La discusión del vínculo entre crecimiento y desarrollo es tan antigua como la Guerra Fría y el nacimiento de la CEPAL. Si durante las primeras décadas de los últimos cincuenta años, la discusión en América Latina se centró más en el tipo de crecimiento, su innovación parece girar en torno a la magnitud de la performance. El consenso emergente parece centrado en una cifra: 6% de crecimiento anual para poder desarrollar.
Así lo acaba de indicar el presidente de la Corporación Andina de Fomento, Enrique García. En tanto su opinión es coincidente con autoridades político-económicas del Perú, como el actual presidente del Banco Central y ex ministro de Economía, Javier Silva Ruete, puede decirse que aquélla representa la opinión del "establishment" regional y local.
Ese criterio no acarrea, que se sepa, opinión sobre la distribución del ingreso, la alteración del "modelo económico" para emprender un proceso de acelerada industrialización o sobre la "locomotora" del crecimiento (¿se insistirá todavía en crecer más por exportaciones que por inversión?) El nuevo consenso estadístico parece asumir más bien que la plataforma actual de estabilidad macroeconómica es suficiente para generar desarrollo siempre que se alcance el 6% como mínimo constante. El Perú, creciendo entre 3% y 4% este año (la expectativa oficial), debería poder alcanzar ese mínimo, se dice, en algún futuro cercano o lejano.
El problema con este planteamiento es doble. De un lado, no toma en cuenta las condiciones económicas del contexto internacional. Del otro, la tasa sugerida no parece recoger la experiencia regional reciente en la materia. En el primer caso, el lento crecimiento de la economía mundial hace imposible arribar a ese tipo de performance con las políticas y el tipo de inserción actuales. Si la economía mundial se recupera del ciclo de desaceleración reciente, sus principales agentes lo hacen con muy escaso impulso dinamizador.
Así, Estados Unidos apenas crecerá este año algo más del 2% mientras que la Unión Europea y Japón lo harán en la frontera del 1% respectivamente (CEPAL). Si le expectativa de crecimiento de la economía mundial superará ligeramente el 2%, nuestra inserción dependiente y un crecimiento latinoamericano estimado en 1.5% no puede augurar grandes expectativas de desarrollo. Menos aún cuando la CEPAL considera que el "aplanamiento" de la economía mundial retroalimenta la "media década perdida" en nuestra región (1997-2002) añadiendo un año más de relativo estancamiento.
Aunque la performance peruana está muy por encima de la regional y mundial (lo que aconsejaría, en principio, continuar en la misma línea política), ésta no sólo sigue sin alcanzar el nivel adecuado para iniciar el desarrollo, sino que nuestro tipo de inserción (dependencia comercial y financiera por exportación de materias primas y deuda) nos somete al ciclo de crecimiento insuficiente que se consolida universalmente. Es más, si se tiene en cuenta que sólo en las décadas de los 50 y 60 se creció regionalmente a las tasas hoy aspiradas (6%), para luego decrecer sustancialmente en las dos décadas siguientes, la realidad de la que partimos es sumamente precaria como para pretender quebrar el ciclo mundial de lento crecimiento en que estamos inscritos.
A la luz de estas simples consideraciones puede concluirse que las condiciones para el desarrollo de América Latina y del Perú no están al alcance de la mano. En consecuencia, la incorporación e orientaciones que modifiquen progresivamente las limitaciones del "modelo vigente" es asunto de sentido común. El argumento de que nuestra región ya lo intentó con el modelo de sustitución de importaciones y fracasó al hacerlo no puede implicar resignación con el actual estado de cosas.
Mientras actuemos con prudencia, debemos inducir condiciones para la industrialización del país, la innovación tecnológica y la redistribución del ingreso. La ampliación del mercado (p.e. ALCA) no bastará.
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