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  • Alejandro Deustua

El Golpe y la Elección

El escenario grancolombiano ha ingresado en una nueva etapa de tensión derivado del golpe de Estado en Venezuela y de la polarización política en Ecuador.


Sin embargo la posibilidad de que, a raíz del cuestionamiento colectivo del golpe en Venezuela, el gobierno de Maduro pueda aflojar los tensores de la tiranía ya se coteja en ciertos países (Estados Unidos ha solicitado la liberación de presos políticos).


Y la necesidad de que en Ecuador el mínimo margen del triunfo oficialista (reconocido ya por la OEA) en momentos de recesión obligue a Moreno a lograr consensos básicos, genera expectativas de atenuación de la épica revolucionaria y controlista de Correa.


En ese escenario, la esperanza ecuatoriana parece más viable que la venezolana. Y lo es porque Maduro depende de su núcleo represivo cívico-militar para sacudirse de cualquier circunstancia. Por lo demás, es probable que la marcha atrás en el golpe haya sido una demostración de lo determinante que él puede ser en procesos que finge no conocer (la decisión golpista del Tribunal Supremo) y aprovecharlos para demostrar alguna flexibilidad. Los usos cubanos son la norma y Maduro creen firmemente en ellos.


Pero a diferencia de Cuba, la organización política que sostiene a Maduro está dominada por intereses mercantiles (PDVSA, pe,) y no sólo ideológicos y por una sensación de peligro post-crisis mayor (el cobro de cuentas al término de su gobierno puede ser incontrolable).


Por esa indisposición oficialista al cambio democrático es que la tardía Resolución del Consejo Permanente de la OEA sobre “violación del orden constitucional” en Venezuela puede ser percibida en Caracas apenas como un ademán de los países americanos empujados a rezar un rosario (la Resolución es una Declaración) que no se convertirá en acción coercitiva.


En efecto, los diagnósticos del Secretario General Almagro y sus llamados a la acción siguen pareciendo imprudentes a muchos mientras que el Consejo Permanente se limita a actuar procesalmente en el marco del artículo 20 de la Carta Democrática (que ni siquiera es citado) esperando quizás que no llegue el momento de adoptar medidas decisivas.


En efecto, la Resolución de la OEA se limita a repetir los principios de la Carta sin hacer imputaciones; su sección declarativa es sólo un señalamiento (lo ocurrido en Venezuela “es incompatible con la práctica democrática” sin mencionar la masiva violación de derechos humanos en ese país) y la parte resolutiva urge a la separación de poderes en Venezuela como si ella hubiera existido con Maduro.


Si la Resolución no cala el sentido de la emergencia (¿hay alguna señal de recorte de créditos o de importaciones petroleras?), Maduro puede concluir que se le percibe como el mal menor y que las cosas vuelven a la normalidad dictatorial.


El Consejo Permanente pudo buscar los votos para empujar una Asamblea Extraordinaria que, dejando de lado el cómplice y tramposo diálogo, pusiera dientes a la eventual suspensión venezolana para obligar a Maduro a convocar a elecciones generales a la brevedad. Pero el proceso burocrático y diplomático sigue pesando más en la OEA.


En Ecuador el crecimiento esperado de 0.3% (antes de El Niño) y posterior a una recesión sin gran inversión aguardando en línea y una deuda externa cercana al límite legal de 40%, complicará la disposición de Moreno de optar, sin correcciones, por el financiamiento externo. Además, la predisposición de Correa al caudillismo y a subordinar todo lo que oliera a liberal, no parecen tener en Lenin Moreno, de momento, su aprovechado sucesor. El peligro es que Correa quiera regresar y que Lenin admire a Medvedev.


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