico.


Por lo demás, América del Sur, a pesar de considerarse una zona distante (algo que las cumbres del ASPA y de APEC desmienten), debiera estar interesada en que el conflicto de Sudán termine adecuadamente. De no ser así, su potencial desestabilizador requerirá de fuerzas multinacionales que podrán provenir también de países suramericanos que ya tienen experiencia en operaciones de mantenimiento de la paz. Finalmente, un contexto global tensionado por la incertidumbre de la recuperación, los desequilibrios y los nacionalismos económicos puede agravar la falta de cohesión internacional existente si el África retoma el rumbo del conflicto. De allí que el G20, además de los países comprometidos en el área, deben procurar que las oportunidades que abren los conflictos del Norte de África y de Costa de Marfil y la buena orientación del conflicto sudanés se concreten. A estos efectos es mejor preocuparse antes mientras se pueda influir en los acontecimientos que después cuando se deban reparar los daños.


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