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  • Alejandro Deustua

El Dictador Quiere un Salvavidas

El dictador venezolano, que ha decidido incrementar su aislamiento retirándose de la OEA, pretende ahora construir un nuevo orden aún más claustrofóbico a través de una truculenta y corporativista consulta popular.


El planteamiento es tan absurdo que no sólo no repara en que éste reconoce el desastroso fracaso de su Estado chavista, sino que pretende que el detestado demoledor sea aceptado como el arquitecto de un nuevo contrato social.


Peor aún, Maduro no parece darse cuenta que la convulsión social que ha organizado está a punto de tragárselo completo de no mediar una dictadura militar, la guerra civil o una salida basada en el voto universal y secreto que nadie en su sano juicio podría negar.


En lugar de ello, Maduro piensa que puede atajar la catástrofe poniéndole un marco jurídico a este nuevo golpe contra la Asamblea Nacional y al encarnizamiento con la mayoría de sus ciudadanos.


Es más, el dictador puede imaginar que no sólo el ejercicio eficaz de su autoridad –como la integridad de su cuello- puede ser resanado sino que, mediante la digitalizada participación “gremial” y “de clase” de las comunas chavistas, su soporte de masas que no llega a un 20% de la población, puede elevarse mágicamente al 50% en la eventual Asamblea Constituyente sin nadie proteste.


Y siempre es posible que algún consultor necesitado o la inteligencia cubana le haya propuesto el disparate como una salida táctica que permita cambiar la interacción conflictiva en las calles, que no resistirá, por un debate político totalmente excéntrico.


Al fin y al cabo ya pareció darse cuenta de que, a pesar del Vaticano y de buena parte de la reciente diplomacia regional, el diálogo que no lleve a elecciones este año no conduce sino a la toma de las ciudades venezolanas por una población crecientemente desesperada.


Sin embargo, como el hambre y la enfermedad se definen por plazos perentorios y el “poder comunal” al que apela Maduro se caracteriza por su disposición a usar la violencia (los 500 mil rifles que prometió entregar a las milicias bolivarianas en abril pasado lo muestra) es bueno prepararse para negociar con otros agentes del oficialismo venezolano.


El pueblo armado (alrededor 1% de la población) sólo será el último parapeto de Maduro si no hay transitorio reemplazo chavista para él. Si no lo hubiera, un mayor conflicto interno con dimensión internacional no es improbable (las FARC ya se han pronunciado a favor de Maduro). Ello obliga a los venezolanos a ser cautos y organizados en circunstancias de confrontación.


Y responsabiliza a los países latinoamericanos que han condenado la violencia en Venezuela y a los que suscribieron la Declaración de la OEA que llama al ejercicio de la democracia y del Estado de Derecho a tomar acción para que las elecciones generales se produzcan a la brevedad en ese país. El fracaso del esperpento corporativista que impone Maduro y su retiro de la OEA debe dar paso al resurgimiento democrático en Venezuela.


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