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  • Alejandro Deustua

Brexit

Han pasado más de dos años desde que el Primer Ministro David Cameron cometió el error de someter a referéndum la opción del retiro del Reino Unido de la Unión Europea. Pensando que luego de ciertas negociaciones beneficiosas con la UE la respuesta británica sería a favor de ese bloque de integración, las zonas rurales y periféricas de la “Isla” sometieron a sus núcleos urbanos principales y abrieron la puerta de salida que Cameron no deseaba.


Pero no le importó mucho. Al fin de cuentas, era verdad que las autoridades de Bruselas requerían cada vez más cesión de soberanía de sus 27 miembros, que a cada crisis la Comisión relanzaba el irresponsable eslogan de “más Europa” en lugar de hacer un alto y corregir problemas fundamentales y que las instituciones y democracias nacionales perdían cada vez más influencia a manos de la burocracia de Bruselas. Cameron quería corregir esa anomalía aunque no al costo del retiro.


Sin embargo, el Reino Unido, adalid del balance de poder –y por tanto de las alianzas circunstanciales- en Europa, no encontró suficientes socios para hacer entrar en razón a los funcionarios de Bruselas que jadeaban ya por la unión económica y hasta política a pesar de que perdieron en Bélgica y Francia el referéndum sobre la “constitución europea”.


El resultado más o menos sorpresivo (51.9% a favor del retiro vs 48.1% a favor de permanecer en la UE) explotó en los mercados: el FTSE perdió 7.4%, el Dow 3.4% y el Euro Stox 50 alrededor de 10%.


No es esa, sin embargo, la reacción de los mercados hoy que un proyecto de acuerdo para el retiro ordenado británico se ha logrado. En efecto, luego de una ligera caída el FTSE, éste pasó al terreno de ganancias tal como el CAC 40 y el S&P (aunque el DAX alemán se mantuvo plano).


Lo que ha caído es la libra esterlina pero menos por pérdidas económicas a la vista que por la inestabilidad política en el horizonte británico: la Primera ministra May podría perder el gobierno a pesar de haber logrado quizás la mejor opción para su país.


En efecto, ella podría caer si el Parlamento no aprueba los resultados de su negociación: mantenerse en el mercado único hasta el 29 de marzo de 2019 cuando se decida finalmente si el Reino se queda o se va; garantizar ese mercado durante el período de transición hasta el 2020 en el caso de que se opte por el retiro; y asegurar que los ciudadanos británicos y europeos puedan seguir viajando a la isla o al continente como les plazca).


Pero los políticos de derecha e izquierda han decidido que ése no fue el encargo recibido por la Sra. May: el Partido Conservador quería una Brexit duro (su negociador –y otros 3 ó 4 ministros- renunció al gabinete) y el Laborismo considera que lo acordado con la Unión Europea in extremis no pasa el rasero de 6 puntos planteados para aprobarlo.


Es que la permanencia temporal en la unión aduanera, la obligación del Reino Unido de seguir sufragando sus multimillonarios compromisos con la UE (alrededor de 40 mil millones de libras esterlinas) y la solución aparente al problema de Irlanda del Norte (que no se restablezca una límite físico con la República de Irlanda que inhibe fricciones pero que arrastra con ello al resto del Reino Unido porque esa República pertenece a la UE) ha sido visto como como una imposición europea sobre los británicos antes que como una negociación en que la Primer Ministro May debiera haber dado mayor batalla.


Esto parece más importante en la “Isla” que aprovechar la oportunidad de una transición favorable para una economía que además de representar el 16% del PBI europeo exporta al continente 47% de sus ventas y adquiere de él 51% de sus compras. La quiebra de este nivel de interdependencia implicaría una catástrofe para una economía británica que en el 3er trimestre ha crecido sólo 0.6% (FT) anunciando ya una perfomance que se ubica entre las peores de Europa.


Por lo demás, el debate británico y europeo ha dejado de poner el acento en los costos que el Brexit tiene para la integración europea en un contexto de creciente fragmentación continental (Barcelona, populismo nacionalistas en el conjunto de Europa, cuestionamiento de libertades en Europa de Este, desintegración social, etc.).


Esa desatención importa a la América Latina como referencia de integración. Al respecto debe tenerse en cuenta la región ha perdido cohesión económica interna señalada, p.e., por un comercio intrarregional de apenas 16%. Éste, a pesar de haber incrementado en 2017 (CEPAL), es ridículo para el tamaño del mercado, la experiencia integradora en el área y las referencias como la UE y la Asean. El ejemplo que ofrece el brexit no es alentador al respecto.


En términos prácticos el brexit, que se confirmaría a partir del 2020 si es que las ínfimas posibilidades de un segundo referéndum no lo impide, nos impactará muy escasamente. Ello se debe a que, salvo que el brexit agudizzara una tendencia disolvente en Europa, el rol británico en la UE es ya menor (es más, alguna inversión británica hacia el continente podría desviarse a esta parte del mundo), porque el nivel del comercio bilateral con el Perú es extremadamente bajo (US$ 784 millones en lo que va del año a pesar de haberse incrementado en 44% según Reuters) y porque los compromisos de Perú y Colombia adquiridos en el acuerdo de libre comercio con la UE podrían ser renegociados favorablemente si es que el Reino Unido sale de la unión aduanera europea en la que permanece hasta hoy y los requerimientos de diversificación de mercados se dinamizan.


Sin embargo, no es favorable para Occidente ni para Europa que la potencia británica, que tuvo que superar el veto a su ingreso, decida retirarse hoy de un escenario de integración que, siendo perfeccionable, es un ejemplo para el mundo, en lugar de dar la batalla por mayor autonomía dentro de él. Quizás no sea ésa la mejor forma de marcar la importancia del Estado en los escenarios de alta interdependencia y de integración profunda.


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