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  • Alejandro Deustua

El Viaje de la Sra. Pelosi

4 de agosto de 2022


Con el 20º Congreso del Partido Comunista agendado para este semestre, la vinculación sino-rusa vigorizada por la guerra en Ucrania y China señalada como un desafío sistémico por la OTAN, la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, ha realizado una visita a Taiwán considerada por China como una afrenta a la unidad de ese Estado.


La visita se ha realizado en el marco de una gira de la Sra. Pelosi por Singapur, Malasia, Corea del Sur y Japón para fortalecer “la seguridad mutua, la asociación económica y la gobernanza democrática en la región del Indo-Pacífico”. Taiwán no figuraba en la lista publicada hasta que alguien “filtró” la noticia.


Aunque la visita duró menos de un día, del objetivo declarado para el conjunto de la gira se podría concluir que aquélla no era protocolar sino estratégica en la media en que la tercera autoridad en la jerarquía política norteamericana tuviera capacidad para lograr el propósito anunciado.

En apariencia, el hecho, aún en ciernes, fue discutido por los presidentes Biden y Xi Jinping durante su entrevista virtual de fines de julio en la que, durante un par de horas, trataron sobre los principales temas de la relación bilateral. En esa oportunidad, Xi habría advertido a Biden sobre la impertinencia de la visita y sobre la intención china de responder con enérgicas medidas.


Realizada ésta, China procede ahora a realizar las mayores, más sofisticadas y hostiles maniobras militares de los últimos años cercando por completo la isla taiwanesa, violentando su espacio marítimo y aéreo y complicando el tráfico por la vía que comunica el estrecho de Taiwán con el Mar del Sur de la China (uno de los estrechos de mayor tráfico naviero en el mundo y, en consecuencia, de extraordinaria importancia geopolítica). Como complemento la potencia asiática ha impuesto sanciones comerciales al gobierno y agentes económicos taiwaneses cuyo territorio es considerado por la gran potencia como propio. Estas medidas, que fueron precedidas de la enésima violación del espacio aéreo taiwanés, podrían repetirse en el futuro cercano.


Como resultado, la relación sino-norteamericana se ha tensionado bien por encima del umbral de estabilidad y algunos de los aliados norteamericanos del “Indo Pacífico” han expresado preocupación al no ser tenidos suficientemente en cuenta en este episodio (la recepción de la Sra. Pelosi en Corea del Sur ha sido fría).


Como es previsible, la proyección de la respuesta china al desafío planteado se dejará sentir en el fortalecimiento de la relación sino-rusa complicando aún más la situación de la guerra en Europa del Este y agudizando las tensiones entre los países de la Unión Europea y de la OTAN con China. Y dependiendo de cómo China maneje el escalamiento de su respuesta, Estados Unidos podría estar iniciando relaciones de mayor confrontación simultánea con dos grandes potencias nucleares.


¿Es posible que ello haya ocurrido sólo por el respeto que el presidente Biden dice guardar por la autonomía de una muy importante integrante de la Cámara de Representantes como se ha planteado? La respuesta debiera ser negativa. Del muy complejo proceso decisorio de la política exterior norteamericana escapan muchas cosas -incluyendo accidentes de consecuencias bélicas- pero es difícil creer que el desbande premeditado de los funcionarios que toman parte en él sea aceptable por el Ejecutivo de la superpotencia.


Menos aún cuando quien aparenta actuar de manera libérrima en política exterior y asuntos de seguridad de la superpotencia es una muy antigua correligionaria del Jefe de Estado que ostenta la más alta gradación. De ella debiera esperarse una muy estrecha coordinación en asuntos de interés nacional (en este caso, prevenir una relación beligerante y escalable con China). Especialmente cuando existe un vínculo de lealtad con el presidente que le brida su confianza.


Este conjunto de razones sugiere la improbabilidad de que la singular voluntad de la Sra. Pelosi se haya impuesto sobre la prioridad presidencial aunque las elecciones legislativas en Estados Unidos requirieran algo de propaganda en escenarios de la mayor visibilidad.


Esa improbabilidad se incrementa cuando se tiene en cuenta la conformación de la comitiva viajera. Ésta estuvo integrada por los muy influyentes presidentes y sub-presidentes de los comités de más importancia de la Cámara Baja en asuntos de política exterior, inteligencia, seguridad y presupuestarios (“Appropriations Committee”). Cada uno de ellos tiene autoridad y peso propio que difícilmente podría subordinarse a un capricho de la Sra. Pelosi.


Por lo demás, la larga tradición de los Estados Unidos como potencia mundial ha implicado el desarrollo de una política exterior sofisticada y con larga tradición en la atención de crisis específicas y de evitamiento de las mismas.


Todo ello indicaría que, si el viaje de la comitiva Pelosi no fue avalado expresamente por el presidente Biden (sin que éste o sus asesores de seguridad nacional puedan confirmarlo), por lo menos tuvo su aquiesencia quizás para probar, con altísimo riesgo, la capacidad de reacción china o “hacer un punto” político.


Pero para lograr ese propósito la superpotencia tiene múltiples señuelos. Que la prestigiosa cabeza de la Cámara de Representantes se prestara a ello es dudoso. Y también irracional.


Sin embargo el planteamiento ideológico previamente esbozado por el Presidente Biden para caracterizar la guerra en Ucrania (la competencia kantiana entre democracias y autocracias como renovada referencia global) fue actualizado por la Sra. Pelosi en Taiwán. Por maniqueo e inadecuado, éste es irracional. En un mundo en que las formas de gobierno difícilmente puedan dividirse con claridad entre autocracias y dictaduras, no es verdad que Estados Unidos pueda reducir a sus aliados al campo de los Estados plenamente democráticos. Especialmente cuando la propia superpotencia viene de ser gobernada por un autócrata que ha apelado penalmente a metodologías autocráticas (las del Sr. Trump que puede intentar una nueva experiencia presidencial).


Ello no obstante, la ideologización de la gestión externa norteamericana puede haber calado al punto de que funcionarios de la más rica experiencia (como la Sra. Pelosi) realmente crean que en el momento actual los Estados deben definirse como democracias o autocracias o que esa calificación funciona cuando es conveniente. Al respecto cabe preguntar si cada uno de los Estados asiáticos comprendidos en la gira de la Sra. Pelosi definidos como aliados o socios norteamericanos, son plenamente democráticos.


El riesgo de trasladar al escenario estratégico este tipo de afirmaciones idealistas peligrosamente sublimadas y que sugieren (como en el caso de la consideración de Estados Unidos como una “idea”) que la primera potencia carece de cálculo político, tiene consecuencias que rápidamente pueden derivar en una gran confrontación bélica de consecuencias sistémicas que nadie desea. Hasta el idealista Woodrow Wilson, que debió tener mayor éxito en su país, habría desaprobado esta simplificación. Que ella no gobierne la relación sino-norteamericana.


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