La aplastante victoria del presidente del Ecuador, Rafael Correa se basa en un factor de riesgo: ha fortalecido su autoritaria legitimidad.
Ésta se asienta en un nuevo orden interno que contrasta con la anarquía generada por siete presidentes entre 1996 y 2005 y en un mejor desempeño económico y social.
En efecto, la economía ecuatoriana ha llegado a crecer 8% en 2011 (4.8% en 2012), el desempleo ha descendido a 6% y la pobreza se ha reducido a 28.6% con déficits fiscal y de cuenta corriente menores y una inflación manejable de 5% (CEPAL). El problema es que el gasto público representa 51% del PBI y la inversión es baja. El motor de crecimiento en un país exportador de petróleo es la demanda interna pero basada en el gasto en infraestructura (necesario), consumo privado (alguno subsidiado) y fricción externa.
Si esta tendencia no fuera sostenible en el mediano plazo, qué podrá decirse del costo político sufragado: plena hegemonía de la autoridad presidencial, subordinación de los poderes públicos y confrontación radical con los medios. El costo es mayor si se considera que el triunfo del Sr. Correa es de perfecta suma 0: la ciudadanía ecuatoriana ha optado por él y cancelado a la oposición autodisuelta en siete candidaturas.
Como en el caso del autoritarismo venezolano –y antes, del peruano- Ecuador es un buen ejemplo de la democracia delegada hasta que el líder carismático se retire (como ha prometido Correa) o se reelija ilegalmente. En cualquiera de los dos casos este vecino puede ser absorbido por un vacío de poder el 2017.
Para el Perú éste será un problema mayor porque la relación bilateral con el gobierno ecuatoriano se ha encumbrado políticamente (reuniones de gabinetes y tratado de límite marítimo), económicamente (niveles de comercio cercano a los US$ 3 mil millones e inversión dinámica) y en integración fronteriza (casi US$ 4 mil millones en el Plan Binacional).
La debilidad institucional en Ecuador tiende a debilitar esta relación complementada por visiones diferentes sobre orden interno e inserción externa (el carácter del ALBA).
Un esfuerzo adicional de interdependencia y de sensato realismo debe orientar nuestra política exterior con el vecino. Ella debe tener un anclaje: la CAN y la Alianza del Pacífico cuyo éxito dependerá de una equilibrada y razonable gestión estratégica con Chile. Los esfuerzos de hoy se pondrán a prueba en el 2º semestre.
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