El atroz ataque terrorista contra los centros de poder económico, militar y político norteamericanos marca un punto de inflexión en esta cobarde forma de agresión contra el mundo civilizado.
Por su gran escala -lo que no esconde su selectividad-, los blancos escogidos en Washington y Nueva York y los métodos empleados -el uso genocida y extremadamente sofisticado de medios de la vida cotidiana como son el transporte aéreo y los edificios de oficinas-, el terrorismo internacional ha inaugurado una nueva era en la historia de esa amenaza colectiva. La contundencia letal de su nueva agresividad dirigida al corazón de la primera superpotencia no puede ser indiferente a nadie que comparta los principios básicos de Occidente y menos pretender, con la explicación de sus causas, justificación alguna.
Por ello es que la respuesta inmediata -siempre que se pueda identificar a los perpetradores- es un requerimiento moralmente necesario, estratégicamente indispensable y legalmente justificado. Si detrás de estos hechos hubiere algún Estado que, de manera directa o indirecta, hubiera brindado soporte al gravísimo crimen cometido, éste habría perpetrado un acto de guerra que encuentra en la legítima defensa norteamericana base suficiente para la respuesta bélica inmediata. Y si no lo hubiera, el grupo responsable se ha hecho acreedor a medidas de punición que no sólo lleven al juzgamiento de sus miembros sino a la extirpación de su organización.
En términos unilaterales, el agredido -Estados Unidos- puede sustentar su respuesta unilateral o asociada en el derecho internacional. Y en términos colectivos, la comunidad internacional está obligada no sólo a condenar los hechos, sino a proponer y llevar a cabo las medidas de castigo correspondientes.
Para realizar la primera tarea, Estados Unidos tiene todo el derecho a convocar a sus aliados de la OTAN en atención al principio de que la agresión a un socio es considerada como una agresión a los demás. Así mismo, para llevar a cabo la respuesta colectiva más general, se hace indispensable el concurso del Consejo de Seguridad de la ONU. Ésta no puede inhibirse de asumir la responsabilidad de erradicar la fuente generadora de atentados contra la paz y seguridad mundiales en tanto el acto perpetrado tiene un enorme poder desestabilizador del sistema internacional.
De otro lado, el sistema interamericano tampoco escapa a este predicamento. En efecto, siendo uno de sus pilares el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, éste debe ser aplicado aún cuando aquel vetusto instrumento se halle desprestigiado por un complejo historial de manipulación. Ello resulta aún más necesario cuando la nueva Carta Democrática que acaba de ser suscrita en Lima por la Asamblea General de la OEA, identifica al hemisferio americano con principios políticos que lo ligan indesligablemente a Occidente.
Esta tarea, sin embargo, no ha sido adecuadamente satisfecha en la ceremonia de suscripción de la Carta. El comunicado de condena emitido por los países americanos ha sido insuficiente. Al respecto, no es improbable que Estados Unidos se haya dado por satisfecho, sin embargo, con el propósito de brindarse a sí mismo mayor libertad de acción. Pero era responsabilidad del órgano interamericano considerar el acto de terrorismo como uno que afecta al conjunto de la región no sólo basado en razones jurídicas y de identidad propias, sino sustentado también en el efecto multiplicador que el atentado puede tener en nuestro entorno inmediato teniendo en cuenta que la amenaza narco-terrorista es latente especialmente en los países andinos.
Este conjunto de hechos nos lleva a la conclusión de que así como el desarrollo es indispensable para la democracia, la seguridad lo es tanto o más aún. En consecuencia resulta imprescindible actualizar tanto el concepto de seguridad colectiva hemisférica de manera que incluya amenazas como las que plantean el terrorismo y el narcotráfico y que sea capaz de reaccionar, colectiva y rápidamente, frente a ellas. Esta es una lección que debemos de extraer de la tragedia norteamericana que ha sido víctima del punto de inflexión que ha marcado el terrorismo internacional.
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