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  • Alejandro Deustua

Cuba: ¿La Versión Castrista del Camino Chino?

En medio de la niebla política que rodea a todo Estado totalitario, lo previsible ha sucedido con la sucesión de Castro (Fidel): Castro (Raúl) la ha oficializado anunciando algunas reformas en la gestión del gobierno pero ninguna en la estructura del Estado ni en sus objetivos ideológicos.


En efecto, el nuevo presidente ha confirmado que su objetivo es el fortalecimiento de la revolución y que éste depende de la vigorosa subsistencia del Partido Comunista. Sobre estas bases procederá a realizar cambios administrativos en función de prioridades que contribuyan a vigorizar la economía y a mejorar la satisfacción de las necesidades de la población. Aunque no ha anunciado la extensión ni la profundidad de las reformas, el nuevo presidente las ha condicionado a la vigencia del socialismo y las ha compensado con la peor forma de continuismo: el culto a la personalidad del renunciante.


En efecto Raúl ha consagrado a Fidel como irremplazable a quien toda decisión trascendente le será consultada. Al fin y al cabo “Fidel es Fidel”, ha dicho Raúl y, en consecuencia, la vieja guardia también lo será hasta mejor oportunidad. Es en este contexto que, el subrogante examinará problemas como los de la comercialización agropecuaria, el subsidio de servicios, la política de salarios, el sistema de precios minoristas, la revaluación del peso cubano y el problema de la doble moneda.


Aunque no ha dicho con qué objetivo ni en qué forma, Raúl Castro se ha comprometido condicionalmente con reformas fiscales y monetarias que podrían desembocar en una apertura de la economía más acorde con el esfuerzo productivo y las necesidades de las gentes.


Este conjunto de preocupaciones estarían anunciando lo anticipado: Cuba optará por una versión de la apertura china. Esa forma de apertura económica que mantiene el rigor político es, sin embargo, minimalista pues no se ha referido al sector externo. Ni el comercio exterior ni la inversión extranjera han aparecido en el discurso sugiriendo indisposición ideológica para atender el problema o imposibilidad material de hacerlo a pesar de que la inversión extranjera y las remesas del exterior ya son cruciales para la economía cubana.


Con mayor cautela, el Estado cubano procederá a las reformas de gestión pública. La más importante toca la conducción del gobierno: no se nombrarán nuevo gestores hasta la mejor definición de las necesidades locales. Lo que sí existe es una disposición a la simplificación burocrática (que en Cuba puede ser una verdadera revolución), a permitir un ámbito de decisiones más acorde con las necesidades municipales (lo que no implica descentralización) y mayor discusión pública pero en bajo el ámbito y la disciplina del Partido Comunista (lo que es sólo un globo rojo).


Si estos pasos pudieran ser avances de lo que podrá venir luego bajo la presión de las nuevas generaciones, éstos quedan otra vez desandados por la fijación con el “enemigo externo”: Estados Unidos y a sus socios. El llamado de Juan Pablo II (que Cuba se abra al mundo y el mundo a Cuba) quisiera ser para Raúl interpretado sólo de afuera hacia adentro. Mientras éste no ocurra de adentro hacia fuera, Cuba seguirá siendo un factor de división en la región y en el mundo. Los latinoamericanos deber estimularla a que apresure y cambie el paso.



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