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  • Alejandro Deustua

Brasil Ya No es un Motor del Crecimiento Regional o Global

Seguramente son pocos los países que puedan superar a Brasil en armar una fiesta (si el carnaval es un ejemplo, la Copa del Mundo será quizás uno mayor) y ciertamente ninguno en vivir en estado festivo (que no es lo mismo que el hoy mensurable “grado de felicidad” que favorece a nórdicos o australes). Pero hasta esas poderosas virtudes anímicas se toparán con su contrapartida después de la Copa (un saudade colectivo quizás envolverá a Brasil mucho antes de los Juegos Olímpicos del 2016 que, por lo demás, ya buscan clandestina y rumorosamente eventual cambio de sede).


Este estado de ánimo quizás no sea aún predominante cuando en octubre próximo se celebren las elecciones presidenciales (la Presidenta Rousseff goza hoy de 48%% de aprobación a pesar de las protestas de mediados del año pasado). Pero la niebla muy probablemente se instale antes de fin de año entre los alegres brasileños (especialmente si no ganan su sexto campeonato del mundo).


Para empezar, la silueta del malestar económico (quizás como correlato del malestar social) ya aparece en las encuestas y en la opinión de analistas que anuncian un descenso de expectativas de cara a un crecimiento mezquino este año (2.3% -igual que en el 2013- según la CEPAL, 1.8% según el FMI y 1.7% según algunos analistas brasileños).


El ánimo no cambiará mucho si el crecimiento del 2015 es de 2.7% según el FMI y hasta algo menos que eso según otros investigadores. Especialmente si se le compara con el 4%/5% de la primera década del siglo en que los altos precios de las exportaciones de materias primas hicieron del gobierno del Presidente Lula una figura pública mundial porque creó programa sociales efectivos sin distanciarse demasiado de las políticas de apertura que el Presidente Cardoso le había heredado.


Y si el bajo desempleo (5.1%) aliviará en algo el mal humor colectivo en ciernes, la fuerza iracunda de la inflación (4.5%, ya en el extremos superior de la banda) y especialmente un probable ataque de austeridad futura llenará la playa de Copacabana de un nueva versión de melancólica bossa nova.


Ese estado de ánimo podrá evolucionar hacia un malestar superior si se produce (como debiera) el recorte del gasto fiscal para combatir el déficit público (cuyo objetivo sería, por lo menos, un superávit primario según quién gane la contienda electoral) y la evidencia fétida de las cuentas del Mundial (que, sin embargo, habiendo absorbido básicamente inversión pública de algo servirá siempre que se descuente el gasto superfluo de los doce estadios construidos o remodelados en un país donde la necesidad de inversión en infraestructura en otros sectores no sólo está fuertemente atrasada sido subordinada a la prioridad del consumo facilitado por políticas expansivas). Es más, el malestar se incrementará con el descenso del crédito inducido por un retorno a altas tasas de interés, con el recorte de subsidios a los combustibles (un asunto explosivo) y el riesgo que siempre supone la reforma laboral en nuestros países.


En consecuencia, Brasil –al que tantas veces se le ha reconocido como líder regional sólo para que éste niegue protocolarmente, tal honor- no será, por cuarto año consecutivo, un motor de la economía suramericana.


Ello tendrá, además, un impacto externo considerable si a la luz de la decadencia de los BRICS (Rusia crecerá apenas 1.3% este año según el FMI –proyección que será castigada por el costo de su involucración en Ucrania- y Suráfrica sólo 2.3% con una modesta perspectiva de 2.7% que deberá afrontar el nuevo gobierno del Congreso Nacional Africano). De esa situación probablemente escapará India con 5.4% y 6.4% el próximo año siempre que el probable gobierno del Sr. Modi no desate una conflagración entre hindúes y musulmanes.


Aunque otras economías emergentes se han fortalecido según el diseñador de modas económicas Jim O’Neill del JP Morgan (como México, Indonesia, Nigeria y Turquía –los MINT-, a los que debería sumarse Malasia, p.e.-) el hecho es que, a pesar de que ellas y otras en desarrollo seguirán siendo vitales para el crecimiento global, en el plazo inmediato ese rol seguirá retornando al liderazgo de los desarrollados (siempre que los riesgos deflacionarios europeos no se materialicen; los reconocidos, pero no bien ponderados, riesgos geopolíticos no empeoren; Estados Unidos siga creciendo sin la necesidad de dramáticas reformas del “tapering”; y China mantenga el curso del aterrizaje suave –hoy ya estimado en 7.3%-).


Con la reducción de la perfomance de uno los miembros de la Alianza del Pacífico (Chile) y la fragmentación regional subsistente (en la que el crecimiento boliviano de 5.5% no es sostenible bajo las actuales condiciones), Suramérica tendrá al Perú y Colombia como mejores expresiones del crecimiento pero sin capacidad de arrastre suficiente en un clima de negocios deteriorado según un estudio de la Fundación Getulio Vargas-ICE.


Así, mientras Asia sigue creciendo y hasta el África Subsahariana mejora su sus rendimientos, América Latina seguirá perdiendo terreno competitivo con la otra orilla del Pacífico (el mayor crecimiento mexicano fortalecido por su interdependencia con Estados Unidos no alcanza para cerrar esa brecha).


Ello hace aún más urgente un cambio político en el Brasil (y también en Argentina) cuyo partido de gobierno cumplirá doce años en el poder gracias al apoyo que reditúan los necesarios programas sociales. Puede que esa economía emergente esté atascada en la trampa de ingresos medios. Y seguro que lo está en la de los subsidios que, legítimos o no, debería tener un manejo políticamente neutral dentro de su temporalidad.


Ese cambio implica eliminar, aunque fuera selectivamente, el proteccionismo brasileño (especialmente cuando ciertos mercados, como el automotriz, han sobreproducido) por lo menos en relación a sus vecinos y volver a pensar en la integración como un liberal mercado de escala.


En este punto, sin embargo, el ALBA, y especialmente la alianza Venezuela-Cuba (el gran lastre de la región) es un obstáculo mayor que debe ser superado.


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