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  • Alejandro Deustua

BRICS y Poder Emergente

Sin ser una alianza sino un grupo de poder que pretende concretar intereses sistémicos al margen de sus divergencias nacionales, los BRICS constituyen en Brasil el primer banco de desarrollo no regional fundado por potencias emergentes.


Esa entidad será complementada por un Acuerdo de Reservas Contigentes para financiar balanza de pagos y asegurar liquidez estabilizadora a la sombra de la crisis financiera, del “tapering” y de la volatilidad consecuente.


La motivación principal de estas iniciativas surge de la alteración contemporánea de la distribución del poder. En efecto, el mayor peso de las economías emergentes en la estructura y la perfomance de la economía global reclama materializarse.


Esa necesidad deriva de otra evidencia: la necesidad de adecuar los términos de la gobernanza financiera y de desarrollo constituidos en Bretton Woods en 1944 a los requerimientos de cambio de ese sistema.


Ésta, sin embargo, se ha frustrado en la elemental adecuación de la distribución del voto de los miembros del FMI y del Banco Mundial (BM) a los nuevos tiempos.


Una de las causas del estancamiento se debe a que el Congreso de la primera potencia se niega a pasar la legislación que dé curso a las reformas aprobadas por el BM en el 2010 (el traslado de votos a los países emergentes y en desarrollo sumando 47.19% sin cancelar la aspiración de llegar al 50% en el 2015).


Pero la mayor influencia en el sistema económico de los BRICS, que pretenden un sistema multipolar y que no han constituido un nuevo orden, no traduce plenamente su base de poder real. Y menos cuando su desempeño considera el riesgo de que China baje el 7%, que Rusia esté cerca del estancamiento, que Suráfrica crezca insuficientemente pero más que Brasil y que sólo India presente perspectivas optimistas del 6%. El poder bruto de los BRICS radica acá en el tamaño de sus respectivos territorios (la geografía cuenta) y de su demografía (salvo en el caso de Rusia cuya perspectiva poblacional es negativa).


En este marco los BRICS son un instancia geosistémica (no regional que sirve de base a entidades como la CAF o el Banco de Inversiones Europeo) antes que un invento de la banca de inversión (Jim O’Neill sólo tuvo el mérito de clasificarlos para Goldman Sachs, tal como hoy ocurre con los MINT -México, Indonesia, Nigeria y Turquía- para Fidelity Investments).


Del banco y del fondo que hoy se crea se beneficiarán primero sus integrantes añadiendo un beneficio sui generis: desligarse de la condicionalidad del FMI y del BM. Lo que no queda claro es si esa desvinculación será proclive al populismo, a un nuevo modelo y si la fragmentación servirá para lograr estabilidad global.


A esta última no contribuirá una posición más confrontacional de los BRICS. En ese caso, los beneficios que puedan derivar en un mejor financiamiento para los países en desarrollo (p.e. en infraestructura, cuyo déficit crece de US$ 0.9 trillones anuales a US$ 1.8-2.3 $ trillones anuales en el 2020 –UNCTAD-) podrían atemperarse.


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