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  • Alejandro Deustua

Brasil No Quiere el Liderazgo Según un Asesor

Marco Aurelio García, influyente asesor principal de relaciones internacionales del Presidente Lula, acaba de desmentir que el Brasil haya sido invitado por autoridades cubanas a desempeñar el rol de eventual intermediador entre Estados Unidos y el gobierno de Cuba para promover la conclusión del embargo comercial norteamericano según El Nuevo Herald.


Es más, la autoridad brasileña ha cuestionado también la versión periodística en torno a una cierta preferencia del nuevo gobierno cubano por la interlocución del Brasil si la referencia es Venezuela. En tanto el desmentido es atribuido al propio García éste es verosímil. Pero también es una lástima.


Y lo es porque la reciente, extensa y extremadamente amigable visita del Presidente Lula a Cuba dio señas de esa preferencia en momentos previos a que Castro (Fidel) renunciara a ser reelecto a la Jefatura de Estado y cuando Castro (Raúl) daba muestras de cierta apertura. La expectativa razonable al respecto concluía en que, efectivamente, Brasil estaba dispuesto a desempeñar un rol mayor en el Caribe y, por ende, en la región en momento de tránsito y de inestabilidad y, por tanto, a ejercer por fin un liderazgo acorde con su potencial.


En todo caso, esto es lo que muchos en Suramérica consideran sensato. Especialmente cuando el Presidente Lula ha sabido llevar la relación con Estados Unidos a estadios superiores (p.e. en el campo energético) que incluyen el ámbito personal (las visitas de ida y vuelta han sido oficiales, campestres y bienvenidas por todos a pesar de los cuestionamientos que presenta el Presidente Bush). Por lo demás, un buen funcionamiento del sistema regional implica una más eficiente política exterior brasileña con nuestros países y no sólo una presencia arrastrada por el peso específico del Estado que la origina. Aquélla supone el ejercicio de un rol articulador en Suramérica en momentos de fragmentación ideológica, de perversión del proceso de integración y de desequilibrio de poder impulsado por Venezuela sin el contrapeso de una fuerza equilibradora. No sabemos si el canciller Celso Amorim convenga en ese requerimiento. Pero el influyente señor Garcia ciertamente no cree en él menos por convicción racional que por influencia doctrinaria. Ello no favorece al interés nacional brasileño que ha impulsado la integración eficiente y de vanguardia desde 1988 a partir de la relación con Argentina así como la estabilidad en la cuenca amazónica y en la subregión andina.


Por ello resulta extraordinario que el asesor Garcia sostenga que Venezuela y Bolivia (y también Ecuador), y sus particulares inestabilidades internas, sean elementos de una nueva estabilidad regional que el Brasil favorece. Esa afirmación sorprende al sentido común y a la percepción tradicional de las instituciones brasileñas concernidas. En efecto, el señor Gracia entiende que la fenomenología que esos gobiernos traducen sólo son manifestaciones del fracaso de gobiernos anteriores, de clases políticas ineptas y de estamentos empresariales parasitarios (Valor Economico, Sao Paulo). Este diagnóstico, que Garcia califica de “complejo”, tiene un cierto fundamento pero olvida el acápite principal: el cambio del sistema en 1989-1991 y la emergencia, en la región, de la democracia y del libre mercado como nuevos principios organizadores desde la década de los 80 del siglo pasado.


Esta forma de organización social, que acabó, es verdad que a la larga, con dictaduras y gobiernos autoritarios (que, sin embargo, han revivido precisamente en Venezuela y Bolivia) permitió la emergencia al escenario nacional de fuerzas anteriormente excluidas en todos los campos. Conforme esos principios organizadores se mostraron efectivos, la movilidad social se incrementó extraordinariamente en nuestra región.


Ello no ocurrió siempre, lamentablemente, a través de la representación política orgánica sino del activismo social cuasianárquico que derrumbó, en países como Venezuela. Bolivia y Ecuador, la frágil institucionalidad existente. Ese fenómeno de “destape”, que en otras regiones se ha expresado de manera mucho más violenta, incluyendo el terrorismo, fue previsto y temido por varios estudiosos brasileños antes de que ocurriera.


Es más, esa preocupación formó parte del debate político e internacional del Brasil en la década de los 90. Pero el señor Garcia no parece haberse enterado de ello. Como consecuencia insiste en inhibir el liderazgo estabilizador del Brasil y favorece las fuerzas fragmentadoras que él reconoce como fuerzas de vanguardia ideológica.

En el proceso, el asesor del Presidente Lula olvida requerimientos estatales, quizás considerados por él como anacrónicas, como son el buen gobierno y la adecuada satisfacción del interés nacional brasileño.


Al respecto, estaríamos encantados de escuchar lo que institucionalidad diplomática del Brasil tiene que decir. Y que el Canciller Amorim se encargue de hacerlo saber a sus socios de manera más audible y en visitas más frecuentes de las que realiza a los foros multilaterales.



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